1. Rosina Conde
Estaba muy tranquilo
en casa, reponiéndome de un viaje prolongado y feliz de prescindir, por una vez
en varios años, del bullicio que ofrece una feria del libro. Es decir, sí me
gustan los libros, me encanta conocer a los autores, saludar a quienes conozco
en ese medio, pero es mucho trajín para mis años y obstruye mi propensión al
aislamiento.
Por suerte, recibí un telefonema
cuando faltaban pocos días para que terminara el festival (porque, en rigor, una
feria del libro es eso: una fiesta donde confluyen editoriales, escritores,
lectores y curiosos en torno a stands de publicaciones, conferencias,
proyección de documentales, cursos). No faltan las reuniones espontáneas de
viejos amigos y gente que recién se conoció en ese ir y venir entre anaqueles
literarios. Esta es la parte más humana de la Feria, donde las anécdotas son
mucho más variadas que el fenómeno mismo de la escritura, las obras.
Pero yo me pensaba perder de todo
eso y descansar de un viaje en la paz de mi casa. Trataba de terminar una
lectura, también (Beloved, de Toni Morrison, traducida al español y
vertida en mi biblioteca Kindle). Sin embargo, por suerte, como dije, alguien
me llamó y propició una serie de encuentros felices en ese medio que yo estaba
evitando. Reconocí de inmediato la voz de Rosina Conde, escritora fecunda de
cuya prosa puedo decir que me encanta por su lenguaje tan cercano al sentir de
los norteños, especialmente del noroeste mexicano, pero estrechamente ligado con
toda la franja septentrional y fronteriza. Así como me es de entrañable la
escritura de Rosina Conde, lo es también su persona. Cálida, sencilla, sin
aires de intelectual.
Pues bien, me hizo feliz que me
sacara del encierro, en primer lugar porque pude charlar de frente con ella,
disfrutar su compañía y recibir, de su mano y autografiado, su libro más
reciente, Que es un soplo la vida (Cetys Universidad, 2023). En la dedicatoria,
con su bella caligrafía, Rosina refrenda la cariñosa y mutua afinidad que ha
nacido entre nosotros a partir de unos cuantos encuentros en festivales y
ferias literarias. Este libro lo aprecio por varias razones. Primero, porque es
de mi querida amiga; después, porque es un libro de poemas, y ella suele
publicar obras narrativas (aunque también escribe teatro, guiones, produce
discos de canciones con su voz, audiolibros; y tiene más quehaceres que no
menciono ahora). También amo este libro por la importante circunstancia de ser
un ejemplar de 300 que se imprimieron. Más allá de la suerte, la amistad de
Rosina me hizo merecedor de un pequeño tesoro que muy pocos tendrán frente a sí,
con el tiempo de leerlo y releerlo.
Que es un soplo la vida
comienza con un inteligente y sensible comentario de la poeta Ruth Vargas
Leyva, radicada desde su niñez en Tijuana. Ahí, nos recuerda varios de los
textos que la tradición poética nos ha legado acerca de la muerte del padre,
algunos de los cuales están presentes, de una u otra manera, en el libro de
Rosina: las Coplas a la muerte de su padre (Jorge Manrique), algún verso
de Dylan Thomas (quien también escribió elegías a su padre). Es igualmente
reconocible la presencia de una cultura vasta de la autora, que no puede dejar
de evocar temas de la Grecia clásica, de Constantin Kavafis, el Libro
Egipcio de los Muertos, la Biblia, la cultura mexica, y otras que mi
ignorancia impide advertir.
Las primeras páginas del poemario de
Rosina constituyen una especie de responso, y también de momentos revividos por
la memoria en el proceso mismo del duelo por la muerte del padre. Son catorce
poemas que oscilan entre la reflexión íntima, la evocación del padre y la
conversación en segunda persona, mediante un monólogo que nos pone ante la
presencia indudable del otro (el padre), que atento escucha. También son poemas
de movimiento: Rosina baila, canta, regresa a los lugares donde estuvo el
padre, los momentos que compartió con él. Poemas donde habita el amor familiar
animado con canciones, con la fuerza de los hermanos presentes y la madre.
Son versos escritos con la libertad
que da la práctica de una prosa humana, cerca de la vida real. Y Rosina Conde
es una reconocida maestra de la narración. Poesía hecha de relatos y anécdotas,
la de este nuevo libro. Sabemos que prosa y poesía nunca han establecido una
frontera nítida entre ambas. Ni lo harán. El tono, el asunto y la manera como
fluye lo versado: eso es lo poético en la obra que estoy comentando.
Cuando una imagen, un verso, surgen
más del sentir auténtico que de la retórica y las técnicas tradicionales de la
poesía, pueden alcanzar intensidades que calan profundo. Cito, sólo por
servirme de un ejemplo: “todo es un vivir a la expectativa sin saber cuándo
volverán las ‘Golondrinas’, / porque la muerte, traviesa, ha derribado sus
nidos”. Para mi gusto, es un acierto que el libro comience precisamente con
esta elegía al padre; bellos poemas y hermoso homenaje.
Aunque, quizá por su extensión breve
(80 páginas numeradas), el libro posterga la división en secciones, podríamos reconocer
tres partes bien diferenciadas: la elegía al padre; una serie de poemas donde la
poeta recuerda a sus amigos fallecidos, casi todos del mundo literario; “Poemas
por Ciudad Juárez” (serie de diez textos conmovedores y doloridos, pero también
combativos y un contundente reclamo a toda a sociedad, a todos nosotros cuando
culmina un poema con este verso “También el silencio es violencia”).
Entre los poemas-homenaje a sus
amigos fallecidos, están los dedicados a personas amadas, como su madre, en el
poema titulado “¿Tu ausencia?”; como la pareja entrañable del padre y la madre
(“Mis padres en su piano”, no puedo dejar de releerlo); y un puñado de artistas
que partieron de este mundo en fechas recientes, dejando una huella en Rosina
porque con ellos convivió y compartió la vida de las letras, las tertulias, la
academia. La escritora tijuanense (aunque nació en Mexicali) es una maravillosa
persona, y su amistad es una irradiación de amor. Creo que en estos versos está
la síntesis de su cariño hacia los compas: “Los amigos son un premio /
que no llegan en bandada / y se cuentan con los dedos / los que brindan su
confianza”. Así comienza uno de los poemas que, sobre su paisano Federico
Campbell, pueblan Que es un soplo la vida.
Precisamente esa confianza, ese
cariño, es lo que agradezco más del hecho de conocer a esta mujer de oro, que
me ha brindado muestras de su bonhomía y me ha dejado imborrable huella, a
pesar de las poquísimas oportunidades que hemos tenido de coincidir.
Rosina me sacó de mi encierro y me hizo disfrutar algunos momentos de la Feria del Libro en Ciudad Juárez. Por ella, también, conocí a Jorge Ortega, persona grata y magnífico poeta (quien me obsequió su poemario Devoción por la piedra y, tonto de mí, no procuré su autógrafo). Asimismo, conseguí otros libros regalados y compré algunos más. Su lectura me distrae del calor que trajeron estos meses. Gracias, amiga.