viernes, 11 de febrero de 2022

Facebook y el tedio. Por Agustín García Delgado

 



Todos sentimos cansancio después de un trabajo, un esfuerzo deportivo. Después del reposo, podemos volver a la pista o la pala. Esa fatiga es benéfica, es un signo salubre. Nos retiramos del área laboral o del gimnasio por unas horas, un par de días, para retomar la acción con igual o más brío. Sin embargo, los usuarios de Facebook que se marchan por millones, ¿de qué están cansados?

Como en un mal matrimonio que agota sus fuentes de bienestar o de amor, y truecan la convivencia en una relación indeseable, molesta, quienes abandonan la gran plataforma de FB, tal vez, han decidido gritar ¡Basta! Lo gritan con el gesto más radical: dan media vuelta y dejan de participar en la fiesta donde fueron admitidos de forma gratuita. Bueno, la verdad, es que en este tipo de fiestas nada es gratis, aunque lo parezca. No sólo se trata de los millones que cierran sus cuentas en el “libro de rostros”, sino muchos otros que, sin irse del todo, navegan cada vez menos por esas aguas; sólo entran para cuestiones puntuales y breves, como saludar a un familiar, enterarse de algún asunto comunitario. Cada vez son menos los que pasan horas largas viendo sin propósito los chismes que ahí abundan. Lo peor es que parecen traicionar a su viejo amor por algo pequeño y que no debiera tener mayor atractivo: Tik tok.

La verdadera naturaleza de FB (también las otras plataformas: Twitter, Pinterest, Instagram, Tik tok, Tinder y otras que desconozco aún más) es que presenta la fachada de una gran tienda adonde entramos fácil porque está inundada de música al gusto, rostros bellos, seducción en formas variadas. Adentro, abundan los anuncios que nos invitan a comprar. Nadie nos obliga, pero a fuerza de ver mil veces un producto muy bien presentado, acaba uno por interesarse y, sí, muchas veces compramos. Nada malo: así es el comercio en todo el mundo.

¿De qué están cansados los feisbukeros que abandonan este gran mall virtual? Quizá de su rostro de aparente neutralidad, de tanto anuncio publicitario, de las fake news, de ver tantas veces lo mismo. ¿No fue por semejantes causas que fracasó el “socialismo realmente existente” (y que realmente nunca fue verdadero socialismo)? Los habitantes de la Rusia soviética tuvieron un hasta aquí del falso paraíso económico de los trabajadores. Sólo era el Edén de unos cuantos funcionarios burócratas. Bueno, quizá el ejemplo sea extremoso: el mundo comercial siempre se desgasta y acaba por desaparecer o disminuir drásticamente. Recordemos cómo terminaron sucesivas eras de productos para guardar música: cintas, casetes, cajas de 8 tracks, discos de vinil, discos compactos… todos aparecen como la gran promesa y desaparecen como vejestorio ante cualquier otro producto que se presente en nombre de la vanguardia tecnológica. Pero si el socialismo se desgastó en su misma cuna, ¿por qué el capitalismo ha durado tanto? Quizá porque nació con las etiquetas más sinceras: “El capital viene al mundo chorreando sangre y lodo por todos los poros, de la cabeza hasta los pies”, dicen que dijo Marx. Nadie se espantó porque, simplemente, era verdad. Nadie nos engaña con el capitalismo; y nadie ofrece una verdadera alternativa. Quizá el bitcoin desplace al poder del creditismo bancario; quizá un día los bancos encuentren la forma de apropiarse de todos los bitcoins (¿no lo estarán haciendo ya, mediante la especulación?).

La verdad es que en cuestión de cosas que se venden, ocurre lo que dice José José del amor: “hasta la belleza cansa”. Y sí, FB es una estructura eficiente, hermosa, seductora, pero su discurso es lo mismo una y otra vez. Tarde o temprano, la gente optará por cualquier otra oferta colorida y edulcorada, un dulcecito como tik tok, o cosa semejante. Siempre ha ocurrido. Falta mucho para ver el fin de FB, pero ya se advierte la preocupación del dueño por algunos millones de dólares que se le escapan de las manos. No acabará llorando: sabe que ese dinero no desaparece, sólo vuela hacia otro bolsillo, otra de las trampas creadas para esquilmarnos a usted y a mí, es decir, otro negocio global donde invertir. Los pueblos se abalanzan sobre las ofertas del día. Hoy tenemos los videojuegos, que atraen masivamente a quienes fueron, hace pocos años, niños atolondrados frente a la consola y su joystick. Ahora son competidores de un nuevo “deporte” que tiene más espectadores que practicantes, como todos los deportes. Quizá por ese rumbo se decante el nuevo interés inversor de Zuckerberg, quien a veces amenaza con cerrar su tiendita (algún tuitero le responde: “oye, si aquí han cerrado los bares, ¡los bares!”), pero eso a nadie asusta.

Ojalá seamos los usuarios quienes, haciendo valer la fuerza del tedio, abandonemos este mall virtual si ya no satisface. No se acabarán los centros comerciales de internet, pero ejerzamos el derecho a salirnos cuando nos dé la gana de este y de cualquier otro, que siempre habrá muchos. Y, si no los hubiera, volveríamos a comprar como antes lo hacíamos. Quizá vuelvan las tienditas de la esquina, aunque vendan más caro; tendríamos mayor proximidad social, que buena falta hace. Así han vuelto los discos de vinil, los muebles y la ropa vintage, las bicicletas, las oscuras golondrinas.

Cerraré con estas palabras, que hago mías, de Jaime Rubio Hancock, columnista de El País:

“…podríamos vivir sin Facebook e Instagram? Muchos creen que sí: uno de los pioneros de internet, Jaron Lanier, proponía en un libro que todos deberíamos dejar las redes sociales. Todas. Para recuperar algo de la empatía que anestesian, del tiempo que perdemos y de la libertad que nos roban. No soy tan pesimista como Lanier: seguro que las redes deberían estar mejor diseñadas, pero creo que ayudan a descubrir ideas, lecturas y a gente interesante y graciosa.” (elpais.com: “Cierra al salir, Zuckerberg”. 11 de febrero, 2022)

 


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