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Prevenir, más que curar
Esta mañana fui, como muchas otras veces, cada mes, a la
farmacia del IMSS: debía recoger una de mis medicinas para cardiópatas. Frente
a la ventanilla de esta farmacia se forma una larga fila de pacientes.
Yo les digo así porque todos los de la cola pasamos por alguna enfermedad que
nos llevó a consultar al médico, o fuimos internados por alguna causa. Mientras
esperaba con toda paciencia, me dediqué a observar con detenimiento y con toda
la discreción posible a cada persona. La mayoría ancianos o preancianos como
yo. Sin embargo, frente a una ventanilla especial, estaban formados aquellos
más viejos o que presentaban alguna discapacidad, así que había sillas de
ruedas, una tras otra; mujeres y hombres con bastón; algún joven con muletas.
Me puse a pensar que, en mi caso, si hubiera tenido la previsión de acudir a un
programa de acondicionamiento físico durante los años previos a mi infarto, no
estaría en este lugar y a esta hora, sino disfrutando la compañía de mi
familia, o leyendo mientras un buen disco de jazz infunde ritmo y poesía al
ambiente. Los dineros que el Instituto Mexicano del Seguro Social invierte en
mi enfermedad, serían mejor empleados en mayores sueldos a los médicos, mejores
instalaciones, más especialistas (escasean en el IMSS).
Me pregunto si es más caro establecer programas de gimnasia,
orientación nutricional, talleres de artes y artesanías. Lo que ha gastado el IMSS
en mi persona suma cientos de miles de pesos. Y eso que la mayor parte de mi
vida las visitas al consultorio o a urgencias fueron infrecuentes. Además,
siempre que pude acudí a doctores particulares, pues las citas del Seguro se
espaciaban un mes o dos o más. Le ahorré, sin querer, algunos miles de pesos al
Instituto. En cambio, si me hubieran invitado a un programa de salud
preventivo, estoy convencido de que la historia sería distinta. El ahorro sería
grande. Multiplique usted algunos cientos de miles de pesos, gastados en cuidar
la enfermedad, por los millones de personas que se deterioran debido a sus
malos hábitos, al sedentarismo crónico. Creo que si me pongo a echarle números,
y me dejan ver la contabilidad del Instituto, veríamos que es más práctico
invertir en salud que gastar en medicinas y enfermos. Creo que es una paradoja:
usamos recursos para cuidar la evolución de las enfermedades, pero algo nos impide
ocupar inteligencias y dinero en evitar que la gente se enferme.
Y, si no me enfermo, gastaré menos en pastillas: seré menos
pobre, y por lo tanto, mi país será menos pobre. Acaso me equivoco, pero es así
como lo entiendo.
Desde luego, hay intentos, como el Triatlón Prevenimss y otros
programas, pero son tímidos a tal grado que a mayoría de los derechohabientes
ni se enteran. Creo que debería ser la norma inviar a cada paciente, sin
importar su edad, a participar en algún programa. Cierto que el instituto es
incluyente: las actividades físicas que promueve están abiertas a todo el
público, no sólo a los asegurados. Pero, aunque son loables los esfuerzos, debemos
recordar que la salud es un tema de atención cotidiana. Por eso debe haber
espacios donde se practique deporte, se impartan orientaciones, se cultive el
arte y se ofrezcan otros servicios de modo permanente. Mejor no pueden emplearse
las cuotas que trabajadores y empresarios aportan sin falta.
Claro que cada quien es responsable de su propia salud, pero
somos ignorantes de los medios adecuados para cuidarla. Encima, tenemos la
publicidad constante, cotidiana, de los medios comunicativos (nos los llamo “informativos”,
porque informar es lo menos que hacen) y las redes sociales: “come esto, bebe
aquello para que seas y te veas feliz”. Sí es responsabilidad del Estado, en
todos sus niveles, reeducar contra la propaganda publicitaria. Sí es responsabilidad
de las instituciones de salud pública establecer programas eficaces, masivos, de
salud preventiva. Centros de actividad física con instructores capacitados;
orientación nutricional con profesionales del área; lugares públicos de recreación
sana; talleres de cultura y arte. Todo esto aporta elementos de salud y, además,
felicidad. La felicidad promueve salud mental y física.
Los problemas de la salubridad pública, hay que decirlo, no
son causa del personal. Hay gente maravillosa ahí en todas las áreas: médicos,
paramédicos, afanadores, enfermeras y enfermeros, guardias, administrativos. Los
he visto comportarse como profesionales y humanos empáticos, compasivos. No voy
a relatar aquí las muchas anécdotas que lo confirman.
“Si me hubieran invitado a algún programa... o al menos me
hubieran dicho cómo sería mi futuro de continuar con los descuidos que acostumbré
en mi juventud…” Ese “hubiera” sí que existe como posibilidad; conmino a los
gobiernos de cualquier color a pensar y actuar ene ese sentido. Habrá un grande
ahorro económico a la larga. Los ancianos y preancianos seguirán siendo productivos
por más tiempo, y no una carga para la sociedad, como lo sería yo si estuviera impedido
por mis achaques. Desde luego, la naturaleza hace su trabajo y la edad nos
desgasta, pero es totalmente innecesario que todas las personas maduras dejen
de aportar su esfuerzo y experiencia a la sociedad, tan sólo porque no nos
preparamos activamente para esta etapa de la vida.
No soy nadie para conminar a funcionarios y directivos, sólo
un derechohabiente agradecido que quisiera dar más porque me gusta la vida;
especialmente la buena vida, la que produce y es capaz de dar felicidad a otros
y a uno mismo.
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