El 12 de octubre de este año (2022) terminé la lectura
de Los recuerdos del porvenir, de Elena Garro (Puebla, 1916 - Cuernavaca,
Morelos, 1998). 295 páginas de texto sin descansos. Sólo hay una separación por
capítulos numerados en romanos. Hasta el XIV, la primera parte; la segunda
hasta el XVI, que bien puede considerarse un epílogo. Excelente final, me ha
parecido. En esta edición (primera en Lecturas Mexicanas 3, Joaquín Mortiz-SEP,
1985) no hay índice; sería útil que lo tuviera. La primera edición, según se
lee en la página legal, de esta obra, fue la de Joaquín Mortiz en 1963.
El
ejemplar con que cuento (me hubiera encantado tener a mano la primera edición
de 1963), de Lecturas Mexicanas, como dije, es un tomo envejecido por su ir y
venir de un librero a otro, de una casa a otra. La portada no ayuda mucho: en
la pasta blanda luce (o desluce) la fotografía de una telaraña enmarcando a un
nido arácnido en lo que supongo el muro de un barranco. Tonos grises, piedras,
tierra y la gran tela de araña, vieja y polvosa. Una portada en pasta blanda que
no hace justicia a la novela. Sin embargo, amo este ejemplar porque, por las
marcas en sus páginas –un punto aquí, una esquina doblada, pequeñas líneas que
señalan el sitio en que se detuvo la lectura, algunos subrayados— no puedo sino
pensar que el mismo tomo fue leído por mi hermana Dora Isela (qepd). Esta
sospecha me animó a imponerme el reto de leer completa la obra en pocos días. A
mi edad no resulta del todo fácil, pero lo conseguí. La lectura no es amena
como la que ofrecen otras obras de Garro, pues aquí nos enfrentamos a densas
parrafadas donde pudo haber más concisión, según lo siento. Al final de la
primera parte, sin embargo, la historia comienza a ganar intensidad, y esto
sigue mejorando a lo largo de la segunda parte. Quizá el problema sea que el
asunto principal está enmarcado en los conflictos de la guerra cristera en
México, que se hace del todo evidente sólo al finalizar los primeros ocho o
nueve capítulos de la primera parte.
Muchas
veces leí o escuché encendidos elogios para esta novela. Se dice, incluso, que
el exmarido de Elena, Octavio Paz, la calificó como una de las mejores de su
tiempo. Habrá que revisar cuáles trabajos narrativos de estas dimensiones
circulaban por entonces (1963) en México. Odioso es comparar pero, ya que lo
dice Paz…
¿Qué periodo podemos llamar “de su tiempo” en torno a la obra de Elena Garro? Consideremos la segunda mitad de los cincuenta y todo el decenio de los 60: La región más transparente, de Carlos Fuentes, se publicó en 1958; de ese mismo año es una de las obras narrativas que más aprecio, El libro vacío, de Josefina Vicens; Pedro Páramo, de Juan Rulfo, apareció en 1955; La feria, de Juan José Arreola, es de 1963; Agustín Yáñez publicó cinco excelentes novelas entre 1959 y 1967, aunque su mejor obra, Al filo del agua, es de 1947; Rosario Castellanos había impreso su Balún Canán en 1957. No es necesario ni útil comparar, en este caso. El solo hecho de que Recuerdos del porvenir sea colocado junto a lo mejor de la novelística producida en México alrededor de 1960, hace que valga la pena su lectura o relectura. No porque haya sido Paz, una autoridad literaria, quien lo dice, sino porque el interés en la obra y personalidad de Elena Garro ha sido manifiesto en múltiples estudios, entre los que son recientes los de Patricia Rosas Lopátegui, quien fue agente literaria y amiga de la escritora. Todas las obras mencionadas son valiosas por distintos motivos, quiero decir, abordan temas distintos, llevan intenciones literarias distintas: Castellanos, Garro y Fuentes ponen cierto peso a los aspectos sociales e históricos del contexto narrado; Vicens prefiere ocuparse de valores estéticos en su obra. Por cierto, si de comparar se tratara, debo decir que Los recuerdos del porvenir me gustó más que La región más transparente, aunque esta última pasó ante mis ojos hace muchos años y puedo estar olvidando cualidades fundamentales. Elena Garro me parece más poética, entre otras virtudes. Esto no pasa de ser un comentario subjetivo.
De 1969 es una película
inspirada en la novela, y con el mismo título. La dirige Arturo Ripstein. No la
he visto, así que me reservo el comentario para cuando tenga algo que decir al
respecto.
Los recuerdos…
es una de las pocas obras, de cuantas he leído, que se ocupan de manera importante
de la Cristíada, aunque en este caso el hecho histórico se utiliza como un marco
a los dramas que viven los personajes. Otro factor que llamó mi atención fue el
relato de un abuso de poder: entre otros desmanes perpetrados por los militares
del relato, sobresale el secuestro que sufren las mujeres escogidas por estos,
especialmente los de rango superior, como amantes. En realidad, son jóvenes
secuestradas, sustraídas de su ambiente familiar y de sus pueblos para vivir
como servidoras sexuales de generales, coroneles y otros mandos. Aunque no se
presenta este hecho en forma de abierta denuncia, el mismo hecho de hacerlo vivir
al detalle y con toda su crudeza lo es, así se trate de un pasado relativamente
lejano. La actitud de estas mujeres, sometidas por la fuerza, consiste en una clase
de resistencia que acaba por acarrear la miseria moral de sus captores.
Esclavas que terminan siendo, a los ojos de un lector como yo, verdaderas heroínas
poderosas y atractivas. A pesar del sufrimiento que padecen por su cautiverio, varias
de ellas son valientes y ejemplares. Por cierto, siendo que el personaje
protagónico de la historia es el pueblo de Ixtepec, ese protagonismo termina
encarnado en uno de esos personajes femeninos. Se trata de un final estrechamente
ligado a las palabras con que inicia la novela, lo que le confiere una
estructura perfectamente redondeada, con un final que, a mi parecer, es
perfecto.
No me gustaría resumir,
como suele hacerse en las reseñas, la trama de esta novela. Bástame decir que,
entre otras cosas, es la historia de un pueblo, quizá inventado, donde la
guerra convierte a sus habitantes en una comunidad sitiada, tomada
militarmente, humillada y resistente hasta donde las fuerzas y la creatividad humanas
(sin armas, sin balas) son capaces de resistir. La prosa de Elena Garro es, por
momentos, poética. El realismo mágico aparece aquí, antes de que se mencione en
el mundo literario, con toda naturalidad y gracia. Por momentos, también, quisiéramos
que algunos pasajes fueran un poco más sucintos, más breves, pero aun así, el
texto es plenamente disfrutable. Algún día lo habré de releer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario