sábado, 29 de octubre de 2022

Sobre un cuento de Bavispe, de Carlos René Padilla. Por Agustín García Delgado

 


Anoche, 28 de octubre de 2022, asistí a la entrega de los premios Guillermo Rousset Banda de ensayo político (otorgado a Carlos Murillo González), y el José Fuentes Mares de Literatura (para Carlos René Padilla). Ambos son de carácter nacional y los convoca la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez (UACJ), en el estado de Chihuahua.

                Carlos Murillo pertenece a la comunidad de la UACJ desde hace muchos años y es el primer miembro de esa casa (si mal no recuerdo) que obtiene el Rousset Banda en el área de ensayo político. Sociólogo y profesor. Su libro, aún inédito, se titula Combatiendo la anomia. Protesta y movimientos sociales en el Juárez del siglo XXI. En cuanto salga de las prensas universitarias, desde luego, lo conseguiré para leerlo y comentarlo.

                Carlos René Padilla, por su parte, es un escritor y periodista que, pese a su juventud, ha dejado una estela notoria de obras y premios estatales (en Sonora) y nacionales. El Fuentes Mares lo mereció por su cuentario Bavispe, publicado en Nitro Noir (2022). De este autor es de quien hablaré en el presente artículo, pues tuve el tino de obtener el texto mencionado.

                En primer lugar, inmerso en el mar de discursos oficiales y oficiosos, inevitables en una ceremonia institucional, llegó Carlos René a ofrecer un discurso sencillo, sin rebuscamientos, de convincente sinceridad que conquistó de inmediato mi simpatía. No lo había leído antes (acúsome de tal falta), y su discurso me animó a conocerlo por sus letras. Hoy mismo, conducido por el consejo de Fernando Savater (Despierta y lee), tomé mi desayuno frugal, me serví un café puro y bien cargado, acomodé Bavispe en el atril y leí el primero (y sólo el primero, por hoy) de los nueve cuentos: “Plañidera”. Algo tiene la prosa de Padilla que me atrapa. Si acaso está influida por Juan Rulfo, García Márquez y otros, su homenaje a esas literaturas consigue un efecto contrario a la imitación: a nadie se parece, la padillana escritura, sino a sí misma. Me sedujo su manejo del español, que consigue alejarse de los lugares comunes en la narrativa (una virtud que me parece difícil e inusual). Lo hace de manera sutil y casi imperceptible, con un giro acá y un otro más adelante, de una manera que suena del todo natural. Pero lo que más disfruté en este cuento comenzó desde el segundo párrafo. Un humor que no se poya en equívocos, en chistes, comedia o caricatura, sino que está implícito en la psicología de la protagonista, en sus actitudes y actividades (una principal: llorar). Así, lo que parece comenzar como algo trágico, o por lo menos triste, se convirtió, para mí, en motivo de risa. De principio a fin.

                Dirán ustedes que cómo, luego de haber descubierto este inesperado tesoro narrativo, pierdo mi tiempo escribiendo sobre la orilla primera de la veta. Es que, cuando encuentro algo bueno y nuevo, me gusta saborearlo poco a poco. Como el bacanora y la cecina sonorense, que conocí esa noche gracias también al generoso amigo que es Carlos René (y a la hermosa Yuyú). Escribir acerca de lo leído es una de mis formas de disfrutarlo al doble, mientras me llega la oportunidad de volverlo a leer. La convivencia con él y su esposa, con Mauricio Carrera, con nuestros amigos del Colectivo Zurdo Mendieta, fue también un regalo de esa noche al espíritu. Desde luego, voy a saborear poco a poco, quizá un cuento por día, el volumen completo, ya con la garantía que me ha dado esta grata bienvenida al arte del escribidor sonorense, de quien me confieso admirador desde ahora (más bien desde ayer, que lo escuché en su sencillo y humanísimo discurso de recepción del premio).

 

 

Ciudad Juárez, 29 de octubre de 2022

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