Anoche, 28 de octubre de 2022, asistí a la entrega de los premios Guillermo Rousset Banda de ensayo político (otorgado a Carlos Murillo González), y el José Fuentes Mares de Literatura (para Carlos René Padilla). Ambos son de carácter nacional y los convoca la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez (UACJ), en el estado de Chihuahua.
Carlos
Murillo pertenece a la comunidad de la UACJ desde hace muchos años y es el
primer miembro de esa casa (si mal no recuerdo) que obtiene el Rousset Banda en
el área de ensayo político. Sociólogo y profesor. Su libro, aún inédito, se
titula Combatiendo la anomia. Protesta y movimientos sociales en el Juárez
del siglo XXI. En cuanto salga de las prensas universitarias, desde luego,
lo conseguiré para leerlo y comentarlo.
Carlos René
Padilla, por su parte, es un escritor y periodista que, pese a su juventud, ha
dejado una estela notoria de obras y premios estatales (en Sonora) y
nacionales. El Fuentes Mares lo mereció por su cuentario Bavispe, publicado
en Nitro Noir (2022). De este autor es de quien hablaré en el presente artículo,
pues tuve el tino de obtener el texto mencionado.
En
primer lugar, inmerso en el mar de discursos oficiales y oficiosos, inevitables
en una ceremonia institucional, llegó Carlos René a ofrecer un discurso
sencillo, sin rebuscamientos, de convincente sinceridad que conquistó de
inmediato mi simpatía. No lo había leído antes (acúsome de tal falta), y su
discurso me animó a conocerlo por sus letras. Hoy mismo, conducido por el consejo
de Fernando Savater (Despierta y lee), tomé mi desayuno frugal, me serví
un café puro y bien cargado, acomodé Bavispe en el atril y leí el primero
(y sólo el primero, por hoy) de los nueve cuentos: “Plañidera”. Algo tiene la
prosa de Padilla que me atrapa. Si acaso está influida por Juan Rulfo, García
Márquez y otros, su homenaje a esas literaturas consigue un efecto contrario a
la imitación: a nadie se parece, la padillana escritura, sino a sí misma. Me
sedujo su manejo del español, que consigue alejarse de los lugares comunes en
la narrativa (una virtud que me parece difícil e inusual). Lo hace de manera sutil
y casi imperceptible, con un giro acá y un otro más adelante, de una manera que
suena del todo natural. Pero lo que más disfruté en este cuento comenzó desde
el segundo párrafo. Un humor que no se poya en equívocos, en chistes, comedia o
caricatura, sino que está implícito en la psicología de la protagonista, en sus
actitudes y actividades (una principal: llorar). Así, lo que parece comenzar
como algo trágico, o por lo menos triste, se convirtió, para mí, en motivo de
risa. De principio a fin.
Dirán
ustedes que cómo, luego de haber descubierto este inesperado tesoro narrativo,
pierdo mi tiempo escribiendo sobre la orilla primera de la veta. Es que, cuando
encuentro algo bueno y nuevo, me gusta saborearlo poco a poco. Como el bacanora
y la cecina sonorense, que conocí esa noche gracias también al generoso amigo
que es Carlos René (y a la hermosa Yuyú). Escribir acerca de lo leído es una de
mis formas de disfrutarlo al doble, mientras me llega la oportunidad de
volverlo a leer. La convivencia con él y su esposa, con Mauricio Carrera, con
nuestros amigos del Colectivo Zurdo Mendieta, fue también un regalo de esa
noche al espíritu. Desde luego, voy a saborear poco a poco, quizá un cuento por
día, el volumen completo, ya con la garantía que me ha dado esta grata
bienvenida al arte del escribidor sonorense, de quien me confieso admirador
desde ahora (más bien desde ayer, que lo escuché en su sencillo y humanísimo
discurso de recepción del premio).
Ciudad Juárez, 29 de
octubre de 2022
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