martes, 27 de junio de 2023

EXPERIENCIAS EN LA FERIA DEL LIBRO. Por Agustín García Delgado

 


1. Rosina Conde

Estaba muy tranquilo en casa, reponiéndome de un viaje prolongado y feliz de prescindir, por una vez en varios años, del bullicio que ofrece una feria del libro. Es decir, sí me gustan los libros, me encanta conocer a los autores, saludar a quienes conozco en ese medio, pero es mucho trajín para mis años y obstruye mi propensión al aislamiento.

            Por suerte, recibí un telefonema cuando faltaban pocos días para que terminara el festival (porque, en rigor, una feria del libro es eso: una fiesta donde confluyen editoriales, escritores, lectores y curiosos en torno a stands de publicaciones, conferencias, proyección de documentales, cursos). No faltan las reuniones espontáneas de viejos amigos y gente que recién se conoció en ese ir y venir entre anaqueles literarios. Esta es la parte más humana de la Feria, donde las anécdotas son mucho más variadas que el fenómeno mismo de la escritura, las obras.

            Pero yo me pensaba perder de todo eso y descansar de un viaje en la paz de mi casa. Trataba de terminar una lectura, también (Beloved, de Toni Morrison, traducida al español y vertida en mi biblioteca Kindle). Sin embargo, por suerte, como dije, alguien me llamó y propició una serie de encuentros felices en ese medio que yo estaba evitando. Reconocí de inmediato la voz de Rosina Conde, escritora fecunda de cuya prosa puedo decir que me encanta por su lenguaje tan cercano al sentir de los norteños, especialmente del noroeste mexicano, pero estrechamente ligado con toda la franja septentrional y fronteriza. Así como me es de entrañable la escritura de Rosina Conde, lo es también su persona. Cálida, sencilla, sin aires de intelectual.

            Pues bien, me hizo feliz que me sacara del encierro, en primer lugar porque pude charlar de frente con ella, disfrutar su compañía y recibir, de su mano y autografiado, su libro más reciente, Que es un soplo la vida (Cetys Universidad, 2023). En la dedicatoria, con su bella caligrafía, Rosina refrenda la cariñosa y mutua afinidad que ha nacido entre nosotros a partir de unos cuantos encuentros en festivales y ferias literarias. Este libro lo aprecio por varias razones. Primero, porque es de mi querida amiga; después, porque es un libro de poemas, y ella suele publicar obras narrativas (aunque también escribe teatro, guiones, produce discos de canciones con su voz, audiolibros; y tiene más quehaceres que no menciono ahora). También amo este libro por la importante circunstancia de ser un ejemplar de 300 que se imprimieron. Más allá de la suerte, la amistad de Rosina me hizo merecedor de un pequeño tesoro que muy pocos tendrán frente a sí, con el tiempo de leerlo y releerlo.

            Que es un soplo la vida comienza con un inteligente y sensible comentario de la poeta Ruth Vargas Leyva, radicada desde su niñez en Tijuana. Ahí, nos recuerda varios de los textos que la tradición poética nos ha legado acerca de la muerte del padre, algunos de los cuales están presentes, de una u otra manera, en el libro de Rosina: las Coplas a la muerte de su padre (Jorge Manrique), algún verso de Dylan Thomas (quien también escribió elegías a su padre). Es igualmente reconocible la presencia de una cultura vasta de la autora, que no puede dejar de evocar temas de la Grecia clásica, de Constantin Kavafis, el Libro Egipcio de los Muertos, la Biblia, la cultura mexica, y otras que mi ignorancia impide advertir.

            Las primeras páginas del poemario de Rosina constituyen una especie de responso, y también de momentos revividos por la memoria en el proceso mismo del duelo por la muerte del padre. Son catorce poemas que oscilan entre la reflexión íntima, la evocación del padre y la conversación en segunda persona, mediante un monólogo que nos pone ante la presencia indudable del otro (el padre), que atento escucha. También son poemas de movimiento: Rosina baila, canta, regresa a los lugares donde estuvo el padre, los momentos que compartió con él. Poemas donde habita el amor familiar animado con canciones, con la fuerza de los hermanos presentes y la madre.

            Son versos escritos con la libertad que da la práctica de una prosa humana, cerca de la vida real. Y Rosina Conde es una reconocida maestra de la narración. Poesía hecha de relatos y anécdotas, la de este nuevo libro. Sabemos que prosa y poesía nunca han establecido una frontera nítida entre ambas. Ni lo harán. El tono, el asunto y la manera como fluye lo versado: eso es lo poético en la obra que estoy comentando.

            Cuando una imagen, un verso, surgen más del sentir auténtico que de la retórica y las técnicas tradicionales de la poesía, pueden alcanzar intensidades que calan profundo. Cito, sólo por servirme de un ejemplo: “todo es un vivir a la expectativa sin saber cuándo volverán las ‘Golondrinas’, / porque la muerte, traviesa, ha derribado sus nidos”. Para mi gusto, es un acierto que el libro comience precisamente con esta elegía al padre; bellos poemas y hermoso homenaje.

            Aunque, quizá por su extensión breve (80 páginas numeradas), el libro posterga la división en secciones, podríamos reconocer tres partes bien diferenciadas: la elegía al padre; una serie de poemas donde la poeta recuerda a sus amigos fallecidos, casi todos del mundo literario; “Poemas por Ciudad Juárez” (serie de diez textos conmovedores y doloridos, pero también combativos y un contundente reclamo a toda a sociedad, a todos nosotros cuando culmina un poema con este verso “También el silencio es violencia”).

            Entre los poemas-homenaje a sus amigos fallecidos, están los dedicados a personas amadas, como su madre, en el poema titulado “¿Tu ausencia?”; como la pareja entrañable del padre y la madre (“Mis padres en su piano”, no puedo dejar de releerlo); y un puñado de artistas que partieron de este mundo en fechas recientes, dejando una huella en Rosina porque con ellos convivió y compartió la vida de las letras, las tertulias, la academia. La escritora tijuanense (aunque nació en Mexicali) es una maravillosa persona, y su amistad es una irradiación de amor. Creo que en estos versos está la síntesis de su cariño hacia los compas: “Los amigos son un premio / que no llegan en bandada / y se cuentan con los dedos / los que brindan su confianza”. Así comienza uno de los poemas que, sobre su paisano Federico Campbell, pueblan Que es un soplo la vida.

            Precisamente esa confianza, ese cariño, es lo que agradezco más del hecho de conocer a esta mujer de oro, que me ha brindado muestras de su bonhomía y me ha dejado imborrable huella, a pesar de las poquísimas oportunidades que hemos tenido de coincidir.

            Rosina me sacó de mi encierro y me hizo disfrutar algunos momentos de la Feria del Libro en Ciudad Juárez. Por ella, también, conocí a Jorge Ortega, persona grata y magnífico poeta (quien me obsequió su poemario Devoción por la piedra y, tonto de mí, no procuré su autógrafo). Asimismo, conseguí otros libros regalados y compré algunos más. Su lectura me distrae del calor que trajeron estos meses. Gracias, amiga.

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