Ejercicios
I.
Levantarse en cuanto
los ojos acaban de abrirse. Abrirse a la resignación de acatar la rutina diaria
y sus tediosas minucias. No, el tedio no es digna vida, mucho menos vale la
pena contarse. En cambio, la perspectiva de emprender un ejercicio distinto
cada día, o al menos una variación de los ejercicios que se han venido
realizando durante un tiempo determinado, eso sí que da color y sazón a la
tarea de mover los músculos externos e internos (imaginar, pensar, emocionarse).
Una tarea, pues, creativa e impulsada por un estímulo humanamente valioso. De tal
estímulo o motivación hablaremos luego. Por lo pronto, y para ir de inmediato
al punto, relataré mi experiencia con una letra y música chilenas: “La
petaquita”, de Violeta Parra. Tal fue mi ejercicio de hoy, y he ido despacio, como
en un culto a la lentitud (para honrar el concepto de Carl Honoré con su libro Elogio
de la lentitud).
Encontré en uno de
los soportes musicales más conocidos (apple music) esta pieza, empleando como
palabras de búsqueda el nombre de la artista chilena. También está en otros
lugares. Oí reproducidas un manojo de obras suyas muy conocidas, y algunas que
no recuerdo haber escuchado antes, como esta de la petaquita. Me sedujo la
sencillez, tanto del texto como de la música. Sobra decir que el timbre mismo
de la voz de esa poeta sudamericana basta para ceder al embrujo de repetir
muchas veces la grabación, hasta volverla parte de mi repertorio cancionil
predilecto. También está presente, desde luego, la simple y hasta cierto punto
contradictoria filosofía que propone. En resumen, la voz dice poseer una petaca,
es decir, una pequeña caja, maleta o estuche donde guarda “las penas y pesares
que estoy pasando”. El estribillo, cuando se canta después de la primera
estrofa, parecería indicar que un día, esos pesares y esas penas han
desaparecido, porque “algún día / abro la petaquita / la hallo vacía”. Sin
embargo, las siguientes estrofas aluden al deseo, por parte de mujeres y
hombres, de tener pareja, casarse, pero ese deseo, como las penas y pesares
guardados en la petaquita, y convertidos en oportunidades, ocasiones de
cumplirse, también desaparecen: al abrir la petaquita, no hay nada allí. Mi
interpretación está justificada por el tono melancólico de la canción y, sobre
todo, porque ese adverbio, ‘pero’, indica una frustración: la esperanza, al
abrir la petaca, es hallar algo dentro. Vacío, es lo único que el tiempo ha
dejado. Los señores y las niñas de la canción quieren lo que no tendrán. El
campo léxico del principio apoya esta noción de un destino triste: ‘penas’ y
‘pesares’ que estoy pasando, dice la voz poética. Cierto que es una dulce
tristeza, como varias canciones de Violeta (“Volver a los 17”, “Run-rún se fue
pa’l norte”, etcétera). La fatalidad o, simplemente, el destino: los hombres
llevan escrito en el sombrero su deseo de casamiento; las “niñas” lo llevan
escrito en el vestido. Sin embargo, como el destino de la misma cantante
chilena, la soledad será lo que obtengan de su anhelo, representado por la
petaquita.
La motivación que
impulsó este ejercicio es doble. Necesitaba ocuparme en algo placentero por
desafiante; me interesa, además, mostrar la cercanía, la identidad de dos
culturas latinoamericanas, chilena y mexicana, en una canción que bien pudo ser
escrita durante la Revolución mexicana, si tan sólo tuviéramos una poeta-compositora
entre nosotros. Desde luego, no faltan piezas de ese tiempo o anteriores con el
mismo espíritu, con una filosofía sencilla y universal como la de La petaquita.
Por suerte, aún pueden encontrarse, aquí y allá y gracias a la gran red, casi
todas las canciones de Violeta, quien sigue viva en la tradición chilena y en
las varias biografías que de ella se han hecho, una de las cuales agradecemos a
su hijo, el también músico y cantante Ángel Parra (Violeta se fue a los
cielos. [Catalonia, Santiago de Chile, 2018] Se puede conseguir en Amazon,
incluso en Kindle y a buen precio).
Fui lento, sí, me
tomé el tiempo de intentar la armonización y adornos melódicos en la guitarra. Muy
simples, como he dicho, pero tomemos en cuenta que no soy músico. También
procuré adecuarla al tono de mi voz para poder cantarla y así vivir con mayor
plenitud el sentido de esa pequeña obra de arte, verdadero poemita destinado al
disfrute popular. Me atrevo a compartir un vínculo de la Internet para que
puedan escucharla quienes lo deseen: https://www.youtube.com/watch?v=glmZmA8nKtE
También, desde luego,
transcribo aquí abajo la letra para que la conozcan ustedes sin abandonar la
comodidad de la página.
Concluyo recordando
el asunto del inicio: esta reflexión es un ejercicio ideado con el fin de darle
sentido al curso rutinario de cada día. Cada día, pues, uno puede amanecer con
una tarea semejante en mente, y esto exigirá tal dedicación y energía que no
quedará espacio para el tedio ni la preocupación. Es más, creo que a través de
este juego de hacer cosas como analizar atentamente una canción, un poema, un
tema cualquiera, se puede ser feliz. No hace falta dinero para ello, ni comprar
nada (bueno, conviene pagar el servicio de internet para tener más a la mano
los archivos necesarios, o bien, acudir a las bibliotecas públicas: también
están llenas de sorpresas y diversión). Tampoco es obligatorio aprender un instrumento
musical. Eso forma parte de otra actividad maravillosa y de personal elección,
capaz de agregar valor a las horas y los días de una existencia. Las otras
tareas, como las labores domésticas, regar las plantas del jardín, convivir con
la familia y los amigos, serán así más placenteras y ricas. Lo garantizo.
La petaquita
(Violeta Parra)
Tengo una petaquita
para ir guardando
las penas y pesares,
que estoy pasando.
Pero algún día,
pero algún día,
abro la petaquita
y la hallo vacía.
Todos los hombres tienen
en el sombrero
un letrero que dice:
casarme quiero.
Pero algún día,
[…]
Todas las niñas tienen
en el vestido,
un letrero que dice:
quiero marido.
Dicen que le hace,
pero no le hace.
Lo que nunca he tenido
falta no me hace.
Pero algún día,
[…]
No hay comentarios:
Publicar un comentario