Los ricos dominarán el mundo. Mejor dicho, lo dominan desde hace mucho. No es que yo prefiera un dominio de los pobres o de la clase media: buenos y malos regentes del mundo habrá en todas las clases e ideologías, aunque en realidad no he visto a un pobre al frente de su país, para evaluarlo; cuando alguien llega al poder, si acaso alguna vez fue pobre, ahí deja de serlo, pues el poder modifica el estatus de las personas. No es que quiera denostar la existencia de clases sociales, de unos cuantos millonarios encumbrados; en rigor, si no me entero de cómo influyen los potentados en la vida cotidiana, en mi propia vida, poco me importa que tengan más o menos, pues en mi escala de valores no se cuenta el deseo de tener, obtener o atesorar dinero y propiedades. Pienso que, siendo la vida tan efímera, es absurdo vivirla entre montones de dinero que ni siquiera puedes contar. Es cierto: muchos millonarios no podrían decir exactamente cuánto dinero tienen. Creo que algunos no han conocido la cuantía de sus posesiones. No han caminado la total extensión de sus terrenos, no han habitado en todas sus casas y edificios, no han piloteado todos sus vehículos (ya quisiera yo tiempo para pilotear mi bicicleta). ¿Cuál es el sentido, entonces, de tener tanto?
Desde hace algunos años se habla de
avances médicos hacia la prolongación indeterminada de la vida. Incluso hay
afirmaciones extremas: se podría suprimir la muerte. Algo dentro de mí me
advierte que eso es una muestra de ceguera humana. Pretensiones hay tan
absurdas como el progreso infinito, la búsqueda de felicidad en el placer, la superioridad
de unas razas humanas sobre otras, o ver a la naturaleza como el enemigo a
vencer en aras de conquistar el bienestar de la gente (no de toda la gente, eso
es seguro).
Por ilusoria que parezca la idea, es
posible que surjan cada vez mejores medios para extender la vida y un día se logre vencer a las
enfermedades. Falta mucho, pues ahora mismo no hemos conseguido entender
plenamente el cáncer y muchas afecciones azotan al mundo sin que nadie
encuentre cura pronta y definitiva. No obstante, una persona enferma, si tiene
dinero, sin duda accederá a los últimos avances médicos y así su esperanza de seguir
caminando sobre la tierra será mayor. Si un día se encuentra la fórmula de la
inmortalidad o algo que se le acerque, estará disponible para unos cuantos,
como ahora están las medicinas caras. El resultado será que una élite adinerada
se verá más joven longeva, generación tras generación, mientras el resto de la
humanidad seguirá lidiando como hasta ahora con sus males hasta donde sus recursos
lo permitan. Imaginemos el escenario del mundo dentro de trescientos años: unas
pocas familias de “jóvenes eternos”, asquerosamente ricos y poderosos, gobernarán
cada país, o quizá un imperio mundial unificado, donde el resto de los humanos
serán todos lacayos, empleados de corta vida sin expectativas de ascender en la
escalera económica. No es imposible, ahora mismo no hay un verdadero freno a los
monopolios y ello polariza la economía de manera constante y visible:
banqueros, políticos y capos narcos dominan casi cada país del planeta. Los
trabajadores sin ambición, conformistas como yo, sueñan con la igualdad, pero
nada hacen (quizá porque no pueden) para construir un mundo más justo. Aclaro
que mi conformismo se reduce al aspecto económico: creo que toda la gente debe trabajar
bien, cultivar el arte y la salud, aprender cosas nuevas, mejorar sus
relaciones con los demás, cuidar la naturaleza que nos da hogar. Creo que no
hace falta riqueza para ocuparse de esas cosas, que constituyen mi mayor
interés. Pero tal vez no sea posible debido a la pasividad de los soñadores, y
el mundo parece avanzar hacia mi pesadilla pesimista: los ricos dominarán al
mundo y lo conservarán en el estado que conviene a su interés; crearán
ideologías que justifiquen la desigualdad y el dominio absoluto de unos cuantos
(inmortales) por encima de los muchos (poco longevos). Crearán sistemas de
salud que sólo ellos podrán pagar. Tal vez lo están haciendo ya y ni cuenta nos
damos, aunque deseo más que nunca estar equivocado.
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