Un aspecto no menor es el que la segunda parte —en realidad podría ser la primera, pues es una especie de flashback—, que ocurre en Estados Unidos, involucra tanto a una logia masónica como a la famosa agencia de investigaciones Pinkerton, tematizada también por Dashiel Hammet en sus novelas. Y algo hay de pintura del mundo laboral minero y el bandidaje que floreció en medios rurales americanos del siglo XIX; a ratos me parecía estar leyendo Los bandidos del río Frío o algo por el estilo. Insistiré en la prosa deliciosa ——con algunas pinceladas de naturalismo en esta segunda parte—, que no escatima detalle ni se excede en ellos, de sir Arthur. Algo más: la novela donde Holmes no es el héroe resulta más emocionante que la otra (I’m sorry, Sherlock).
Las situaciones narradas en ambos libros (o las dos
partes de El valle del miedo) bastarían para sostener el interés de un
lector durante sus 158 páginas (Fontamara, Barcelona, 1982; traducción:
Francisco Cusó). Pero, no obstante los posibles tropiezos de la traducción, es
notoria la maestría prosística del escritor inglés: basta su estilo, su manera
de retratar personajes y describir situaciones, lugares y emociones para que
uno disfrute la lectura, línea por línea, hasta el final.
Debo decir que, antes, nunca leí con tal atención un
texto de sir Arthur. Este me atrapó de tal modo que no pude abandonarlo sino
hasta dar vuelta a su página final en tres o cuatro días, un tiempo inusual en
mí desde que cumplí los 50. En resumidas cuentas, lo recomiendo y me recomiendo
a mí mismo seguir leyendo las aventuras, sherlockianas o no, legadas por el
insigne literato inglés.
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