sábado, 18 de septiembre de 2021

Una novela de Conan Doyle. Por Agustín García Delgado

 


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Leí hace poco El valle del miedo, de Arthur Conan Doyle. Interesante libro, por varias razones: la primera, que se trata de dos novelas en una. La inicial incluye al agudísimo detective Sherlock Holmes y a su paciente cronista, el doctor Watson. Otra historia constituye la segunda parte; en esta no aparece ninguno de los dos amigos. Sir Arthur conecta magistralmente ambas historias (no es cuestión aquí de resumirlas). En rigor, son dos relatos independientes, uno de ellos es un caso detectivesco; el otro, la precuela, podríamos llamarlo así. Otro detalle interesante: en el caso de la primera narración se menciona fugazmente al profesor Moriarty, único némesis digno de Holmes, pero no aparece el personaje en el relato. Luego, al final de la segunda parte, Moriarty vuelve a ser nombrado como seguro participante en un asesinato irresuelto.

Un aspecto no menor es el que la segunda parte —en realidad podría ser la primera, pues es una especie de flashback—, que ocurre en Estados Unidos, involucra tanto a una logia masónica como a la famosa agencia de investigaciones Pinkerton, tematizada también por Dashiel Hammet en sus novelas. Y algo hay de pintura del mundo laboral minero y el bandidaje que floreció en medios rurales americanos del siglo XIX; a ratos me parecía estar leyendo Los bandidos del río Frío o algo por el estilo. Insistiré en la prosa deliciosa ——con algunas pinceladas de naturalismo en esta segunda parte—, que no escatima detalle ni se excede en ellos, de sir Arthur. Algo más: la novela donde Holmes no es el héroe resulta más emocionante que la otra (I’m sorry, Sherlock).

Las situaciones narradas en ambos libros (o las dos partes de El valle del miedo) bastarían para sostener el interés de un lector durante sus 158 páginas (Fontamara, Barcelona, 1982; traducción: Francisco Cusó). Pero, no obstante los posibles tropiezos de la traducción, es notoria la maestría prosística del escritor inglés: basta su estilo, su manera de retratar personajes y describir situaciones, lugares y emociones para que uno disfrute la lectura, línea por línea, hasta el final.

Debo decir que, antes, nunca leí con tal atención un texto de sir Arthur. Este me atrapó de tal modo que no pude abandonarlo sino hasta dar vuelta a su página final en tres o cuatro días, un tiempo inusual en mí desde que cumplí los 50. En resumidas cuentas, lo recomiendo y me recomiendo a mí mismo seguir leyendo las aventuras, sherlockianas o no, legadas por el insigne literato inglés.


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