martes, 1 de junio de 2021

Un partido honesto. Por Agustín García Delgado

Ahora que las ideas, principios e ideologías parecen diluirse en aras de un supremo interés político —el poder— es un buen momento para formular preguntas. Por ejemplo, ¿nunca fue cierto el discurso de candidatos o líderes en las públicas arenas (mítines o medios masivos de comunicación)? Hubo ingenuos que lo creyeron. Hubo discursantes a quienes llegué a creer, así fuera parcialmente y con reservas. Otra pregunta se me ocurre: ¿Es posible la existencia de un partido de la simple, transparente honestidad, fuera de colores ideológicos e intereses de tipo económico o de dominación? Esta segunda es mi pregunta principal desde hace décadas, pero advierto cómo de ahí surgen otras, inevitables y perturbadoras. Tal vez la política no es sino aquella práctica que entendemos por su definición más fría y maligna: el arte de luchar por el poder y, una vez obtenido, afianzarlo durante el mayor tiempo y la mayor amplitud posibles. No importan los medios. ¿Es así? En tal caso, la mayor parte de los ciudadanos hemos sido siempre ingenuos. La política es también el arte de mantener la conciencia ciudadana en un estado de ingenuidad permanente.

Si lo anterior es cierto (yo quisiera que no), aún me atrevo a insistir: ¿Es posible una agrupación o partido cuyo único e inviolable principio sea la honestidad? Esto implica varios presupuestos (según yo):

1. adiós a las ideologías, que obligan a tomar decisiones partidistas, ajenas al interés común;

2. el pueblo no son solamente los pobres sino, en la misma medida, los ricos, los gremios todos, los grupos de toda denominación religiosa —o ideológica, en su caso—;

3. los funcionarios dirigentes deben poseer, además de honestidad y conocimientos en su área de trabajo, inteligencia probada;

4. aunque un partido honesto debe ser laico —puesto que se gobierna para todos—, debe adoptar principios que son pilares de la honestidad y que ya han sido formulados en varias religiones: “no robar” —ni permitir que otros roben, “no mentir” —sobre todo, no mentirle al pueblo—, “no codiciar bienes ajenos” —ni bienes o riquezas de ningún tipo, pues la función del gobernante honesto es servir al pueblo, no servirse a sí mismo.

Con este inicio, podría formarse un Partido de la Honestidad, ¿cierto? O soy el más tonto de todos los ingenuos, y se trata de un sueño imposible. Tal vez deba volver a Nicolás Maquiavelo, quien sí sabía de lo que hablaba.

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