jueves, 10 de diciembre de 2020

Una ventana que se abrió en la Discoteca Valentinos. Por Jesús Chávez Marín


Fotografía: Pedro Chacón


El verano de 1980 Leticia vivió dos hechos que le hubieran podido ser útiles para decidir su destino amoroso, pero no los supo aprovechar. Ella y otras cinco amigas habían planeado irse una semana de vacaciones a Mazatlán para festejar que terminaban su carrera de relaciones comerciales en el Tecnológico de Chihuahua.

Un mes antes, Óscar decidió festejar el primer aniversario de noviazgo comprándole un anillo de compromiso verdaderamente hermoso, y le propuso matrimonio. En el calor del festejo, ella le dijo que sí, y la verdad no tuvo ninguna duda de la respuesta. Hasta que dos meses después, en una suite de un hotel en Mazatlán, tuvo la certeza absoluta de que no amaba a su novio, en realidad no lo había amado ni un solo minuto de todo el año en que estuvieron juntos.

El factor que le trajo esa iluminación fue la noche de amor apasionado que vivió con Francisco, un turista guapo al que conocieron la segunda noche, en la Discoteca Valentinos. Él vio al grupo de amigas desde que llegaron. Cuando estuvieron instaladas en su mesa les mandó una ronda de las bebidas que cada una estaba tomando, mismas que ellas estuvieron a punto de rechazar. Pero cuando vieron que era un joven de su edad quien se las ofrecía, aceptaron muy sonrientes.

Él ordenó al mesero que las atendiera durante el resto de la noche, y pusiera el consumo en su cuenta. Dejó circular el tiempo un buen rato antes de acercarse. De manera informal y liviana sacó a bailar a Leticia, quien aceptó encantada.

Fue la típica noche inolvidable, el amor de verano que dura la eternidad de unas horas intensas que dejan huella.

Francisco tenía su boleto de avión para las 11 de la mañana del día siguiente, así que les pidió permiso de acompañarlas en su mesa; cuando cerraron el lugar, las invitó a caminar por el malecón. Tres de las amigas prefirieron regresar a su hotel y los demás hicieron un paseo tranquilo a la orilla del mar.

Hacía un clima delicioso y la conversación de Francisco era encantadora; ellas también avivaban su ingenio, estimuladas por la magnífica aura de la noche y por la velada levemente alcohólica que compartieron. Desde que iniciaron el regreso, Leticia y Francisco caminaron tomados de la mano como una pareja de enamorados; de vez en cuando él la abrazaba cariñoso y ella se dejaba querer. Al llegar a la zona hotelera, las chicas se dirigieron a su habitación; Leticia se despidió de ellas, les dijo con toda naturalidad que pasaría la noche con Francisco.

Esa conducta era extraña en Leticia, quien era conocida por ser una mujer sensata y poco apasionada. Ni el sexo ni el amor eran factores que le interesaran gran cosa, ni siquiera se acostaba con su novio, y tal vez hasta esta noche nunca había tenido relaciones sexuales.

Ella misma estaba asombrada: desde que aterrizaran en el aeropuerto de Mazatlán había entrado a una especie de dimensión donde los impulsos y las ideas quedaron suspendidos mediante una actitud en la que su voluntad eliminó los filtros; su cuerpo se abandonó a una especie de furor tropical, vacaciones totales que formaban esta realidad avasallante.

Su fugaz aventura amorosa con Francisco fue una explosión de linfa y vertiginosa educación sentimental: estaba segura de haberse enamorado por completo de aquel hombre al que ya jamás vería; desde el principio supo que su amor era una estrella fugaz y que había una hora exacta en que terminaría, pero no le importaba. Estaba segura de la trascendencia espiritual y física de aquella pasión avasallante.

A la mañana siguiente le ayudó a empacar su equipaje y lo acompañó en el taxi al aeropuerto, como si fueran una pareja de esposos que se despiden. Cuando iba de regreso ella sola hacia al hotel, no sentía tristeza sino un regocijo íntimo causado por el milagro del amor. Ya era distinta, y lo sabía, a pesar de que no estaba dispuesta a alterar ninguno de los planes que tenía desde siempre: acababa de graduarse, dedicaría un año a titularse y pronto iniciaría su vida profesional.

Solo había un pendiente que alteraría muchas de sus decisiones: había decidido no casarse con Óscar, a pesar de que desde hacía un mes estaba comprometida. Y tendría que decírselo esa misma noche, era lo más decente y considerado.

A las seis de la tarde salió del mar y se dirigió a su habitación, se dio un baño y se acomodó en un sillón de la terraza. Había pensado durante todo el rato si sería conveniente cortar a su novio por teléfono, aunque le parecía muy agresivo y desleal. Sin embargo, era un acto de honestidad aclarar pronto la situación con él, ya que todavía faltaban ocho días para el regreso y no deseaba que fuera a recibirla como su prometido, quería cortar por lo sano.

La conversación fue inesperadamente breve, pero no concluyeron las cosas como ella se lo había propuesto.

Le informó llanamente que ya no se casaría.

Él se mostró sorprendido y dijo que cómo le hacía esto, si solo un mes antes había dado el sí, luego de un año de noviazgo.

Ella respondió que era mejor corregir a tiempo los errores y que no deseaba continuar.

Está bien, dijo él, solo te quiero pedir un favor: que me permitas ir allá y platicarlo juntos, y acordar lo que haremos.

No podía negarle esa reunión, así que en eso quedaron. Él llegaría al día siguiente.

Leticia procuró que esa decisión no interrumpiera el buen ánimo de sus vacaciones; había ahorrado todo un año para tenerlas, así que disfrutó el desayuno con sus amigas, durante la mañana fueron a recorrer tiendas de artesanías donde compró regalos para su madre, sus hermanas y una ahijada que tenía. De cualquier forma, estuvo al pendiente de la hora, porque a las seis llegaría Óscar. Habían quedado de verse en el restaurante del hotel.

Cuando lo vio entrar, le sorprendió de sí misma que no sintiera ninguna pena por él, a pesar de que lo había cortado por teléfono. No había nada que explicar, todo estaba dicho. Sabía que él no era dado al drama, por su carácter era un tanto frío e inexpresivo.

Lo saludó con un cierto cariño, pero ya con la actitud de que no era nada suyo.

Él le dijo: No vine para pedirte ninguna explicación, sino para hacerte una propuesta: vamos a casarnos, cúmpleme la palabra. Ya todos nuestros conocidos saben que tenemos la fecha y todo está listo para la boda. Estoy consciente de que no me quieres, pero yo a ti sí, y con eso basta y sobra para un buen matrimonio. Te prometo que serás todo lo libre que quieras ser, y que cuando te fastidies de seguir casada, nos divorciamos de manera amistosa. No me contestes ahora, sino a tu regreso. Disfruta tus vacaciones y la siguiente vez que hablemos todo se hará exactamente como tú dispongas, el sí o el no.

Ella estuvo de acuerdo, un poco a regañadientes.

Ya no hablaron más del asunto, tomaron una copa y se despidieron como los mejores amigos. Óscar volaría de regreso esa misma noche, pues al día siguiente entraba a trabajar temprano.

Dos meses después, en la fecha señalada, Leticia y Óscar se casaron. En la ceremonia religiosa y en la fiesta se veían igual de contentos que todas las parejas de novios en su boda.

 

The end


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