Fotografía: Pedro Chacón
Un
artista que tenía los días contados decidió pintar su autorretrato. Nunca había
hecho uno, le parecía un acto vanidoso, para mentes un poco enfermas, como
Frida Kahlo o José Luis Cuevas.
Bueno,
eso pensaba él, a mí no me reclamen.
También
creía que no valía la pena, que ya nada importaba.
A pesar
de eso, le había entrado el impulso cuando el médico le avisó que ya no tenía
remedio.
Tenía
algunas ideas para el retrato, ni siquiera sería semejante al cuerpo que había
sido, ni a la ruina que ahora apenas respiraba, sin energía ni ánimo para
maldita la cosa. Pero le había llegado una intensa lucidez, y en su mirada se
agitaba el pensamiento.
Pintó
un reloj, y al fondo su silueta disminuida por el dolor; en otro plano su
cuerpo en la plenitud de la vida. Al centro, al fondo del cuadro, un campo
sembrado y la lluvia.
Lugares
comunes.
Nunca
pudo hallar en su fabulación imágenes ni memoria que reflejaran la muerte que
llegaba, tan rauda como un relámpago y tan fresca como el rocío.
The
end.
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