―Y ese suéter tan bonito, ¿quién se lo regaló?
―Ande,
es una historia muy curiosa. Me lo vendió una hermana de mi comadre Elvira, que
vive en Aguascalientes.
―¿Cuándo
fue usted para allá?
―No, si
lo compré aquí en Juárez: vino la hermana de mi comadre en un carro lleno de
ropa tejida, y en una tarde se le vendió todo; venía con ella un jovencito como
de quince años, hijo suyo, era el que manejaba el carro.
―Y por qué
es una historia muy rara ¿eh?
―Es que,
mire: la ropa la traen desde un ranchito que está cerca de La Chona. Dicen que
en ese rancho viven puras mujeres solas, nomás con sus hijos ¿ve?, no hay
hombres. Uno que otro viejito, claro, pero los canijos maridos casi todos
trabajan en los Estados Unidos; a su tierra nomás van por temporaditas, dejan a
las mujeres embarazadas y se devuelven.
―Oiga,
qué triste. Ha de ser muy feo para ellos vivir lejos de su gente, de sus hijos.
Y también para ellas.
―Pues
sí, ya ve que casi todos los que se van de mojados pasan la pena negra. Pero
esos no, qué va. Esos por comodinos. Lo que pasa es que allá en el otro lado
les ha ido bien, consiguieron trabajo seguro no sé dónde, entonces muchos ya
tienen otra señora, alguna gringa o chicana, qué sé yo, traen hasta carro, ya
ve que allá es fácil. El caso es que ya les gustó la vida blanda, ya es la pura
maña. Y a las otras tontas ya nomás las visitan, les dejan cualquier miseria de
dinero y se regresan muy orondos. Y aquí se quedan las pobres, a ver cuándo les
llega carta, o giro, asomándose todas las tardes a la estación del tren con la
esperanza de que llegue el infeliz marido.
―Válgame;
ya me imagino los cuentos: pues no, vieja, fíjate que por ahora es imposible
llevarte, vieras qué difícil es arreglar papeles y todo eso, chanza que
después, más adelante.
―Pero
¿usted cree?, qué se van a andar llevando a la pobre mujer con tanto hijo, si
allá viven muy quitados de la pena con la otra.
―Esa
señora, la hermana de su comadre, es muy luchista, ¿verdad? Venirse hasta acá desde
tan lejos a vender su ropita, pues para ayudarse.
―Pero
no crea que ella sola, todas las del pueblo empezaron a juntarse. Cuando vieron
que ya no les mandaban los fulanos, se unieron y entre todas consiguieron una
máquina tejedora de las grandes. Luego, luego, empezaron a tejer y a tejer; les
salió tan bonita la ropa que ya de los pueblos de alrededor llegan y les
compran, ya no necesitan salir a ofrecer la ropa en otros lugares. Por ejemplo,
mi suéter, ya ve que hasta a usted le gustó, y eso que siempre usa ropa tan
elegante, tan fina.
―Ande,
bueno fuera. Pero el suéter de veras está lindo. La siguiente vez que venga esa
señora, me avisa, para ver qué me compro.
―Bueno,
aunque hasta acá no viene muy seguido, nomás a visitar a su hermana, no a
vender. Ahora como venía en carro, aprovechó para traérselo lleno de ropa. ¿No
le digo que todo se le vende allá mismo? Ya tienen fama de buenas tejedoras.
―Pues
qué bueno, para que no sigan atenidas a los desgraciados de sus maridos. Y de
una vez habían de mandarlos por un tubo, se lo tienen merecido, ¿no?
―Sabrá
Dios. A lo mejor cuando ellos se enteren hasta les mandan pedir prestado, ya ve
cómo son. ¿Le traigo otra tacita de café?
The
end.
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