Fotografía: Pedro Chacón
Bartolo Belaunzarán llega al teatro, al café, a todo tipo de reuniones, y ansioso prende el teléfono celular para revisar sus mensajes, chistes que le llegan y las fotos de memes de pésimo humor que mandan desvanecidos amigos a quienes no conoce, y otros que jamás ha mirado, porque no existen. O existen en regiones tan lejanas como Perú o Japón.
Muy
escasos conocidos suyos le escriben, o le mandan uno que otro dibujito que
indica ¡recórcholis! o ¡habrase visto!
Bartolo
tampoco tiene mucho qué decirles, manda fotos de sí mismo en diferentes
lugares: en la mesa del comedor, en la biblioteca pública, desde el salón de
las computadoras donde se aplasta a revisar sus mensajes, etcétera.
Su
mujer lo acompaña a todas partes, como una sombra.
Desde
antes de que cumplieran 40 de casados ya se habían impuesto al silencio como la
única forma del amor o de la costumbre; ella también abre el celular en todas
partes, aunque no tanto como el marido.
Alguna
vida intensa halló Bartolo en la pantalla de su Amigo Cel de Telcel, que lo
mantiene mirándose en ese lago narcisista.
The end.
No hay comentarios:
Publicar un comentario