Fotografía: Pedro Chacón
Allá por el año 2010,
escritores de la ciudad de Chihuahua, entre quienes se contaba la hermosa
Edgarda Alana Morgana, originaria de un rancho llamado Las Delicias, platicaban
alegremente en casa de Adelita Valentina Matamoros Moreno. Uno de ellos alzó su
copa de vino y habló de esta manera: Oigan, ya va siendo hora de que nos
reconciliemos con Rogelio Montijo. No hay que ser tan gachos.
Otro
agregó: Es cierto, ya lo hemos castigado meses con la ley del hielo.
A
pesar de la incipiente borrachera, esa noche por cierto disminuida porque el fin
de semana tocó en fin de quincena y ya nadie traía ni un euro en que caerse
muerto, allí mismo comprendimos que tenía razón.
Pero
en eso, Edgarda Alana, que a veces era bien maldita, replicó: nada de eso,
Jaramillo. De ninguna manera. A pesar de tus razones tan sentimentales como
artificiales, esta vez te equivocas. Esta bestia tóxica jamás, y óyemelo muy
bien porque no voy a volver a repetirlo, jamás volverá a poner un pie en esta casa
de mi comadre. No tiene clase suficiente para seguir usufructuando nuestro
círculo, que es de lo mejorcito que se ha dado en esta ciudad a veces tan
vaquera y naca.
Fue
en ese momento cuando el silencioso y taciturno Luis David Gustavo Adolfo
Bécquer metió su cuchara: escúchenme todos un momento. Ustedes están muy lejos
de la verdad de las cosas. Lo mismo tú, Edgarda, con tu rigor a veces tan
feminazi; como tú, Jaramillo, que sueles decir nada más lo primero que se te
ocurre y luego te largas, te pierdes por años, te refugias en tu castillo de
Drácula que te heredó tu difunta esposa.
A
pesar de que ya mero se armaba la bronca ante las duras palabras de Luis David,
los mariachis callaron. Fue cuando aquel aprovechó para seguir pontificando
como si fuera obispo dos minutos después de retratarse con Benedicto XVI: El
problema no es el tarugo de Montijo. Ni su soberbia tan injustificada. Ni sus
libros tan malos de poesía hermética. No, señores y señoritas que les
acompañan. El problema es estructural.
Lo
que pasa es que muchos amiguitos y algunas señoras de esta resolana viven
todavía en el siglo 20. Y aceptémoslo: ese siglo ya pasó. Eso, camaradas, es
irreversible.
Luis
David Gustavo Adolfo Bécquer a veces usaba ese tipo de expresiones tan ya
pasadas de moda, como el de “camaradas”. Pero aún así ya no había quien le
callara la boca, y siguió dictando:
Por
ejemplo, el otro día vi a un señor que sacó muy orondo su chequera en la
tortillería y se puso terco en pagar el mandado y las salsas con cheque, ¿tú
crees? El muchacho de la tortillería jamás había visto un cheque en su vida y,
por supuesto, exigió que pagara en efectivo o con tarjeta de débito. El sujeto
se puso necio; los que estábamos en la fila empezamos a abuchearlo. Tragándose
su coraje, sacó dos billetes de a cien, recogió el cambio, echó los víveres en
una bolsa de ixtle que traía y salió de allí muy circunspecto.
¿Y
toda esa perorata qué tiene que ver con lo que estamos diciendo, Luis David?,
preguntó impaciente Jaramillo. Ubícate, maestro. Yo lo que propuse es que de
una vez por todas le regresemos nuestra amistad al pobre de Rogelio. Es todo.
No me vengas con tu filosofía portátil.
Portátiles
lo serán tus reconciliaciones mentecatas, méndigo hippie.
Eso
ya caló. Jaramillo se fue de la fiesta muy despichadito, pero antes empacó
cuidadosamente su guitarra eléctrica, el amplificador, dos bocinas, cuatro
libros de Herman Hesse, dos cazuelas de Paquimé donde había traído guacamole y
burritos de frijoles, su cajetilla de Marlboro rojos que como buen dinosaurio
del siglo pasado seguía fumando cada madrugada, y su bufanda roja, pues era
tiempo de frío.
¿Ya
ven lo que provoca su machismo de gringos viejos?, ya se nos fue Jaramillo que
era el alma de la fiesta. ¿Y ahora qué hacemos?
Vamos
a bailar un rato, ¿no?, propuso el gran artista Luis Carlos Salcido. Pero nadie
le hizo caso.
Las
mentes andaban ya un tanto cuanto reburujadas por los efluvios del alcohol y
los cigarros que algún otro ser poco evolucionado sacaba a hurtadillas para
fumárselo en el patio contemplando la ropa tendida, allá afuera, de la dueña de
aquella casa de artistas, bohemios y simuladores.
Miren,
lo que trato de decirles es que este siglo es ya distinto.
Ya
no se dice “acento ortográfico y prosódico”, sino escrito y no escrito.
También
hace ya cinco largos años que la palabra “solo” dejó de tener acento escrito,
en la acepción que significa “solamente”.
Ya
no se dice mayúsculas y minúsculas, sino altas y bajas. Y nadie conoce el lápiz
amarillo número 2, ni los pasantes. Asimismo, ya nuestra actitud debe ser
distinta, más ágil y productiva; menos atormentada y mamona, para que me
entiendan. El lobo estepario ya es historia.
Luis
David tenía 20 años dedicándose a la corrección de estilo, por eso sus metáforas
eran tipográficas y sus obscuras abstracciones siempre terminaban navegando en
el mar de la ortografía hablada o escrita. Aún así, su pensamiento no cejaba en
seguir haciéndole la lucha.
Por
eso, agregó: a mí en lo personal me importa un comino que Rogelio Montijo sea
tan mal escritor. ¿Qué le hace? Si aquí nadie lee sus libros, ni los ha leído
jamás.
Le
siguen publicando nomás porque gana premios. Y, reconózcanlo, eso a ustedes les
da envidia. No me salgan con esa tarugada de que los bosques, los árboles, el
montón de papel que se gasta en los libros este pobre hombre. No sean
hipócritas. Ustedes de ecologistas tienen lo que Servín de indigenista.
Ah,
no. Me perdonas. A Servín no me lo tocas: él es un gran lingüista y sabe un
poema y una canción desesperada en siete idiomas, replicó Edgarda Alana Morgana
ya irritada y un poco ebria.
Ya,
muchachos, a esta fiesta ya se la llevó el carajo. Ya váyanse, dijo Adelita
Valentina bostezando radicalmente.
En
ese momento salí a la noche helada, y ya no pude seguir escuchando tan
interesante información. Decidí allí mismo pensar en esta lista de iconos y
componentes que se quedaron para siempre en el pasado ya remoto llamado siglo
20.
1.
Como ya se mencionó, las cuentas de cheques.
2.
Los libros de superación personal que tanto escribieron Carlos Cuauhtémoc
Sánchez, José García Rivas y Luz Ernestina Fierro Murga.
3.
El pizarrón y el gis, de los que muy seguido escapaban un montón de profesores
que mediante un compadre o una corta feria lograban un puesto de comisionado
sindical o de peritos en pedagogía.
4.
El catecismo del padre Ripalda, que fue sustituido por una cabalgata cristera.
5.
Los diputados locales, que fueron cancelados junto a 13 contratos de relleno
sanitario.
6.
El CDP también fumó faros. Su máximo ardor revolucionario había sido un montón
de tenderetes a los que se les llamó El Pasito.
7.
Los sacerdotes católicos buena onda que exigían a todos los feligreses que les
hablaran de tú.
8.
Las feminazis, que al final de sus días vivieron solas y amargadas pero tan
autoritarias como habían imaginado que era su obligación ser.
9.
Los neonazis, la edad se les vino encima sin carnaval ni comparsa. Y ya caminan
lentos.
10.
Los obispos y sus novias, que navegaron con bandera de izquierda y terminaron
convocando a la grey a que votaran por el pan.
11.
Los gobernadores que alguna vez tuvieron la ilusión de tener un amor que los
hiciera valer, además de su certificado de primaria.
12.
Los presidentes municipales que obligaban a todos sus familiares a que se
volvieran agentes inmobiliarios y vendedores de artículos de oficina.
13.
Los médicos que convencían obligatoriamente a sus pacientes que por favor no
dejaran las pastillas o morirían sin remedio ni botica.
Cuando
menos pensé, ya había llegado a la casa, más dormido que despierto.
The
end
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