Foto: Pedro Chacón
El Gordo Durán, acaudalado empresario del Norte (bueno, ya, a punto de serlo, ¿captas?) se sentía agorzomado porque sus jefes, luego de haberle pagado la licenciatura de finanzas en el Tec, que les salió carísima, le exigían resultados, que se pusiera las pilas.
Tal vez
ellos tenían algo de razón, pensaba el Gordo. De hecho. A mis cuarenta años ya
es hora de que les demuestre que puedo aprovechar las áreas de oportunidad que
en cada borrachera se me ocurren. O visualizo, ¿ves?
Como la
muchacha de la casa cocina a toda madre –tiene el sazón de los dioses, pensaba
Durán cuando se ponía esotérico–, se le ocurrió en un pasón, completita, una
idea de negocios. Genial, maestro, o sea.
―Oyes,
Jennifer. Quiero proponerte algo, m´hija. Como cuates.
―Ay, Gordo.
Ya me tienes mareada con tantas ideas que se te ocurren. En la cruda ya ni te
acuerdas de nada, mi rey. Vuelves a tratarme como la gata. Bueno, pues eso es
lo que soy, y ya.
―No,
mira. En tres meses vas a salir de pobre. Y yo les demostraré a mis jefes qué
clase de hijo tienen. Chingón. Ya verás.
En un viejo salón de fiestas infantiles que su
madre abandonó cinco años antes, por escasa rentabilidad, puso un restaurante
de comida mexicana, muy amplio y espacioso. Primero lo mandó limpiar al cien,
luego puso allí un montón de muebles que coleccionó, bien antiguos, de toda la
familia. Le pidió a los tíos, a los abuelos paternos, a la abuela materna, que
se los donaran para su empresa. Allí lucirían más que abandonados en bodegas o
en los cuartos del patio de quince casas.
El
pivote de su originalísmo restaurante sería, pues quién creen: Jennifer, su
genio de chef intuitiva y autodidacta, heredado de su santa madre y de sus
ancestros. Y bien bara, maestro. Le ofrecí el doble de lo que le pagaba mi
mami, y se vino encantada, comentaba El Gordo muerto de risa a sus friends.
Pero
eso fue en el pasado inmediato. Ahora El Gordo Durán ya no anda tan contento:
ayer tuvo que cerrar, por conflictos obrero-patronales. Al principio el negocio
fue viento en popa: en dos por tres, y con el montón de relaciones que tiene El
Gordo por ser de familias bien, se llenó de parroquianos que saboreaban
encantados el menudo, que La Muchacha preparaba como si fuera maná de Diosito
Santo, la neta, genial; la avena, la más deliciosa que existe, no te miento. Y
sin recetas secretas ni mamadas de esas, con purita inteligencia de mi prieta
linda, lo que sea de cada quien.
Pero la
muy cabrona se fue dando cuenta de que los clientes no iban por las mugres
antigüedades, la verdad tan bonitas, que amueblan el restaurante: comedores
Luis 15, chifonieres de Francia y toda la cosa. Sino por su comida.
―Gordo,
me dijiste que en tres meses iba a ser rica. Ya van dos y no veo claro.
―¿Cómo
no, mi reina? Te pago el doble de lo que te daba mi jefa.
―Pos
sí, pero trabajo el triple.
Pero el
tarado del Gordo no supo ver focos rojos en los rezonguidos de su novia. No,
cómo crees: ¿de su amante? De su ex empleada doméstica, es todo. Pero, oyes,
tampoco. Qué se cree. El genio de los negocios soy yo, mi rey, no la pinche
cocinera.
Ahora
ya no se la anda acabando. El mero 24 de diciembre, cuando llegó muy orondo a
las once a su restaurante, encontró cerrado. Vieja irresponsable, pensó,
acostumbrado a que Jennifer abría muy puntual a las 6 de la mañana y se ponía a
cocinar muy a gusto, con todas las comodidades, hasta con wi fi; empezaba a llegar
la gente y ella muy contenta de servirles y de ganar un dineral, el doble que
antes y eso nomás para empezar, después ya veremos, cuando el negocio empiece a
producir en serio, tal como lo tengo fríamente calculado. Pero no. Cerrado.
Y para
acabarla de amolar (gulp, se me está pegando el lenguaje de esta pioja
resucitada): una demanda mega de para qué te cuento. Pero eso es lo de menos,
todo fuera. El jefe de Conciliación fue compañero de la secundaria en la Esfer,
nos arreglamos y ya. Lo que me preocupa es cómo voy a abrir mañana. ¿Dónde
conseguiré quién haga la comida? Bueno, ya veré. Tampoco creo que sea para
tanto, métele un poco de programación neurolingüística y pensamiento positivo.
Es todo.
The End
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