(Texto originalmente publicado en la revista Abismos Editorial)
Hace más de un siglo, Mariano Azuela
escribió su famosa novela Los de abajo
en una frontera que olía a pólvora, violencia, pobreza y discriminación étnica.
Por ello, más que un texto literario, el suyo fue una crónica de sucesos de su
tiempo.
La novela
relata las hazañas, vivencias y abusos cometidos por un grupo de insurgentes durante
la Revolución Mexicana. En palabras muy simples, se trata de la historia del
levantamiento de un grupo de pobres e ignorantes en contra de los ricos
gobernantes de turno.
A decir del
ensayista César Enrique Macías Ordaz, “esta lucha no es solamente contra el
poder estatal, sino que es también un levantamiento muy personal y esto es lo
que realmente nos refleja Los de abajo, es decir, nos presenta una
batalla diferente, una lucha moral que viene desde las entrañas del México
desamparado”.[1]
El lector
que se aproxime esta obra debe hacerlo con ojos que se sitúen en el contexto
fronterizo de aquellos días.
Eran tiempos
de revolución en todo sentido. No sólo por el hecho de que hacía pocos años la
ciudad texana de El Paso se había integrado a la ruta de la industrialización,
gracias a la llegada del ferrocarril, sino que, poco a poco, gracias al comercio binacional, esta urbe
estadounidense se empezaba perfilar como una joya en bruto del suroeste
norteamericano. Esto sin tomar en cuenta que, por aquellos años, la zona era
conocida como una especie de Las Vegas, donde
propios y visitantes daban vida a sus más bajas pasiones.
De acuerdo
con los investigadores locales Kevin Collier, Erika Liebel y Saúl Martínez[2],
la ciudad de El Paso se ganó el apodo de Sin
City (ciudad del pecado). Esto debido a que entre 1880 y 1915, la ciudad
era conocida por algunos apostadores como un “centro deportivo” donde reinaban
los juegos de azar, los salones de baile y la prostitución. En el mismo tenor,
otros nombres que también se le daban a la urbe eran: Vice for a Price (vicio por un precio) y The Line (la línea).
Un artículo publicado en El Paso Herald da cuenta de cómo eran aquellos días:
Aquí, entre el tintineo de vasos de cerveza y la vulgaridad, hombres borrachos, tambaleándose y gritando, bailaban con mujeres mexicanas al ritmo de la música del diablo, tambaleándose entre los danzantes hasta el bar en busca de bebidas refrescantes y entusiasmo. Mujeres, desde hace mucho tiempo hundidas por la respetabilidad, se unieron a la terrible reyerta. Cabellos que fluían en masa de desorden, vestidos rotos por los tirones y aullidos de los intoxicados, y prestando sus estridentes voces para completar el caos del libertinaje. Aquí y allá había hombres tendidos llenos de licor, mientras que los bancos de madera que rodeaban el apartamento estaban ocupados por fornidos hijos de obreros sosteniendo sobre sus rodillas a estas mujeres de la prostitución.
Uno más
En el 609 de la calle Oregon, en las
cercanías del centro de El Paso, se encuentra un edificio en cuya fachada se
anuncia el nombre de su propietario y fundador, Pablo Baray. La construcción
pasaría desapercibida, en medio de ventas callejeras, parquímetros, andantes, y
feligreses que asisten a misa, al otro lado de la calle, en la centenaria
iglesia del Sagrado Corazón, de no ser porque a un costado de la entrada
principal de este inmueble hay una placa de bronce –roída por el tiempo–
dedicada a Mariano Azuela.
La misma fue
colocada por el Tercer Encuentro Nacional de Escritores en la Frontera, que se
desarrolló el 13 de mayo de 1988, y celebra el hecho de que el autor se haya quedado
a vivir durante una temporada en dicho lugar mientras escribía su magna obra.
Los de abajo fue escrita en una
casa que hoy es el reflejo de la perseverancia de la pobreza. En este sector,
El Segundo Barrio,[3] conviven las familias
más pobres de El Paso. De hecho, la casa donde se escribió la novela es lo que
llamaríamos en varios países de Latinoamérica un mesón, un grupo viviendas
donde los que no tienen para pagar una casa decente deben vivir amontonados.
Al pasar el
umbral de esta entrada, las personas encuentran con un patio central de una
simetría cuadrada casi perfecta. Hay dos plantas, en cada una igual cantidad de
cuartos. A un costado del patio interior, hay unas escaleras que conectan con
la parte superior. En la cima de estas, justo al lado donde terminan los
escalones, está la habitación donde vive la administradora del lugar. Desde ese
sitio se pueden ver los tendederos improvisados donde la gente cuelga su ropa
para que se seque al sol.
Hay muebles
viejos y sin usar pudriéndose al aire libre. Tanto arriba como abajo, macetas y
otros enseres domésticos adornando las entradas por las ventanas de cada
habitación. Por dentro, los cuartos reflejan la situación económica de sus
habitantes. El recibidor, la cocina y el comedor son parte de una sola pieza.
Apenas hay espacio para un baño y una recámara. En esos pocos metros cuadrados
la gente debe meter sus muebles y sus ilusiones de vida. En una de estas
habitaciones, Azuela escribió su novela, empero, la actual administradora del
edificio no sabe en cuál. Al parecer, esa información se ha perdido entre las
páginas del tiempo, puesto que no consta en ninguno de los documentos que se
han escrito acerca de este acontecimiento literario.
Lo que sí se
sabe es que Mariano Azuela vivió en esta parte de El Paso, al menos por un par
de años.
Tras la
caída de Francisco Madero, el escritor se incorporó a las fuerzas
revolucionarias de Julián Medina como médico militar. Cuando las fuerzas
carrancistas vencieron a los revolucionarios Francisco Villa y Emiliano Zapata,
Azuela se exilió en El Paso, Texas.[4] Allí escribió Los de abajo, texto que publicó en fascículos entre octubre y
diciembre de 1915, en el periódico El Paso del Norte. Una segunda
edición fue realizada –ahora en forma de libro– en 1916, cuando el galeno
regresó a la ciudad de México. La obra no alcanzaría su cumbre literaria sino
hasta 1925, cuando fue publicada a modo de folletín en el periódico El
Universal Ilustrado. Esta es la versión que todos conocemos en la
actualidad y que fue modificada por cuestiones editoriales, para enaltecer
algunos personajes o incluir otros que no estaban considerados en las primeras
dos impresiones.
Pero, ¿qué
tanto del ambiente que se vivió en aquella época en esta ciudad influyó en la
obra de Azuela?
Cruce obligado
Hasta hace algunas décadas, la
ciudad de El Paso fue un lugar de tránsito. De hecho, en el sentido más
estricto de la palabra, en la actualidad sigue siendo un punto de cruce para
centenares de migrantes que buscan ingresar a lo más profundo de los Estados
Unidos.
Durante
cientos de años, la región de El Paso estuvo habitada por diferentes grupos
nativos americanos, mucho antes de que los españoles llegaran a esta zona. Se
presume que uno de los primeros europeos que cruzaron por este punto fue Álvar
Núñez Cabeza de Vaca y tres de sus acompañantes, sobrevivientes de una
expedición sin éxito hacia la Florida. Se presume que ellos pasaron por El Paso
entre 1535 y 1536. Después de este explorador llegaron otros, sin embargo,
ninguno dejó una marca tan sangrienta como Juan de Oñate, quien el 30 de abril de
1598 tomó posesión de una zona hoy conocida como San Elizario, un acto que
llamó “La toma”, y con el que dio inicio a la “civilización” del Paso del
Norte.
Pero la
masacre que pudo haber traído esta ola civilizadora no tuvo la fuerza
suficiente como para acabar con sus pobladores originales y hoy en día muchos
descendientes de esos vecinos primarios sigue aquí. Se mezclan con las
generaciones de mexicanos que sentaron cabeza en ambos lados de la frontera y
que hoy forman parte de los Estados Unidos.
Cuando
Azuela llegó a estas tierras a vivir su exilio, se encontró con un sitio donde
convivían anglos, algunos cuantos afroamericanos, otros tantos chinos y muchos
mexicanos y mexicoamericanos. Estos últimos dos grupos sociales compartían las
mismas miserias que los pueblos originarios: pobreza, discriminación racial y
rechazo público. En otras palabras, Azuela pudo presenciar en primera fila las
divisiones socioeconómicas prevalecientes en la frontera. No sólo convivió con
los mexicanos y sus descendientes que vivían en la periferia de aquello que se
consideraba el centro de la ciudad, sino que también los vio enfrentarse al día
a día de la discriminación racial.
Para que
lector se dé una idea, durante el periodo de 1848 a 1928, al menos 232 personas
de ascendencia mexicana fueron asesinadas por multitudes en Texas. Algunos de
estos crímenes fueron cometidos por los Rangers de Texas, de acuerdo con
una investigación de William D. Cardigan y Clive Webb, autores de Los
muertos olvidados: Violencia callejera en contra de mexicanos en los Estados
Unidos, 1848-1928.
El
revolucionario Pascual Orozco fue víctima de uno de estos linchamientos de mano
de las fuerzas del orden estadounidense en 1915. Y a sus cuatro acompañantes se
les acusó de haber asaltado una ranchería en el condado de El Paso.
Un año más
tarde de dicho suceso, a mediados de 1916, después
de un brote de tifus en Los Ángeles, el alcalde de El Paso, Tom Lea, pidió al
Servicio de Salud Pública de Estados Unidos establecer una cuarentena y
autorizar baños de desinfección en contra de los
mexicanos que cruzaban la frontera para trabajar en los Estados Unidos. Lea
consideraba que los mexicanos “sucios e indigentes” que cruzaban
diariamente traerían y esparcirían el tifus en estas tierras.
Esto
provocó que, entre el 28 y el 30 de enero de 1917, cientos de personas –en su
mayoría mujeres– protestaran sobre el Puente Internacional Santa Fe, que une a
El Paso, Texas con Ciudad Juárez, bloqueando el tráfico de tranvías y otros
vehículos. Las féminas se oponían a la ejecución de la Ley de Inmigración de 1917, que imponía restricciones sanitarias a
trabajadores mexicanos que ingresaban a Estados Unidos. Las manifestaciones duraron tres días, pero los baños con pesticidas
continuaron hasta finales de 1950, en especial a propósito del programa
bracero.
Los
mexicanos eran, entonces, desnudados y desinfectados con gases, mientras que
sus ropas eran rociadas con “Zyklon B”, un pesticida a base de cianuro, el
mismo que la Alemania nazi utilizó durante el Holocausto para exterminar
judíos.
Tal
sentimiento racista ha quedado fincado en el seno de la historia local y sigue
resonando hasta estos días. Nada menos el pasado 18 de febrero de 2018, el
historiador paseño David Dorado Romo escribió un artículo titulado “El Rey de la azúcar: La tempestuosa vida de
un comerciante de Duranguito”, en el que asegura que “en aquel tiempo,
cualquiera con un pasado mexicano, incluso aquellos nacidos de este lado del
Río Grande, eran considerados mexicanos”.
Lo anterior es parte de un extenso artículo en el que se detalla la vida de un comerciante de nombre Charles Lawrence –a quien hoy día llamarían Mexican lover– que estaba casado con una mexicana y hablaba español, por lo cual recibió un sinfín de amenazas. Este tipo de amedrentamientos eran comunes en aquella época y colmaban los titulares de los periódicos locales.
En primera fila
Su ubicación estratégica, tan
cercana de Ciudad Juárez, le permitió al movimiento revolucionario mexicano
maniobrar la insurgencia contra los federalistas de forma remota, y a expensas
de una comunidad binacional que también luchaba contra sus propios demonios,
aunque de manera menos ilustrativa.
El 15 de
octubre de 1909, con gran pompa, los fronterizos recibían al presidente de
México, Porfirio Díaz, quien sostendría al día siguiente una entrevista con su
homólogo de Estados Unidos, William H. Taft, primero en El Paso, Texas, y
después en Ciudad Juárez, Chihuahua. En los libros de historia, este evento –la
reunión por primera vez entre un mandatario estadounidense y uno mexicano–
habla del hermanamiento de los pueblos del norte y de las buenas relaciones de
armonía entre dichas naciones. En la realidad, se trataba de la condonación de
un pleito territorial por unas tierras conocidas hoy como El Chamizal.
Dos años después de esta reunión, Ciudad Juárez volvería a ser el centro de
atención tras el estallido de la Revolución Mexicana y la toma armada que
realizarían los maderistas para obligar al presidente Díaz a renunciar a su
gobierno de más de 30 años.
Debido a
estos eventos, para muchos estadounidenses, la revolución mexicana no fue más
que un espectáculo. Es por ello que decenas de los edificios paseños más altos
cercanos a la frontera sirvieron de butacas desde las que se podían observar
las matanzas de mexicanos al otro lado del río.
La batalla
de 1911, conocida como la toma de Ciudad Juárez, por ejemplo, pudo ser
observada –entre copas, largavistas y cigarros– desde los techos del Hotel
Camino Real (hoy Hotel Paso del Norte) o la Lavandería El Paso, en cuyas
paredes, en algún momento se estamparon balas que atravesaron la frontera y que
hoy forman parte de la estructura de cemento de dichos inmuebles, ocultas tras
gruesas capas de pintura moderna.
Pero, la
guerra también se vivió en el subsuelo por aquellos años del naciente siglo.
Entre los mitos locales que hay en la zona, abundan las historias sobre unos
supuestos túneles que cruzan la frontera de una ciudad a otra. Se dice que
estas construcciones fueron realizadas durante la época de la revolución para
poder transportar entre otras cosas armas, municiones, alcohol, azúcar, chinos
y, últimamente, migrantes indocumentados.
Del otro
lado de la ciudad, donde el lujo era más sostenible, la revolución se codeaba
con la crema y nata de la sociedad paseña. Por ejemplo, a medio kilómetro de la
residencia de Azuela, en el 201 del Norte de la Calle Mesa, se encontraba
ubicada la Elite Confectionary, un establecimiento donde Francisco Villa solía
descansar a diario –tal vez después de su jornada como obrero en la fundidora
Asarco– y ordenaba bolas de nieve cubiertas de chocolate y acompañadas de soda
de fresa. Hay una foto famosa del revolucionario, tomada en 1911, en la que se
le ve junto a Pascual Orozco y otros acompañantes, mientras degustan algunos
postres servidos en este recinto.
Unas cuantas
calles más allá, había dos periódicos dedicados a la revolución. Dos rotativos
que hacían de sus impresiones en español una forma de comunicación de los
ideales revolucionarios para quien tuviera oídos y desease unirse a las
campañas militares que tomaban forma en México.
El primero
de ellos era La Patria Newspaper, en el 317 del Sur de la Calle El Paso.
Era un diario operado por Silvestre Terrazas, de quien se dice ayudó a Pancho
Villa a traficar con armas. A cambio de esta ayuda, en 1914, Villa nombró a
Terrazas gobernador interino de Chihuahua.
El segundo
de estos rotativos fue El Paso del Norte, que funcionó entre 1904 y
1918, según la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos. Aquí fue donde
Azuela pudo distribuir su novela para la comunidad de habla hispana de la
región. El rotativo se anunciaba como un “periódico imparcial defensor de los
intereses mexicanos“.
Cien años
después, los personajes que Azuela retrató en su obra han pasado a mejor vida.
Empero, la miseria que sirvió de musa para la madre del género revolucionario
sigue tan pobre como siempre, ahí mismo en esas cuatro paredes donde nacieron
los de abajo, los pobres de Azuela.
[1]Ordaz, César Enrique Macías. “Los de abajo. Una
perspectiva a casi 100 años de nuestra revolución”. Vuelo libre, No. 2, abril de 2007.
[2]Fraser, F. F. (2014, September 17). Things you might not know about El Paso Unless you attend this session. El Paso: 1880´s-1910. [Power Point Presentation]. www.slideplayer.Com. https://slideplayer.com/slide/732624/
[3] El Segundo Barrio ha sido el “punto
de partida para miles de familias” procedentes de México desde la década de
1880. Es el segundo barrio histórico de El Paso, el primero es Barrio
Chihuahuita. Entre los que llegan al vecindario se encuentran ahora
trabajadores agrícolas migrantes que se reúnen en las afueras del Centro de los
Trabajadores Agrícolas Fronterizos en busca de trabajo.
Yolanda
Chávez Leyva, presidenta del departamento de historia de la Universidad de
Texas en El Paso, llama al Segundo Barrio el “corazón de la diáspora mexicana”;
un vecindario que sigue sufriendo de los mismos problemas de hace un siglo:
salarios muy bajos, un alto índice de desempleo y falta de capacitación
laboral, según la especialista.
No
solo eso. En las últimas dos décadas, el plan de revitalización de la ciudad
exige la demolición de muchos de los edificios históricos del vecindario para
dar paso a sendas construcciones monumentales. Esto ha provocado la
movilización de centenares de personas –en su mayoría de la tercera edad– a
otras localidades alejadas de la frontera.
[4] De acuerdo con Welsome, Eileen (4 May 2007), revolucionarios,
espías y periodistas vivieron en el Segundo Barrio durante la Revolución.
Francisco Madero vivía en diferentes casas del barrio mientras estaba
trabajando en un plan para derrotar a Porfirio Díaz. Pancho Villa también
anduvo errante por estos rumbos. “Eminent
Disaster”. The Texas Observer. Retrieved 23 February 2016 –vía HighBeam Research–.
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