Amigos
y amigas del encierro precavido:
Ayer dejé un tema pendiente, ¿verdad?
Y casi me arrepiento de andar prometiendo cosas que luego me será difícil
cumplir. Porque, en efecto, ¿de dónde saco yo las fuerzas, el conocimiento y la
capacidad mental para juzgar asuntos que llevan siglos o milenios debatiéndose
entre las personas más preparadas y sabias del orbe? No soy economista,
sociólogo ni politólogo siquiera para salir con el cuento de que les diré cómo
mejorar el sistema político. De todos modos, tengo la libertad, incluso el
deber, de expresar mis opiniones acerca de todo cuanto se haga en la administración
de mi país, puesto que me veré afectado. Es un falso supuesto que el pueblo sea
la autoridad máxima, pero en la medida que yo participe activamente
en la vida pública, así sea organizando un grupo para limpiar un parque o para
objetar una medida gubernamental, formaré parte del Estado, su estructura, su transformación.
Creo que la crisis causada por la
presente pandemia revela no sólo la fragilidad del cuerpo humano, sino también
lo endeble, a pesar de su apariencia fuerte, de las estructuras políticas
generales, léase el capitalismo. Me refiero al colapso de los sistemas sanitarios
que está ocurriendo en todas las naciones afectadas por el Covid-19; y también,
como efecto adjunto al fenómeno, la inevitable recesión económica que ha
comenzado en el mundo. El problema económico habría surgido hiciera lo que
hiciese cada gobierno ante la infección viral. Si no se tomaran medidas (como la
de mandar a la población a quedarse en casa), es seguro que los efectos serían
catastróficos, mucho peores, en la economía y en otros campos de la vida
social.
Lo que yo creo ver como defecto
principal del sistema es su impreparación para cubrir la salud de todos los ciudadanos.
Eso es lo que se sabe muy bien, lo que muchos pueden ver. La causa de esa
incapacidad es que todos los campos de la actividad social se dejan en manos de
particulares, de empresarios privados. La salud y la educación, por ejemplo.
¿Por qué? Porque hay quienes presionan desde las organizaciones de inversionistas
para que el Estado ceda esas áreas de actividad. Y el Estado cede. El resultado
es que se crea escasez de recursos e instalaciones (en salud y en educación)
porque así se garantizan mejores precios para quienes comercian con medicinas,
hospitales, universidades, etcétera.
Proponer que salud y educación se
desprivaticen, se conviertan en bienes gratuitos, no tiene que ver con ideas
socialistas, aunque la propaganda política derechista lo proclame. En realidad,
son áreas de fortalecimiento y progreso del sistema. Del sistema capitalista
que, como he venido diciendo, es el único existente, el único real. Me parece
que pocas personas serias se opondrían a medidas como la gratuidad de ambas
actividades. Pocas personas serias, sin intereses que lo estorben, podrían
negar los beneficios generales, especialmente para un modelo capitalista, de
convertir esos bienes en patrimonio público. También habría de organizarse
bien, desde luego, con buenas políticas respectivas y suficiente inversión
estatal.
El asunto no se agota en dos páginas
ni en mil, pero ahí está el apunte de una idea. Nada novedosa, por cierto, pero
hay quienes objetan estas propuestas. Las diversas naciones saldrán maltrechas
por este bichito pequeño que nos amenaza. Si las políticas públicas estuvieran
fundadas en el bienestar colectivo, sería menos oneroso y menos doloroso
enfrentar la infección. Creo que siempre debemos estar preparados para
contingencias como esta y otras de mayor daño y tamaño. Privatizando las áreas
sociales, no hay manera. Es la oportunidad, para el capitalismo, de
reconstruirse con metas más humanas de progreso, eliminando realmente todo
monopolio (solo en la letra muerta de las leyes se prohíbe) y planificando la
eficacia económica sin que la desigualdad, que siempre existirá, derive en miseria
de muchos y riqueza obscena de unos pocos.
En fin, esta es mi humilde opinión.
Tan humilde, que ni siquiera es mía.
Abrazos para que fortalezcan ustedes
su voluntad de mantenerse en casa, ahora más que nunca.
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