miércoles, 8 de abril de 2020

Qué hacer durante una reclusión voluntaria (20)


Amigos y amigas del encierro precavido:
            Ayer dejé un tema pendiente, ¿verdad? Y casi me arrepiento de andar prometiendo cosas que luego me será difícil cumplir. Porque, en efecto, ¿de dónde saco yo las fuerzas, el conocimiento y la capacidad mental para juzgar asuntos que llevan siglos o milenios debatiéndose entre las personas más preparadas y sabias del orbe? No soy economista, sociólogo ni politólogo siquiera para salir con el cuento de que les diré cómo mejorar el sistema político. De todos modos, tengo la libertad, incluso el deber, de expresar mis opiniones acerca de todo cuanto se haga en la administración de mi país, puesto que me veré afectado. Es un falso supuesto que el pueblo sea la autoridad máxima, pero en la medida que yo participe activamente en la vida pública, así sea organizando un grupo para limpiar un parque o para objetar una medida gubernamental, formaré parte del Estado, su estructura, su transformación.
            Creo que la crisis causada por la presente pandemia revela no sólo la fragilidad del cuerpo humano, sino también lo endeble, a pesar de su apariencia fuerte, de las estructuras políticas generales, léase el capitalismo. Me refiero al colapso de los sistemas sanitarios que está ocurriendo en todas las naciones afectadas por el Covid-19; y también, como efecto adjunto al fenómeno, la inevitable recesión económica que ha comenzado en el mundo. El problema económico habría surgido hiciera lo que hiciese cada gobierno ante la infección viral. Si no se tomaran medidas (como la de mandar a la población a quedarse en casa), es seguro que los efectos serían catastróficos, mucho peores, en la economía y en otros campos de la vida social.
            Lo que yo creo ver como defecto principal del sistema es su impreparación para cubrir la salud de todos los ciudadanos. Eso es lo que se sabe muy bien, lo que muchos pueden ver. La causa de esa incapacidad es que todos los campos de la actividad social se dejan en manos de particulares, de empresarios privados. La salud y la educación, por ejemplo. ¿Por qué? Porque hay quienes presionan desde las organizaciones de inversionistas para que el Estado ceda esas áreas de actividad. Y el Estado cede. El resultado es que se crea escasez de recursos e instalaciones (en salud y en educación) porque así se garantizan mejores precios para quienes comercian con medicinas, hospitales, universidades, etcétera.
            Proponer que salud y educación se desprivaticen, se conviertan en bienes gratuitos, no tiene que ver con ideas socialistas, aunque la propaganda política derechista lo proclame. En realidad, son áreas de fortalecimiento y progreso del sistema. Del sistema capitalista que, como he venido diciendo, es el único existente, el único real. Me parece que pocas personas serias se opondrían a medidas como la gratuidad de ambas actividades. Pocas personas serias, sin intereses que lo estorben, podrían negar los beneficios generales, especialmente para un modelo capitalista, de convertir esos bienes en patrimonio público. También habría de organizarse bien, desde luego, con buenas políticas respectivas y suficiente inversión estatal.
            El asunto no se agota en dos páginas ni en mil, pero ahí está el apunte de una idea. Nada novedosa, por cierto, pero hay quienes objetan estas propuestas. Las diversas naciones saldrán maltrechas por este bichito pequeño que nos amenaza. Si las políticas públicas estuvieran fundadas en el bienestar colectivo, sería menos oneroso y menos doloroso enfrentar la infección. Creo que siempre debemos estar preparados para contingencias como esta y otras de mayor daño y tamaño. Privatizando las áreas sociales, no hay manera. Es la oportunidad, para el capitalismo, de reconstruirse con metas más humanas de progreso, eliminando realmente todo monopolio (solo en la letra muerta de las leyes se prohíbe) y planificando la eficacia económica sin que la desigualdad, que siempre existirá, derive en miseria de muchos y riqueza obscena de unos pocos.

            En fin, esta es mi humilde opinión. Tan humilde, que ni siquiera es mía.
            Abrazos para que fortalezcan ustedes su voluntad de mantenerse en casa, ahora más que nunca.

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