Qué tal, compañeros del encuevamiento previsor:
Debo
decirles que, movido por el cansancio, estuve a punto de regalarles mi silencio.
Les juro que ofrece más posibilidades que el ruido.
No
se salvan, sin embargo, porque siento que he contraído un compromiso con ustedes.
Placentero deber que ya forma parte de mi vida. Qué pronto se imponen las
costumbres, ¿verdad? Ya los quiero sin verlos, sin imaginar siquiera que hay
alguien ahí, frente a la página, haciéndose eco de mis preocupaciones y
pensamientos.
Antes
de proponer una breve reflexión sobre la ira en las discusiones, deseo compartirles
mi deleite en las lecturas de hoy: además de unas páginas regaladas por El
rostro de piedra, libro de Eduardo Antonio Parra, repasé algunos cuentos de
Jesúa Gardea, donde voy subrayando frases de una poesía que, si no fuera por la
muchas otras virtudes de sus relatos, bastaría para justificar las horas de
atención que nos distraen en sus páginas. Frases como estas, que cito con sus
párrafos o al menos con fragmentos para traer a ustedes un poco del contexto de
donde provienen:
El hombre volvió la cara y miró al sol. Pasaban por un
llanito, entre dos casas. Colunga bajó la vista; en medio del terreno vio a un
perro y su sombra sentados (“Señor Colunga”).
No
hace falta decir cuál es la frase que subrayé, pero díganme si no es de notar
que esa poesía no agrega información al retrato, es decir, el narrador se asume
poeta con toda naturalidad y siembra sus imágenes poéticas, sus hallazgos
estéticos, en donde le parece que el relato los requiere o, simplemente, los
encuentra.
Si
por ellas mismas tienen valor expresivo estas frases, casi versos en todos los
relatos y novelas de Jesús Gardea, en su contexto específico, el cuento donde aparecen,
son una verdadera conmoción para el lector. Hay mucha poesía en su narrativa.
Otros
pasajes me sorprenden por su empleo del lenguaje popular o vulgar, en el
sentido de “voz o expresión utilizada en un contexto no culto, no académico”, y
que no significa inculto o ignorante. Son casos donde Gardea se sirve de
arcaísmos o palabras de uso más bien restringido al ámbito familiar (de algunas
familias), como esto que ahora cito:
La botella del licor, de pico estirado, algo aplastada
de la panza, como una de brandy, de bolsillo. Una pintura adornaba lo chato.
Dos estaban haciendo el amor ahí sobre la lomita (“Esta misma tarde”).
Es
que nuestro autor no se contentaba con las maneras convencionales de narrar, con
los recursos que todos usaríamos para decir las cosas por escrito.
No sigo con esto. Espero haberlos
animado a conocer un poco de la obra gardeana.
Termino
con esta reflexión: mis amigas, amigos, cuando discutimos con alguien, lo
importante no es demostrar que tenemos razón. Con frecuencia no la tenemos, aunque
estemos convencidos de que sí. Lo importante, al discutir, es llegar a un punto
de confluencia, el punto medio donde los intereses de quienes debaten quedan equilibrados.
No hay tal cosa como la única verdad. Sólo hay una verdad tuya y una verdad mía
sobre el mismo asunto, y ninguna persona es mejor ni más dotada que otra para determinar
si su argumento vale más que el otro. La convivencia es imposible si se tiene
una actitud de superioridad sobre quien nos acompaña.
Abrazos
y besos a distancia!
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