jueves, 9 de abril de 2020

Qué hacer durante una reclusión voluntaria (21)


Qué tal, compañeros del encuevamiento previsor:
            Debo decirles que, movido por el cansancio, estuve a punto de regalarles mi silencio. Les juro que ofrece más posibilidades que el ruido.
            No se salvan, sin embargo, porque siento que he contraído un compromiso con ustedes. Placentero deber que ya forma parte de mi vida. Qué pronto se imponen las costumbres, ¿verdad? Ya los quiero sin verlos, sin imaginar siquiera que hay alguien ahí, frente a la página, haciéndose eco de mis preocupaciones y pensamientos.
            Antes de proponer una breve reflexión sobre la ira en las discusiones, deseo compartirles mi deleite en las lecturas de hoy: además de unas páginas regaladas por El rostro de piedra, libro de Eduardo Antonio Parra, repasé algunos cuentos de Jesúa Gardea, donde voy subrayando frases de una poesía que, si no fuera por la muchas otras virtudes de sus relatos, bastaría para justificar las horas de atención que nos distraen en sus páginas. Frases como estas, que cito con sus párrafos o al menos con fragmentos para traer a ustedes un poco del contexto de donde provienen:

El hombre volvió la cara y miró al sol. Pasaban por un llanito, entre dos casas. Colunga bajó la vista; en medio del terreno vio a un perro y su sombra sentados (“Señor Colunga”).

            No hace falta decir cuál es la frase que subrayé, pero díganme si no es de notar que esa poesía no agrega información al retrato, es decir, el narrador se asume poeta con toda naturalidad y siembra sus imágenes poéticas, sus hallazgos estéticos, en donde le parece que el relato los requiere o, simplemente, los encuentra.
            Si por ellas mismas tienen valor expresivo estas frases, casi versos en todos los relatos y novelas de Jesús Gardea, en su contexto específico, el cuento donde aparecen, son una verdadera conmoción para el lector. Hay mucha poesía en su narrativa.
            Otros pasajes me sorprenden por su empleo del lenguaje popular o vulgar, en el sentido de “voz o expresión utilizada en un contexto no culto, no académico”, y que no significa inculto o ignorante. Son casos donde Gardea se sirve de arcaísmos o palabras de uso más bien restringido al ámbito familiar (de algunas familias), como esto que ahora cito:

La botella del licor, de pico estirado, algo aplastada de la panza, como una de brandy, de bolsillo. Una pintura adornaba lo chato. Dos estaban haciendo el amor ahí sobre la lomita (“Esta misma tarde”).

            Es que nuestro autor no se contentaba con las maneras convencionales de narrar, con los recursos que todos usaríamos para decir las cosas por escrito.
           
No sigo con esto. Espero haberlos animado a conocer un poco de la obra gardeana.
            Termino con esta reflexión: mis amigas, amigos, cuando discutimos con alguien, lo importante no es demostrar que tenemos razón. Con frecuencia no la tenemos, aunque estemos convencidos de que sí. Lo importante, al discutir, es llegar a un punto de confluencia, el punto medio donde los intereses de quienes debaten quedan equilibrados. No hay tal cosa como la única verdad. Sólo hay una verdad tuya y una verdad mía sobre el mismo asunto, y ninguna persona es mejor ni más dotada que otra para determinar si su argumento vale más que el otro. La convivencia es imposible si se tiene una actitud de superioridad sobre quien nos acompaña.

            Abrazos y besos a distancia!




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