En lugar de crónicas y recetas, ahora
me permitiré unas breves reflexiones. Ideas que llegaron a mi caótico cerebro mientras
estudiaba textos de Jesús Gardea bajo la sombra de un frondoso y espinudo limonero.
Las florecillas blancas abundan a tal grado en este árbol, que muchas caen al
menor soplo del viento. Mis libros y cuadernos se cubrían de vez en cuando y
había que sacudirlos. Con esa distracción y el vuelo de unas cuantas abejas muy
cerca de mí, hubo momentos de descanso en la lectura y surgieron pensamientos que
ahora comparto con ustedes. Intentaré hacerlo con la mayor concisión y
brevedad.
Son dos los conceptos que propongo al
arbitrio de ustedes. El primero lo puedo enunciar así: esta crisis mundial de
salud pone a prueba al sistema capitalista (el único que existe) y al mismo
tiempo le ofrece la oportunidad de reconfigurarse humanamente, salir de un
esquema de “capitalismo salvaje” imperante hoy. El segundo concepto, quizá el
primero que abordemos, se refiere a la violencia verbal. Cuando aparecieron las
primeras formas de comunicación por internet (los chat rooms y blogspots),
pronto se vio que hay quienes tienen la necesidad urgente de insultar y desahogar
rencores guardados por medio de imprecaciones. Esto se ve mucho en facebook y
en twitter, donde los comentarios insultantes en política, cultura y temas
generales abundan. Los maldicientes parecen competir en crueldad y bajeza y mal
gusto ante la menor provocación o el mínimo desacuerdo.
Bien, ya casi empezamos con el
segundo tema, que trataremos en pocas palabras. Creo sinceramente que varios
motivos tiene la gente para servirse de la violencia verbal cuando se trata de
política. Uno de esos motivos es la soberbia. Esto es, el defensor de una
tendencia política, de una ideología, se siente poseedor de la verdad y
considera a esta verdad como la única. Si en efecto tiene razón, todos los
demás serán estúpidos, ¿no? El bando contrario pensará exactamente igual y lo
han de verbalizar con toda energía, aunque eso lleve a una polarización política,
tribal, social que, esa sí, es una verdadera estupidez, y muy peligrosa. Otro motivo
de la violencia en un discurso en favor de cualquier partido o bando político
es la falta de argumentos claros. Yo mismo lo he vivido alguna vez cuando, en
una discusión, si me vi falto de fuerza argumental he comenzado a gritar un
poco, a defender con energía mis puntos de vista endebles. Ciertamente, las
discusiones políticas (especialmente los llamados “debates”) adolecen de nula
solidez lógica, argumental y sustento objetivo. Cada bando pretende demostrar
su propia razón y exhibir al otro como imbécil. Nada más. Nadie busca una
verdad que, en realidad, ni es unívoca ni se encuentra, muchas veces, en uno de
los bandos, sino en el punto medio. Y así ocurre en cualquier campo: la gente
discute en favor de un interés o un gusto particular, no en favor de la
solución de un problema ni de la verdad. Por eso no soy de ningún partido.
Pero
esa violencia verbal no acaba en palabras que se lleva el viento, sino que se
traduce en polarización partidista y social que no pocas veces lleva a la
violencia física, es decir, a la mayor expresión de idiotez humana. Un insulto,
una falta de respeto que luego es respondida con otra falta igual, se replica
hasta convertirse en una espiral ascendente muy difícil de frenar, casi imposible,
y el resultado es un rencor tribal nacido de tensiones personales que se ven incrementadas
con palabras más amargas cada vez. Esta tensión habrá de salir en formas activas
y lamentables. Los dirigentes políticos lo saben y lo explotan. Así explotaron
los nazis el antisemitismo y lo siguen haciendo las facciones extremistas de
derecha, izquierda o de religiones fundamentalistas.
Amigos,
amigas mías, ¿qué tal si les debo el otro tema para mañana, puesto que no se
trata de enrollarlos ni provocar que me odien por faltar a mi promesa de ser
breve?
¡A cuidarse,
pues, y a no salir de casa, por favor, por salud, por amor!
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