martes, 14 de abril de 2020

Qué hacer durante una reclusión voluntaria (25)

Hermanos en la gracia de la resistencia:
Hoy sí he sentido la necesidad, la falta de una voz que censure mis actos nocivos. Me hago el propósito, me doy la orden mental de completar las tareas del día y, ocasionalmente, la enemiga pereza despierta a mi lado, me pone encima su brazo cargante y tibio a la vez que murmura: “Quédate aquí, para qué te levantas, no tienes patrones, no hay quien te ordene”. El cántico aturde y aduerme y las horas se pasan pensando. Pensando en nada, por no fatigar al cerebro.
Cuando tal cosa sucede, el mediodía me recibe con el ceño fruncido, como llegar al aula, en la Universidad, cuando faltan unos minutos para terminar la clase. Los compañeros y el profesor, sin decir nada al retardado, dicen con los ojos: “Ya para qué”. Ya para que te levantas y estorbas al flujo del día. Mejor quédate en tu sueño, en tu noche larga. Por qué mejor no te quedas afuera, piensan los compañeros de escuela.
No es lo peor la vergüenza de haber despertado tan tarde, sino ver que no alcanza ya el tiempo para todas las actividades que, de no hacerse sin falta y a diario, se van aplazando y son causa de más atriciones. El ánimo entonces se encierra, se vuelve más flojo, y el ciclo se vuelve una amarga costumbre.
El diantre regañón me increpa: “Tu lindo programa imposible: lectura, ejercicio, guitarra, escritura, los nuevos idiomas, componer lo roto en la casa: imposible cumplir tantas cosas. Toma tres y sin falta comienza y no pauses el ritmo”.
Y sí, falta gestión de mi tiempo, itinerar por escrito, por hora y minuto. Cuando tenga el acierto de urdir un proyecto en papel, bien armado, con dos o tres obras que puedan cabalmente hacerse, sabré con certeza por qué levantarme. Lanzaré por la borda a la tibia enemiga y serán productivos mis días.
Estaré jubiloso de hacer lo que debo y deseo.


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