Pues qué les
cuento, que ya mis nobles anfitriones pudieron descansar de mí, porque regresé
a vivir con mi novia. La tenían en cuarentena por su reciente viaje a Washington.
Un simple lapso de precaución. Pero sigo, seguimos siendo precavidos para
salvaguardar nuestra salud y la de toda la familia que nos rodea. Y también las
amistades, compañeros, etcétera. Al cuidarme, te cuido, es nuestro eslógan.
Hicimos una
breve caminata, con los respectivos cubrebocas. Por cierto, aunque no entro ya
en las tiendas, observé que sigue habiendo despreocupación entre muchos
juarenses. Nada de distancia saludable, nada de cubrebocas y guantes. Ojalá no
tengamos que lamentarlo.
Más tarde, comimos
frugalmente y procurando que no falte alguna fruta, un poco de verdura.
Prescindimos, por salud, de refrescos y golosinas. Apenas si probé alguna
bebida recreativa (cerveza). Ella decidió aplazar esos placeres para otro
momento.
Practiqué por
varios minutos la escala de Do en la guitarra. Es uno de los ejercicios
encomendados por la rondalla donde aspiro a tocar cuando amaine la tormenta
virulosa.
Corregí e
imprimí varios poemas que engrosaron las páginas de un par de libros. Seguirán
inéditos hasta que me parezca que su calidad los hace dignos de publicación.
Lo que no logro
terminar, queridos amigos, amigas, es un libro de Julio Cortázar (Lecciones
de literatura. Berkeley, 1980). No son más de 300 páginas, pero cada una
tan interesante que me detengo a dialogar de vez en cuando con el autor (como
si fuera el amigo imaginario de un niño). Sin duda, en los primeros días de
abril lo acabaré para dar comienzo a uno de mis proyectos: un ensayo sobre las
novelas de Jesús Gardea; terminar tres poemarios que ya casi están listos;
Componer una canción, armar un libro de cuentos con los que tengo sueltos y
desordenados, etcétera, etcétera.
Bueno, fue poco lo que hice, pero no estuve holgazán
del todo. Nunca hay que estarlo. Un abrazo afanoso para todos y todas ustedes.
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