Hoy
es 27 de marzo del año del virus.
Con
las tolvaneras que hubo y el estado de mis bronquios, fue imposible hacer mi
caminata o salir al patio a ejercitarme. En lugar de eso, estuve pensando en el
temblor de ayer y en la suerte que tuve de no darme cuenta: sin duda, hubiera
temblado todo el día de miedo. También hablé con algunas de mis personas queridas
y tuve una conversación de texto en línea con una joven mujer que, sin conocernos
personalmente, me trata con una amistad cálida que mucho agradezco. Aristóteles
decía que uno de los mayores bienes es la amistad. Otros pensadores valoran la
conversación como uno de los más grandes placeres. Abrazo con gusto ambas
ideas.
Ventolera,
temblor, covid-19. Y sin poder salir. Lloré un pequeño rato
por esta situación, por las condiciones difíciles de quienes enfrentan cara a
cara la pandemia, por los enfermos. Pero es mejor hacer lo necesario, lo que
esté en mis manos para disminuir la gravedad que empezamos a vivir. Al cuidarme
yo, cuido a los otros. Si evito enfermarme, nadie será contagiado por mí.
Desde
hace algunas décadas, uno de mis pasatiempos principales fue la lectura. Nunca
leí mucho, realmente, pero siempre disfruté cada libro. En tiempos como estos y
a mi edad, una buena novela, una buena dotación de poemarios, un poco de
filosofía: esas son las cosas que suplen la vida social y los antros. Con creces.
Así que busco siempre aquellas obras que satisfagan mi curiosidad y mi sed de
saber más. Ahí está mi consuelo. Otra cosa que ayuda es la escritura. Hasta
escribí un poemita sobre esta ciudad y sus tormentas arenosas de marzo. Algún
día, cuando lo termine de corregir mil veces, lo compartiré con todos ustedes,
o bien, quizá tenga la suerte de publicarlo en un libro.
Un
poema cada día. No siempre es fácil, pero llevo unos cinco terminados en esta
fase de la reclusión (cada vez le agrego más drama). Cinco poemas que tal vez
no valgan mucho, pero me han dado consuelo, me han obligado a ejercitar la
mente y la sensibilidad, como en un gimnasio de la inteligencia y el espíritu,
a la vez.
Amigos,
amigas mías: una actividad artística o artesanal será siempre un empleo
prodigioso del tiempo. Aprender un instrumento musical, aprender dibujo y
pintura, tejer, coser, cocinar, construir cosas con madera u otros materiales.
Mucho se puede hacer cuando está uno impedido de salir a reuniones o visitas.
Lo único prohibido es oxidarse. Ni el cuerpo ni la mente deben hacerlo. Es un
pecado y además hace daño.
¡Un
abrazo virtual y verdadero para ustedes!
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