jueves, 26 de marzo de 2020

Qué hacer durante una reclusión voluntaria (7)


 Hola, amigas y amigos.

Hoy, 26 de marzo, no salí a caminar.

Como se me antojó dormir con la ventana abierta, amanecí con un ligero resfrío que fue cediendo gracias al reposo, hidratación y té con limón. No obstante, cuando me sentí mejor me puse a practicar con la guitarra y luego hice un poco de ejercicio: dos series de “palomitas” (30 saltos por serie); dos series de lagartijas (15 repeticiones por serie). Y digan que fue mucho.

Antes, tratando de hacer una pequeña siesta, seguí con la lectura de Julio Cortázar, gracias a lo cual me asaltó la idea de un poemita. Trata sobre el hecho de que no recuerdo haber jugado, cuando niño, en un parque. Quizá estuve en varios, pero no me paseé en un columpio, no me lancé por un resbaladero, no me divertí con alguien más en un sube-y-baja. No creo que la causa haya sido mi edad: sin duda, ya se habían inventado los parques en aquel tiempo (años 60 y 70 del siglo XX). En el poema me pregunto, ¿acaso no existían parques durante mi infancia? Luego me respondo que quizá lo que no tuve fue una infancia de juegos como los que tienen hoy los niños. ¿No tuve infancia? Tal vez sí, pues no nací viejo.

Amigos, también me estuve preguntando por la naturaleza de los virus y por la misión en el mundo de los bichitos que nos enferman si el sistema inmune es débil. Pensando, pensando, concluí que en este planeta los animales y las plantas se alimentan y reproducen gracias a la enfermedad y muerte de otras plantas y animales. Ignoro si los virus pueden llamarse animales, pero tomo el nombre genérico para todo aquello que tiene alguna forma de vida, es decir, que se mueve. Las plantas se mueven, también, aunque con relativa lentitud. Crecen y se pueblan de hojas, flores, frutos: eso es animación. Considero animales a las plantas, desde este punto de vista: poseen animación, que es la forma visible de una posible ánima (alma). Siempre desde el parámetro que ya he descrito.

Por lo dicho en el párrafo anterior, quiero contradecir al jefe de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreysus (creo que así se llama), quien afirmó que el coronavirus es un enemigo de la humanidad, si los medios periodísticos no mienten en este caso. En mi opinión, la naturaleza no tiene enemigos. Tampoco amigos. La naturaleza es una maravilla que se sostiene mediante ciclos de dominio alternante: a veces triunfa el león sobre su presa, que será su alimento; a veces, la presa es tan veloz que el felino pasará hambre y será alimento de las hienas. En ocasiones, plantas e insectos u otros animales colaboran, como las flores que son polinizadas por abejas, colibríes, mariposas, murciélagos y otros. A veces, insectos, plantas parásitas o bacterias invaden el cuerpo de un árbol y lo destruyen.

Algunas bacterias dentro de nuestro cuerpo cooperan con nuestra salud: se alimentan y nos dan un servicio. Otras bacterias y algunos virus se convierten en huéspedes nuestros para alimentarse y reproducirse. Si estamos débiles nos consumirán en el proceso. Es lo mismo que pasa en toda la naturaleza, todos los días. Nosotros, con haber permitido que nuestro número creciera al grado de poblar el mundo hasta el hacinamiento, nos convertimos en blanco fácil de propagaciones y pandemias. Si no viajáramos tanto entre países, una epidemia no tendría oportunidad de extenderse globalmente. El virus no se propaga, lo esparcimos nosotros hasta cada rincón de la tierra. El coronavirus no va a destruir la especie humana, esta raza multicolor, pero la va a diezmar un poco. El problema es que los sistemas de salud han sido deficientes en todos los países y no son capaces de atender todos los casos graves que se presentarán. Esa tragedia desprestigia a los gobiernos, una de cuyas tareas es cuidar la salud del pueblo. En parte por eso tenemos tanto miedo.

En fin, basta de rollo y cantemos la vida, tengamos precaución para librar este lapso difícil, pero demostremos que entendemos la naturaleza y cuidemos nuestro cuerpo, nuestro espíritu; cuidemos igual a nuestras personas queridas y a nuestra casa común, tan contaminada ya por la codicia humana.

Un abrazo coronado de esperanza para ustedes todos.


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