viernes, 20 de marzo de 2020

Qué hacer durante una reclusión voluntaria (2)


Como ayer lo prometí, hoy terminé de ver El Faro, película dirigida por Robert Eggers y protagonizada por Willem Dafoe y Robert Pattinson, además de la participación de Valeriia Karaman, quien aparece unos momentos como sirena. Es una historia intensa, con imágenes poéticas y audaces. Dos personajes que trabajan en el mantenimiento de la luz que guía a los posibles marinos y pescadores en una costa, experimentan una lucha por mantener la convivencia y el trabajo sin llegar a la locura. Confieso que mi limitado conocimiento del inglés oral no me privó del goce de esta obra, más apoyada en la estética visual y en las situaciones que viven los dos varones, uno viejo y otro joven, quienes enfrentan la furia de tormentas del mar, del cielo y las íntimas, humanas. Hay magia, fantasía y violencia, tanto en la naturaleza exterior como en el interior de la vivienda que comparten los personajes.

Mejor verla que escuchar una reseña.

Luego de esta sesión de cine, decidí caminar un poco, aprovechando el ascenso de temperatura y el cielo despejado. Había, eso sí, un poco de viento frío. A pesar de las precavidas recomendaciones, estuve a punto de entrar a una farmacia para hacer algunas compras no indispensables: cierta marca de pasta dental, guantes de látex. Sin embargo, recordé que mi condición vulnerable (pulmones con fibrosis), me obliga a permanecer lejos de tiendas y de todo contacto humano que no sea el de la casa donde habito. Hay que ser responsables en esta emergencia de salud.

Pronto regresé, pues, sobre mis pasos y me puse a meditar sobre las cosas que me quedan por hacer en una situación de encierro. Leí y releí otro poema de Stephen Spender (a este paso, será un poema por día). “Airman”, es el título. No son más de doce versos, pero vale la pena de leerse con atención. Intentaré traducirla dignamente, pero antes les ofrezco aquí una fotografía del texto.



Para quienes no leen inglés, adelanto que se trata de un piloto de guerra a quien poco preocupan los halcones en la altura, pero a las águilas que tanto le atemorizan (quizá los aviones enemigos) tampoco los ve con rencor. Ha cruzado, dice el poema, la enorme nube, casi ha ganado una guerra sobre el sol. Los dos versos finales parecen indicar que su nave fue abatida y su cuerpo, ahogado como Ícaro en medio del océano, sólo ha sido en parte recobrado.

También me puse a leer un libro que voy terminando en plazos: La peor parte, de Fernando Savater. Una historia de su gran amor perdido, escrita desde una viudez naturalmente atormentada pero donde Savater conserva y rescata los momentos gratos festivos, inolvidables de aquella relación amorosa de muchos años. Hermoso libro, ameno como todo lo de este autor español.

Ayudé un poco a mi hermana con sus trabajos literarios y conviví hasta donde lo permite el respeto al espacio ajeno. Oh, además recibí una clase magistral sobre cómo cocinar una tortilla española de patata (o papa, como decimos nosotros). Espero un día poder dejarla tan perfecta y sabrosa como esta que hizo mi hermana.

Como recibí por correo electrónico unas partituras de ejercicios para guitarra, gracias a la generosidad de mi maestro Alejandro Ramírez, comencé a trabajar la digitación de esas notas, a tratar de convertir en sonidos coherentes esa escritura que apenas comienzo a conocer.

Luego de postear para ustedes estas líneas, creo que volveré a la lectura de alguna obra shakespeariana o a trabajar un poco mis escuálidos músculos (o ambas cosas). Mi descubrimiento de hoy que el tiempo alcanza sólo si lo administramos bien. Yo todavía no lo consigo, pero es parte de mis trabajos pendientes.

PD: tal vez, en lugar de relatos de mis actividades, pondré aquí una serie de reflexiones, aforismos, pequeños poemas propios. Será material más breve y, espero, de mayor interés general.
Hasta la próxima, entonces, y sigan cuidando su salud, por favor.

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