Hace tiempo me
embarqué en un viaje cuyo vehículo consistía sólo en mi silla y mi escritorio. El
destino, menos inmóvil, era ese país con decenas de provincias: los libros de
Jesús Gardea. Un propósito a largo plazo me animaba y anima, el de escribir un
ensayo-homenaje al narrador deliciense a partir de la lectura total de su obra
y de las tesis y artículos críticos que hasta hoy encontré de cuantos han
aparecido acerca de dicha obra.
Al principio leí varias de las
novelas, pensando que podía tomar el material en su punto de mayor madurez para
comprender pronto las claves, técnicas, elementos constantes y preocupaciones
más destacadas del quehacer gardeano. Pronto entendí que, al menos en este
caso, no conviene emprender al viaje por el punto de llegada. Las novelas,
desde luego, contienen pasajes que muestran el peculiar estilo poético en
abundantes momentos de la narración, pero la densidad y complejidad de esos
pequeños libros exige desandar el camino y revisar los textos más breves, los
cuentos.
Según parece, Gardea publicó
doce novelas en vida y una más que apareció cuando él ya no estaba entre
nosotros. Otra más, titulada Casa de
Anfibia, permanece impublicada, mientras que Bugambi, que sería su última novela, quedó inconclusa. No he sabido
que alguna institución o editorial haya emprendido el esfuerzo de sacar a la
luz este par de obras póstumas.
Por los cuentos, en cambio,
Gardea logró notoriedad nacional, premios y el indudable impulso que significa
ver coronado el esfuerzo de varios años, a partir del momento en que este dentista
decidió abandonar la vida laboral para dedicarse exclusivamente a la
literatura. Alguna vez me dijo, “El Fondo de Cultura Económica me prometió
editar todos mis cuentos. Todavía estoy esperando, a ver si es cierto”. Reunión de cuentos tiene fecha, en su
colofón, de abril de 1999. ¿Lo tuvo en sus manos el autor, cuya partida ocurrió
en el año 2000? Ojalá: se trata de una buena edición en pasta dura, dentro de
la colección “Letras mexicanas”, lo cual agrega valor y consagra a Gardea como
uno de los grandes narradores mexicanos de todos los tiempos.
Pues bien, emprendí el viaje,
que supuse reposado y sin accidentes, por la primera página de la citada Reunión de cuentos.
Abre con “Aquellos Bamba”, que a su vez da inicio al libro titulado Los viernes de Lautaro. Aquí tenemos, a
grandes rasgos, una especie de cuadro costumbrista bastante deformado por
intensidades crudas, extrañas elaboraciones mentales de los personajes quienes
parecen sufrir trastornos relacionados con la soledad, la incapacidad
comunicativa y un alto grado de insatisfacción personal. La sexualidad algo
torcida de todos constituye la “normalidad” del universo relatado.
“Un hombre solo”, el siguiente relato, revela en el personaje principal una
erosión del carácter a causa de la soledad. Sin embargo, puede leerse a la
inversa: el hombre labra su propia soledad a causa de su extraño carácter, de
sus manías. Abrevio los comentarios para llegar a lo que importa en este
momento, el estilo de “Garita, la muerte”, aunque debo comentar los textos anteriores
para establecer el contraste.
“Los viernes de Lautaro”, relato homónimo del libro, también es una
historia de soledad, pero en la misma medida es una historia de amor. Lautaro
Labrisa vive únicamente para alimentar el recuerdo de su difunta mujer, Ausencia
Talavera. A esta historia se integra, en algún momento, un gato, a quien
Lautaro bautiza con el mote, precisamente, de “Talavera”. Los nombres empleados
en esta escritura son signos muy evidentes, pero el que más me conmueve es el
adorno de la tina de baño (la tina es elemento, por cierto, importante del
cuento): racimos de vid pintados por el mismo Lautaro. Las uvas eran las frutas
preferidas de Ausencia.
El relato que sigue se titula “Nazaria”, que es la historia sutil, mas no
lánguida, de un asesinato. Las técnicas principales son dos, además del inicio in
extremis: tiempos que se alternan de párrafo a párrafo y la pintura de un
estado de cosas que justifica el descubrimiento que da sentido y tensión a la
trama, justo en las últimas líneas. Así, se trata de un círculo de tal eficacia
que bastan, al autor, apenas poco más de dos páginas plenas de crítica social
implícita y culpabilidades nunca expresadas, pero inevitablemente intuidas por
el lector.
“La acequia” es un cuento también muy breve. Su final abierto me dejó, en
una primera lectura, con la idea de un texto inacabado. Sin embargo, a poco
revisarlo, veo que posee uno de esos finales que solo un escritor de oficio es
capaz de idear. Si de un párrafo a otro fue sembrando el suspenso, el final nos
deja en el punto más álgido de la incertidumbre. La historia es muy simple:
cuatro hermanos se disponen a poner un ultimátum a un hombre que incumplió una
deuda de juego. El acreedor es padre de los emisarios, que van armados con
fusiles y asedian la casa como en un sitio bélico. Tres de ellos tienen miedo;
el otro los dirige. En algún momento, uno de ellos, quien es el narrador,
advierte el posible error de presentarse armados ante un hombre temible. En ese
instante de luz racional descansa el sentido de la trama.
Este, como otros cuentos de Gardea, construye su encanto, de manera
involuntaria o no, con una poesía sin aspavientos y matizadamente rural. Por no
alargar el comentario, diré que la acequia donde ocurre parte de la anécdota
pasa a ser un personaje más, gracias a los empleos poéticos de esta prosa.
Llegamos a “Garita, la muerte”. Al terminar la primera lectura, pensé que
había perdido mi capacidad comprensiva, pues me quedé con muchas preguntas. ¿Cuál
fue la motivación de los hechos principales? ¿Qué función juegan algunas de las
anécdotas? No queda más remedio que leer de nuevo, ahora con atención
concentrada y de un tirón, como debiera ser siempre la lectura de un cuento, y
con la intención de armar el rompecabezas. Resulta que Gardea es un autor
sabio, cuyas historias se presentan en muchas ocasiones sin solución explícita.
La relectura fue asaz provechosa: Gardea se
guarda muchos datos, pero siembra intrigas y claves suficientes para
que, al menos, el lector imagine, suponga y construya. El tahúr Blas Candumo es
providencial en sentido negativo y en el positivo también: llegó al pueblo
llamado Garita y logró la ruina de Ángel Nacianceno cuando acaparó el interés
de casi todos los clientes de su bar, el Gambrinus. Con el tiempo, Candumo
ejerció una gran fascinación sobre su víctima, al grado que Ángel estuvo
dispuesto a seguirlo en viaje sin retorno aparente. También atrajo, este Blas
enigmático, una feliz bonanza para el hotel-casino propiedad de Olegario Baeza,
gracias a su habilidad con los naipes. Sin embargo, entre sus habilidades
estaban las detectivescas, pues descubrió un asesinato cometido por Olegario
(aunque, desde luego, nunca nos lo dice el narrador ni nadie). Con pocas
pinceladas, Gardea nos da el matiz adecuado para conocer de qué lado está la
maldad, cuando Baeza pide a su empleado y gatillero Bartolomé Rubio: “me traes
a tu hija Sabina”. Además, resulta un hecho patente y central que este
propietario de hotel vive de estafar a sus viejos amigos (el instrumento es
Candumo, a veces apoyado por Nacianceno). Sin embargo, el desenlace nos lleva a
creer en una suerte de justicia, de castigo al malvado mediante ciertas
intrigas maquinadas por el sagaz Candumo, quien al final, con su partida de
Garita, causa la ruina de Olegario, pues toda su riqueza reciente la debía a
las habilidades del tahúr. La historia puede ser más o menos interesante, pero
sin duda el estilo denso de Gardea representa un reto de lectura, y ese reto es
lo más delicioso, valioso y magistral del cuento aquí comentado.
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