sábado, 22 de mayo de 2021

Leer a Jesús Gardea. Por Agustín García Delgado

 



Hace tiempo me embarqué en un viaje cuyo vehículo consistía sólo en mi silla y mi escritorio. El destino, menos inmóvil, era ese país con decenas de provincias: los libros de Jesús Gardea. Un propósito a largo plazo me animaba y anima, el de escribir un ensayo-homenaje al narrador deliciense a partir de la lectura total de su obra y de las tesis y artículos críticos que hasta hoy encontré de cuantos han aparecido acerca de dicha obra.

                Al principio leí varias de las novelas, pensando que podía tomar el material en su punto de mayor madurez para comprender pronto las claves, técnicas, elementos constantes y preocupaciones más destacadas del quehacer gardeano. Pronto entendí que, al menos en este caso, no conviene emprender al viaje por el punto de llegada. Las novelas, desde luego, contienen pasajes que muestran el peculiar estilo poético en abundantes momentos de la narración, pero la densidad y complejidad de esos pequeños libros exige desandar el camino y revisar los textos más breves, los cuentos.

                Según parece, Gardea publicó doce novelas en vida y una más que apareció cuando él ya no estaba entre nosotros. Otra más, titulada Casa de Anfibia, permanece impublicada, mientras que Bugambi, que sería su última novela, quedó inconclusa. No he sabido que alguna institución o editorial haya emprendido el esfuerzo de sacar a la luz este par de obras póstumas.

                Por los cuentos, en cambio, Gardea logró notoriedad nacional, premios y el indudable impulso que significa ver coronado el esfuerzo de varios años, a partir del momento en que este dentista decidió abandonar la vida laboral para dedicarse exclusivamente a la literatura. Alguna vez me dijo, “El Fondo de Cultura Económica me prometió editar todos mis cuentos. Todavía estoy esperando, a ver si es cierto”. Reunión de cuentos tiene fecha, en su colofón, de abril de 1999. ¿Lo tuvo en sus manos el autor, cuya partida ocurrió en el año 2000? Ojalá: se trata de una buena edición en pasta dura, dentro de la colección “Letras mexicanas”, lo cual agrega valor y consagra a Gardea como uno de los grandes narradores mexicanos de todos los tiempos.

                Pues bien, emprendí el viaje, que supuse reposado y sin accidentes, por la primera página de la citada Reunión de cuentos.

Abre con “Aquellos Bamba”, que a su vez da inicio al libro titulado Los viernes de Lautaro. Aquí tenemos, a grandes rasgos, una especie de cuadro costumbrista bastante deformado por intensidades crudas, extrañas elaboraciones mentales de los personajes quienes parecen sufrir trastornos relacionados con la soledad, la incapacidad comunicativa y un alto grado de insatisfacción personal. La sexualidad algo torcida de todos constituye la “normalidad” del universo relatado.

“Un hombre solo”, el siguiente relato, revela en el personaje principal una erosión del carácter a causa de la soledad. Sin embargo, puede leerse a la inversa: el hombre labra su propia soledad a causa de su extraño carácter, de sus manías. Abrevio los comentarios para llegar a lo que importa en este momento, el estilo de “Garita, la muerte”, aunque debo comentar los textos anteriores para establecer el contraste.

“Los viernes de Lautaro”, relato homónimo del libro, también es una historia de soledad, pero en la misma medida es una historia de amor. Lautaro Labrisa vive únicamente para alimentar el recuerdo de su difunta mujer, Ausencia Talavera. A esta historia se integra, en algún momento, un gato, a quien Lautaro bautiza con el mote, precisamente, de “Talavera”. Los nombres empleados en esta escritura son signos muy evidentes, pero el que más me conmueve es el adorno de la tina de baño (la tina es elemento, por cierto, importante del cuento): racimos de vid pintados por el mismo Lautaro. Las uvas eran las frutas preferidas de Ausencia.

El relato que sigue se titula “Nazaria”, que es la historia sutil, mas no lánguida, de un asesinato. Las técnicas principales son dos, además del inicio in extremis: tiempos que se alternan de párrafo a párrafo y la pintura de un estado de cosas que justifica el descubrimiento que da sentido y tensión a la trama, justo en las últimas líneas. Así, se trata de un círculo de tal eficacia que bastan, al autor, apenas poco más de dos páginas plenas de crítica social implícita y culpabilidades nunca expresadas, pero inevitablemente intuidas por el lector.

“La acequia” es un cuento también muy breve. Su final abierto me dejó, en una primera lectura, con la idea de un texto inacabado. Sin embargo, a poco revisarlo, veo que posee uno de esos finales que solo un escritor de oficio es capaz de idear. Si de un párrafo a otro fue sembrando el suspenso, el final nos deja en el punto más álgido de la incertidumbre. La historia es muy simple: cuatro hermanos se disponen a poner un ultimátum a un hombre que incumplió una deuda de juego. El acreedor es padre de los emisarios, que van armados con fusiles y asedian la casa como en un sitio bélico. Tres de ellos tienen miedo; el otro los dirige. En algún momento, uno de ellos, quien es el narrador, advierte el posible error de presentarse armados ante un hombre temible. En ese instante de luz racional descansa el sentido de la trama.

Este, como otros cuentos de Gardea, construye su encanto, de manera involuntaria o no, con una poesía sin aspavientos y matizadamente rural. Por no alargar el comentario, diré que la acequia donde ocurre parte de la anécdota pasa a ser un personaje más, gracias a los empleos poéticos de esta prosa.

Llegamos a “Garita, la muerte”. Al terminar la primera lectura, pensé que había perdido mi capacidad comprensiva, pues me quedé con muchas preguntas. ¿Cuál fue la motivación de los hechos principales? ¿Qué función juegan algunas de las anécdotas? No queda más remedio que leer de nuevo, ahora con atención concentrada y de un tirón, como debiera ser siempre la lectura de un cuento, y con la intención de armar el rompecabezas. Resulta que Gardea es un autor sabio, cuyas historias se presentan en muchas ocasiones sin solución explícita.

La relectura fue asaz provechosa: Gardea se  guarda muchos datos, pero siembra intrigas y claves suficientes para que, al menos, el lector imagine, suponga y construya. El tahúr Blas Candumo es providencial en sentido negativo y en el positivo también: llegó al pueblo llamado Garita y logró la ruina de Ángel Nacianceno cuando acaparó el interés de casi todos los clientes de su bar, el Gambrinus. Con el tiempo, Candumo ejerció una gran fascinación sobre su víctima, al grado que Ángel estuvo dispuesto a seguirlo en viaje sin retorno aparente. También atrajo, este Blas enigmático, una feliz bonanza para el hotel-casino propiedad de Olegario Baeza, gracias a su habilidad con los naipes. Sin embargo, entre sus habilidades estaban las detectivescas, pues descubrió un asesinato cometido por Olegario (aunque, desde luego, nunca nos lo dice el narrador ni nadie). Con pocas pinceladas, Gardea nos da el matiz adecuado para conocer de qué lado está la maldad, cuando Baeza pide a su empleado y gatillero Bartolomé Rubio: “me traes a tu hija Sabina”. Además, resulta un hecho patente y central que este propietario de hotel vive de estafar a sus viejos amigos (el instrumento es Candumo, a veces apoyado por Nacianceno). Sin embargo, el desenlace nos lleva a creer en una suerte de justicia, de castigo al malvado mediante ciertas intrigas maquinadas por el sagaz Candumo, quien al final, con su partida de Garita, causa la ruina de Olegario, pues toda su riqueza reciente la debía a las habilidades del tahúr. La historia puede ser más o menos interesante, pero sin duda el estilo denso de Gardea representa un reto de lectura, y ese reto es lo más delicioso, valioso y magistral del cuento aquí comentado.


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