Abro los ojos y lo que veo son estas ramas negras y al fondo un lago tranquilo. Parece que estuvieran al principio del mundo y no solo a principio del año; otro tiempo más de fracaso.
¿Quiénes
son esas personas que ayer parecían tan felices comprando regalos de última
hora, tomando brandy a hurtadillas como adelanto de la cena que viene, la noche
buena? Las parejas van de la mano con absoluta confianza y cariño.
Por
supuesto que no los envidio, jamás seré ese blando señor que por una brizna de
alegría fue vendiendo su alma al tedio.
Nadie
me ama, es cierto, pero tampoco dependo de ningún afecto. Soy el paria en las
pocas casas a donde llega, el que se queda un rato y luego se va; sigue
caminando por el rumbo de su completa libertad.
Si me
hago alguna de las preguntas que nunca dejo llegar, podría saltar esta:
¿libertad para qué, para dónde? Soy un cuerpo a la deriva.
La
Navidad frente a la televisión y el año nuevo en la botella de whisky, sin
medida, no me procuran plenitud alguna, por más que en los vapores del viaje
alcohólico se revele algún espejismo de ingenio, que luego se esfuma.
Solo
queda esta biología torturada que ahora late con violencia en las sienes
queriendo reventar un cerebro estéril. Tengo 64, ¿ya para qué me esfuerzo?
Nadie me espera, muy pocos habrán de acordarse de mí cuando haya muerto.
The
end.
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