jueves, 16 de abril de 2020

Qué hacer durante una reclusión voluntaria (27)

Mujeres y hombres de toda orientación (política, religiosa, ideológica, etc.):
           La cuarentena puede ser benéfica si te pones creativo (o creativa). Ejercitas tu cuerpo, ejercitas la mente, ejercitas la paciencia de vivir con alguien minuto a minuto. Yo, para no batallar, busco mi rincón de lectura. Si el tiempo está bueno, me voy a la sombra de un árbol con limones y flores colgando, abejas volando, insectos de todas las formas que caen sobre el libro y me dan compañía. Pienso en Darwin: ¿habrá clasificado este mínimo arácnido color verde? No lo he visto en ningún catálogo entomológico o aráñico. Será que no tengo ninguno y los que alguna vez pude hojear en bibliotecas no son exhaustivos.
           Lo malo de tener esta oportunidad creativa es que también se piensa. Yo pienso mucho. Quizá es un privilegio de los perezosos. Pero qué va, cuál privilegio, más bien es una enfermedad. Puede provocar graves rupturas, llevarnos a tomar decisiones que voltean el mundo (el de uno mismo) de cabeza. Por ejemplo, tengo días pensando en el tema del feminismo. No es un tema, sino muchos; no una teoría, sino varias; no un problema importante para ser analizado, discutido, valorado, sino una pila de problemas. Mayor problema sería, mayúsculo, ignorar su importancia y callar nuestras opiniones. El diálogo construye.
            Ayer, por ejemplo, le dije a mi mujer:
            --Vieja, hay algo que quisiera platicar contigo.
            ­­--Ora qué traes, viejo –contestó sin muchas ganas de oír otro de mis monólogos “profundos”.
       --Es sobre el asunto ese del feminismo. Creo que debemos adoptar las cosas buenas que proponen las voceras más inteligentes del movimiento. Tú sabes que te respeto…
            --Y pobre de ti si no.
            --Que soy bien apoyador en los quehaceres de la casa.
            --Ay, pues ni modo que no ayudes, si también tú vives aquí.
          --Sí, pero tenemos más de medio siglo viviendo en el planeta, casi un tercio de siglo de estar juntos. Traemos costumbres y modelos de convivencia muy añejos. Cómo quitarnos la idea de que hay tareas femeninas y tareas masculinas. El hombre es como el león y la mujer como paloma.
           --¡Ja, ja, ja! Pues hazme enojar y verás cómo yo soy la leona.
           --Ya sé, pero es un sentido figurado. El hombre y la mujer tienen capacidades diferentes. Tú no mezclarás cemento ni yeso para reparar la casa.
           --¿Y a poco tú sí? Siempre tengo que contratar un albañil.
        --Ahora sí, porque ya no tengo edad para ciertas cosas, porque me dedico a cosas culturales. Pero cuando estuve más joven…
          --Pues de algún modo te escapas del trabajo pesado. Se vale, no te lo reprocho.
       --Cuando necesitas algo del supermercado, es más, cuando se terminan tus cigarros, siempre cuentas conmigo para salir de compras. Yo soy un caminador de largas distancias y me parece que cumplo con trabajos físicos, de hombre.
         --¿De macho, quieres decir? Lo que pasa es que somos distintos. Si a mí me gustara caminar y a ti quedarte en casa viendo televisión, yo iría por tu cerveza, sin problema. Eso no es femenino ni masculino. Son los modos de ser de cada quien.
        --Sí, tal vez, pero no ha de ser casualidad que lo rudo nos toca a los hombres casi siempre. Digo, en el caso de nosotros los viejos, ese modo de organizar la vida en casa es bien añejo, no ha cambiado mucho. Y eso de las mujeres mandonas, que las hay, no es nuevo. En mi familia materna, desde mi abuela para acá siempre han mandado las mujeres dentro de la casa. Nunca ha sido un problema para los machos, porque será mandonas, pero también tiernas y buenas.
       --En mis tiempos les decían machos a los mulos. En el reino equino, hay mulas y machos. No entre los humanos.
       --Está bien, está bien, pero admitirás que tenemos roles tradicionales, misiones diferentes que, por cierto, no se pelean con las ideas feministas. No con las que yo acepto y ambos hemos adoptado. ¿Cierto, o no?
      --Bueno, viejo, ya se está haciendo noche. Toma tu delantal (el de macho, claro está) y lava los trastos. Hoy te toca a ti.
      De esta manera zanjó mi esposa el coloquio sobre feminismo –mi soliloquio, diría ella. Sospecho que no le interesaban tanto los trastos, sino dejar de escucharme. Esa impaciencia no me parece una virtud femenina, por cierto. Pienso que ella debería cambiar.

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