Carta en que digo adiós a una mujer que me
abandona
Querida: qué va a ser de ti sin mí.
Claro, tienes todo el derecho de ejercer la crueldad
de abandonarme, huir de mi vida como si fuera yo un supermercado de puerta
giratoria. Como entras, sales. Ya sé, me lo has dicho: más bien soy un
mercadito escaso, tiendita abarrotera de un barrio pobre, sin mucha variedad o
novedades que ofrecer. Quizá por eso te aburriste de mi persona. Sí, pero de
esas tienditas ya quedan muy pocas. Tenías esta rara avis a tu
disposición y bien lo sabes.
Todavía
no sé de dónde tomas el valor para dejarme solo. Bueno, más bien me pediste que
te dejara sola, que me fuera a buscar donde vivir, pero es lo mismo, aunque no
es igual.
Qué
será de ti sin mí, te lo repito. Te quedas con mi biblioteca, te asiste el
derecho, según me demostraste con argumentos invencibles. Bueno, pero pierdes
esos momentos de paz cuando, sabiendo que yo leía en un sillón, tú te dedicabas
a cualquier cosa de tu gusto. Decorar y limpiar la casa sin que nadie criticara
tus curiosas ideas estéticas ni cuestionara si el acomodo de los muebles era el
adecuado. Sé que mi presencia te daba seguridad para ser tú misma, proyectaba
paz sobre el ambiente de la casa y se notaba en tu sonrisa, cada vez que,
trajinando, pasabas junto a mí, que levantaba sonriente los pies para que
pasaras la escoba, sin molestarme por la interrupción.
Pierdes
mucho con mi ausencia, como descubrirás con el tiempo y espero que, pensándolo
de nuevo, reviertas tu dictamen cruel. Cuando veas el clavo en la pared donde
colgaba mi guitarra, recordarás esos momentos de música y canciones, cierto que
no de un artista profesional, pero interpretadas con mucho sentimiento. Hasta
tu fastidio por el ruido, porque gracias a mí no podías escuchar tu película en
la televisión, hasta eso, te digo, vas a extrañarlo. ¿A quién regañarás ahora? ¿Dónde
encontrarás esos detalles de dificultad que daban a tu vida condimento?
Será
difícil para ti vivir sin mí. Cierto que no tengo mis libros, mi sillón, y
tendré que buscar un techo que me cubra. Claro, la casa siempre fue tuya, y ahora
la tendrás toda para ti sola, pero no serás dichosa mientras recuerdes que yo
busco algún rincón donde dormir. A solas, sin tu cuerpo. Pero, sin mí, serás tú
quien más sufra.
Como
dice la canción, “¿Quién dará a tu techo color y a tu lecho calor?”. Ya sé, ya
sé: cuando escuchabas esa letra decías que era absurda, porque la respuesta es
obvia: otra pintura, otra calidez, otra calidad de hombre. Sin embargo, no lo
creo. No estarás mejor sin mí y espero que recapacites. Yo esperaré tu arrepentimiento,
pero no creas que para siempre.
Escribo
esta carta que dejaré en tu buzón, ya que me negarás la entrada en tu casa y en
tu vida, para ayudarte a cambiar tu decisión. Volveré a revisar, en el mismo
lugar, por si me dejas tu respuesta. Si mis consejos te ayudan y me ruegas
volver, encontraré tu carta perfumada y esta sola palabra: “Vuelve conmigo,
amor”. Bueno, tal vez muchas palabras suplicantes. Si, en cambio, encuentro el sobre
sin abrir, roto en pedazos (como supongo que sucederá porque conozco tu
carácter), me pondré triste. Qué será de ti sin mí.
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