“Sustentable” es una palabra, un adjetivo utilizado para definir
cosas diversas. A veces se sustituye esta palabra con un sinónimo:
“sostenible”, que me parece más preciso. Pero ¿qué se quiere sostener y por qué
medios? Los discursos políticos suelen hablar, por ejemplo, de “desarrollo
sustentable”. Me pregunto si es posible un desarrollo, un crecimiento
sostenido, como si se pudiese subir más y más alto, sin encontrar un límite. O
como si la riqueza pudiera engrosarse hasta el infinito, como un globo que se
infla si parar, alcanzando el tamaño de un planeta.
En una página electrónica oficial del gobierno mexicano, llamada
ProMéxico, se afirma lo siguiente:
La sustentabilidad se refiere a la administración eficiente y
racional de los recursos, de manera tal que sea posible mejorar el bienestar
de la población actual sin
comprometer la calidad de vida de las generaciones futuras. Uno de los
principales retos que enfrenta México en materia de desarrollo sustentable es
incluir al medio ambiente como uno de los elementos de la competitividad y el
desarrollo económico y social.Entre los factores clave del desarrollo
sustentable, se encuentra el crecimiento poblacional, la demanda energética, el
cambio climático, la escasez de recursos y del agua, y el manejo de residuos
(http://www.promexico.gob.mx/desarrollo-sustentable/).
Subrayé la frase “mejorar el
bienestar de la población actual” porque los conceptos de crecimiento,
desarrollo, mejoría y modernidad son frecuentes en mucha de la propaganda
política y gubernamental; eso no es ninguna novedad, pero no se anuncia un plazo
para detener esa mejoría y, por lo tanto parece que se trata de un crecimiento
hacia el infinito. Sin embargo, la capacidad de las mayorías mexicanas para
comprar lo necesario para la vida se ha reducido, desde la década de los 80,
según varios estudios, más del 70%. La perspectiva es más drástica si
estudiamos nuestro nivel de vida en la mitad del siglo xx.
Podría decirse que de un tiempo para acá hemos tenido una caída de ritmo
sostenido en varios rubros económicos, medidos a partir del salario mínimo real,
que es un buen indicador de cómo están las cosas. Entonces, el bienestar de la
población actual, según las tendencias, no tiende a mejorar, sino al contrario.
Las proyecciones indican que en mucho tiempo no sucederá tal cosa y yo ignoro
si hay gobierno capaz de solucionar este problema. Tampoco sabemos si hay
gobierno que desee tal cosa.
La verdad es que el discurso de las
sociedades mundiales de países se refieren más bien, con el concepto
“sustentabilidad”, al agotamiento de recursos naturales mediante una
explotación inconsciente de los mismos. Simplemente, hay que mantener la
economía en un ritmo que no agote las fuentes alimentarias y energéticas. Antes
no se habían tomado en cuenta los problemas futuros derivados de prácticas
empresariales muy ambiciosas. Ejemplo conocido por todos es la deforestación,
muchas veces irreversibles, de bosques y selvas; caso similar es el desabasto
de agua, provocado sobre todo por la sobrepoblación y por la concentración
excesiva de personas en unas cuantas grandes ciudades. Quizá lo más grave de
este desbalance en la relación entre personas y necesidades materiales, es el
hecho de que se ocupan grandes extensiones de tierra para construir
habitaciones; estas tierras eran la base alimentaria de la ciudad que crece y ahora
está obligada a importar alimentos que ya no cultiva.
La ciudad no es autosuficiente; su
vida económica no es autosustentable, sino que depende de productores lejanos
que venderán más cara su mercancía porque deben pagar transportes, calcular
pérdidas por el deterioro que el tiempo causa en los vegetales y, desde luego,
obtener ganancias en la venta.
Un daño colateral del crecimiento
industrial y comercial es la cantidad incontrolable de basura que producimos a
cada minuto. Basura de todo tipo: líquidos tóxicos, botellas y objetos de
plástico que nunca se degradan, objetos que se vuelven obsoletos para que
tengamos que comprar la nueva versión. Basura en el aire, invisible a veces
pero siempre masiva y dañosa: los gases que ayudan a calentar más de lo conveniente
nuestro planeta en la parte donde habitamos los animales y plantas. La mayor
parte de esos gases provienen de la sobrepoblación humana y de la
sobrepoblación de ganado. Otra parte gigantesca de basura ambiental proviene de
los vehículos con motor: aviones, barcos, automóviles.
Entonces, ¿qué hacer? ¿Ya no hay
remedio? Tal vez sí, porque bastan algunos cambios más o menos sencillos. Si
embargo, aunque haya soluciones posibles y que se pueden poner en práctica de
inmediato, la resistencia más dura de vencer está en el cerebro, en la
mentalidad de cada uno de nosotros.
Propuesta de
soluciones
Primero, dejemos de creer que hay la obligación de prosperar, de
mejorar nuestra vida económica: esa fue una idea traída por la modernidad para
obligarnos a comprar sin fin, a llenarnos de objetos y falsas comodidades. Como
decían nuestros abuelos, conviene trabajar para vivir, no vivir para el
trabajo. En resumen, hay que desear menos cosas.
1) Toda esa inundación de aparatos
electrónicos, “apps” y lanzamientos de objetos nuevos, relucientes,
prometedores, forma parte de la vida no sustentable. Toda esa basura nos está
cayendo encima, asfixiándonos. Vivamos con lo necesario y evitemos lo superfluo.
2) También podemos reducir el uso
del automóvil para tener ocasión de mover nuestras piernas, de abrir nuestros
pulmones. A muchas partes podemos ir caminando y también en bicicleta. En
última instancia, caminemos al menos hasta la parada del autobús.
3) Comamos menos carne. Pero mucho
menos carne. No porque no sea saludable, sino porque es más sano combinar los
varios grupos alimenticios. Y también porque, si desalentamos la existencia
excesiva de ganado, habrá menos contaminación de la atmósfera; habrá también,
por consecuencia, más tierra para cultivar alimento para humanos en lugar de
forrajes. Basta un poco por semana para suplir las proteínas que requiere el
cuerpo, y muchas veces las encontramos en alimentos vegetales. Otro problema
que se resolvería es la extinción de especies marinas, si dejamos de pedir pescado
y mariscos en los restaurantes. También hay que bajarle al consumo de pollo, y
muchos de ustedes saben por qué. En la medida de lo posible, cultivemos
hortalizas y frutos en nuestros propios jardines, en lotes baldíos, en las
paredes del patio (existe el método llamado hidroponía).
4) Eduquemos a los niños y jóvenes
en una vida sin adicciones electrónicas. Tal vez el apego irresistible a los
juegos electrónicos y a las computadoras, que se utilizan mayormente para
perder el tiempo, prepara a nuestros descendientes en hábitos repetitivos y en
dependencias muy similares a la drogadicción. Demos horas o por lo menos
minutos cotidianos de compañía y conversación a nuestros niños, ancianos y
amigos. Eduquémonos nosotros mismos en el abandono de falsas o verdaderas
comodidades que, a la larga, se están convirtiendo en la ruina del mundo.
5) Evitemos la impresión de
documentos siempre que no sea indispensable, para que no se destruyan más
bosques y selvas.
6) Para rematar y remachar, seamos
incrédulos ante discursos que nos hablan de “progreso”, “mejoría sostenida”,
“crecimiento económico”. Lo que hoy necesitamos es un regreso a las formas
básicas de vida: volvamos a la sencillez hasta donde seamos capaces. Si somos
cada vez más quienes practicamos una vida más elemental y rica; volvamos a la
vida cálida y sencilla. Eso sí nos permitirá sostener la duración de nuestra
especie y la pervivencia de este vapuleado planeta.
(Texto leído en la Biblioteca Arturo
Tolentino, en el marco del festival mundial "Cien mil poetas por el
cambio. El evento en esta ciudad fue organizado por Lupita Fileto y Wilfredo
Khan).
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