lunes, 3 de junio de 2019

Mística de la violencia. En esa delgada separación, de Silvia Eugenia Castillero


Hace varios días llegó un libro a mis manos. Cuando me di cuenta de qué se trataba, el peregrinaje de los migrantes a lomo de la Bestia, las vicisitudes, peligros y sacrificios que ese viaje implica, pensé en la dificultad que a los poetas presentan los grandes asuntos. Especialmente lo es ocuparse de los temas dolorosos y frescos, tan cercanos que a veces parece complicado comprenderlos. Resulta cuesta arriba escribir poemas que trasciendan el dolor y rescaten la poesía de esos trayectos épicos y terribles como viacrucis. Hay poesía en lo trágico también, desde luego, pero su tratamiento no es sencillo. Es algo que sobrepasa a la literatura o a la sociología o a cualquier campo.
            Silvia Eugenia Castillero, con su oficio, inteligencia y sensibilidad de poeta, supera los escollos con valor y dignidad. Y vaya que se requiere valor para enfrentarse a la información, para acercarse a los hechos y a la gente protagonista de esa tragedia permanente que no debería suceder en nuestro país ni en parte alguna.
            A veces pienso que si no entramos en temas angustiosos puede ser por simple cobardía, porque no se sale incólume de ahí. Yo hubiera querido alejarme; tal vez sí, tal vez no. Pero no me salvo: aquí está el libro de Silvia Eugenia y me subí al tren que viaja en sus páginas, llamado “la Bestia”, de funesta memoria.
            En esa delgada separación es un poema hermoso del modo en que son hermosos los relatos trágicos, con sus héroes y villanos, esperanzas y derrotas. Ojalá no tengamos miedo nunca de conocer las verdades nacionales que aquí se leen entre líneas, que nos dan más claridad sobre los hechos de la que podemos obtener en las noticias. Me atrevo a proponer como muestra el verso con que abre el libro: “La milpa gotea”. Esta sola frase, esta sola oración intransitiva está llena de un sentido y un misterio donde podemos entrar con la imaginación y, si somos atentos, con el ánimo crispado. Otro tanto podemos decir sobre el título del libro, pero luego volveremos a ello.
            Esta colección de textos se puede leer como un poema extenso acerca de las condiciones en que viajan los migrantes centroamericanos a través de México, en su búsqueda del Norte promisorio.
            México, por desgracia, no puede escapar a su destino: país fundado tras un largo peregrinaje desde –oh, paradoja– un aciago Norte; conquistado luego por aventureros migrantes, ahora es tránsito inescapable de un éxodo que fluye como río: continuo y siempre en la misma dirección, hacia el mar del incierto sueño americano.
            Uno de los vehículos de este movimiento es “la Bestia”, apodo impuesto por el horror de su memoria a cualquier tren que vaya desde la frontera sur hacia el confín norteño de México.
            El trayecto está minado de dificultades mayúsculas; no obstante, evitar el viaje puede ser igual o más terrorífico. Ante tal dilema, muchos optan por el movimiento, la fuga, por mortal que pueda resultar la perspectiva. Silvia Eugenia acompaña a estos viajeros y vive sus desvelos, vive sus muertes. Pareciera que la poeta se convirtió en migrante por unos días o, transformada en ave, fue testigo del trayecto de esa gente, esas mujeres, hombre y niños aferrados a lo que se pueda sobre los vagones en movimiento. O bien, habló con los migrantes que pueblan profusamente varias ciudades del país, investigó y sufrió en su espíritu esa realidad itensa.
            Hablemos del título del libro. Esa delgada separación es una expresión multivalente en este contexto. Puede aludir al espacio entre las vías férreas, o a la disyuntiva entre partir o quedarse; puede referirse a la frontera que separa a unos países de otros. También es una línea tenue, aunque pueda parecer monstruosa, entre los agresores y sus víctimas: son humanos todos, unos prisioneros de la codicia y el rencor; otros, secuestrados por la necesidad y el miedo.
            La poeta se las arregla para hacernos cruzar, mediante la lectura de sus versos, la frontera entre el dolor y la esperanza, entre el estupor frente a un cuerpo mutilado y la empatía por el alma de la niña de quien se dice, “y te fuiste yendo tan alta y tan suave / niña de uñas largas camino al cielo”.
            Ante un asunto que deja poco espacio para sutilezas, el discurso poético acierta al desplazar el horror de un cuerpo a otro: “Mi muñeca quedó boca arriba / con los ojos rotos / … Mi muñeca me mira desde el vacío / de sus ojos azules.” Es delgada también, desde la mirada poética, la brecha que nos permite distinguir entre la niña y su muñeca: son una misma.
            El poema que es todo el libro se divide en siete secciones o grupos de “Moradas”: viaje, peregrinaje, escondite, esperanza, desengaño, lazos y balbuceo. Cierra esta serie con un epílogo breve. Cada morada, a su vez, está compuesta por siete poemas. La estructura es imitación del Castillo interior, también llamado Las moradas, obra cumbre de la monja carmelita descalza Teresa de Ávila y compuesta, asimismo, por siete secciones o moradas y un epílogo. La obra de Teresa es un camino de oración, un escrito extenso y poblado de subsecciones. La monja intenta llevar a sus compañeras hacia la perfección de su alma, o castillo interior, a través de la oración y el ascetismo. Un viaje de ascenso espiritual y, a la vez, descenso hacia la parte más íntima y pura del alma individual, cercana al contacto con lo divino. Por su parte, En esa delgada separación es una vía que nos lleva, a lomos de la Bestia (que me perdone la poeta si la interpretación es excesiva), hacia un intento de comprensión y redención en medio de la violencia misma, sin perder la esperanza no obstante las durísimas vicisitudes del viaje. Un contacto con la poesía mística que no es gratuito de ningún modo: los estados extremos del alma y de la humanidad toman variados caminos pero confluyen, con cierta frecuencia, en la poesía.
            Cerca del final del poemario, nos encontramos con una imagen poética fortísima, terrible: “Jadea el aire caliente, / arde mi carne escoriada, / un dolor hundido en la atmósfera: / entra por mis piernas abiertas / y deja entrar a la muerte…” Como si la violencia fuera un efecto del clima y provocara un deseo feroz, mortal; un amor destructivo.
            Nos alivia de la tensión sostenida este pequeño poema final, el epílogo, que nos invita a recuperar la esperanza, siquiera sea como posibilidad, como virtualidad: “¿Y si en lugar de bocas detenidas / en pleno grito / estuviera lleno el campo de amapolas rojas?”.
            Esto es lo que, a grandes rasgos y con excesiva brevedad, mi modesta lectura entiende de la entrega importante ofrecida por Silvia Eugenia Castillero, poeta nacida en la Ciudad de México y directora de la revista Luvina (Universidad de Guadalajara) en su libro de poemas. Pienso que nadie se debe perder esta lectura. Invito a que tengamos el valor de leerlo, difundirlo y seguir denunciando a través del arte los problemas urgentes del país y del mundo.


Silvia Eugenia Castillero, En esa delgada separación
Universidad Veracruzana, Xalapa, Ver., 2019, 83 pp.

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