Nuestra Señora de la Sangre, de
Ricardo Vigueras
Una característica destaca en la
novela que comentaremos a continuación: sus personajes más importantes son
mujeres. Ricardo Vigueras nos deja ver, nos lleva a sentir la potencia de lo
femenino. Personajes que viven la poesía de ser mujer. Poesía intensa, no
siempre risueña, pero sí siempre poderosa y triunfante frente a las
adversidades.
Por qué recomiendo leer esta novela
Ricardo Vigueras comete un primer
acierto de maestro narrador: comprime en una línea, de inicio, el carácter y
misterio de un personaje. Esa línea dice lo siguiente: “La cierva altiva
parecía estar mintiendo a primera vista”. Luego de este arranque, que siembra
una curiosidad irresistible, un lector no puede separar sus ojos de la página.
Lo que sigue, para colmo, hundirá más y más a ese lector en un mar de intrigas
que, apenas resuelta cada una de ellas, dará paso a más incógnitas.
Desde
los primeros párrafos, tenemos a la vista, casi al oído y al olfato, a varios
participantes de la historia que viene enseguida. Y, pronto también, gracias a
que el autor no escatima esfuerzos en ello, tenemos la atmósfera, el entorno
físico, la temperatura ambiental y los objetos que construyen el primer
escenario: la Delegación Liminar de Policía en Noche de Nuestra Señora, ciudad mítica construida a
propósito para alojar a una serie de caracteres bien distintos entre sí, tanto
que parecen vivos, como sacados de la existencia cotidiana en una ciudad no del
todo ajena a la ciudad donde nació esta novela. Las locaciones donde ocurren los
acontecimientos narrados, se presentan con igual intensidad y vida que los
personajes.
Otro
acierto, es el de los cierres de capítulo. Son finales que dejan satisfecho al
lector, que no hacen concesiones de ningún tipo, acordes con el desarrollo de
las tramas, coherentes con el carácter de los personajes, carentes de toda
intención efectista y, sin embargo, altamente eficaces.
Lo
que sucede en el universo de esta obra, con toda su complejidad, es la simple
vida humana de los lupenses (habitantes de Noche de Nuestra Señora, capital de Puntaloba);
cada cual producto de una historia, de un marco biográfico y social a cuyo
influjo no escaparán. Es decir: todos somos producto del medio, lo mismo que
los lupenses.
Aspecto
sobresaliente: la novela de Vigueras aborda algunos temas delicados, y lo hace
con un tacto que muestra a la persona sensible, con ética profesional y humana,
que ha sido siempre el artista Ricardo Vigueras. El hombre Ricardo, lo puedo
decir, es también querible y gran persona.
La razón por que
acepté comentar en esta mesa el primer texto narrativo que se publica de él, es
la de compartir con los presentes el disfrute de una lectura que, aunque amena
y nítida, puede abordarse con mayor facilidad mediante ciertas claves. Espero contribuir
a ello con mi experiencia lectora.
¿Pero, quién es Ricardo Vigueras?
De pronto, el acervo de personajes
e instituciones culturales de Ciudad Juárez se ve engrosado con el nombre y los
trabajos de un hombre simpático, ubicuo (no sé si es más de Iberia o de la Nueva
España, pero lo reclamo para nosotros).
Formado
en la cultura y filología clásicas, transeúnte de escenarios teatrales y
docente apasionado, traductor de griego y latín, asiduo espectador y conocedor del
mejor cine, amante de las historietas (o tebeos) pero, sobre todo, invaluable
amigo: eso y más es Ricardo Vigueras. La UACJ abrió sus puertas a este maestro
español, y fue por su bien. La ambigüedad de tal afirmación es adecuada.
Llegado
a México, vía Ciudad Juárez, por sabe Dios qué extrañas artes o ataduras
mágicas que hicieron del conquistador un conquistado, del viajero un
sedentario, ahora se dice a sí mismo “juachupín”, perfecto patronímico para un
verdadero ciudadano del mundo, asentado por casualidades de la vida en esta
villa de Paso del Norte.
Lector
selectivo de poesía y comentador de textos poéticos, Vigueras ha publicado
decenas de artículos en revistas y páginas electrónicas del mundo, capítulos de
libros, reflexiones acerca de la multitud de temas en que se ocupa desde hace
varios años. Sus aportaciones han sido principalmente académicas y
especializadas. La obra narrativa, aunque lo ha ocupado desde ya un buen tiempo,
no es sino hasta 2013 que ve por vez primera la luz. No obstante, como
trabajador incansable que ha sido, de los que trabajan sin prisa y sin pausa,
pronto veremos más productos, en libro impreso, de su pluma privilegiada.
Por qué vale, esta escritura
La economía verbal de su prosa
eficaz y amena, permite que el vocabulario empleado sea preciso; no muchas
veces resbala entre sus líneas una expresión procaz. Si ocurre, será como un
oportuno condimento y en el espacio adecuado. No obstante, la esperanza en lo
mejor que habita en las profundidades de la gente prevalece como trasfondo y
como la pátina que da su mejor brillo a esta pintura ficcional.
La primera novela
publicada de Ricardo Vigueras rezuma preocupación por lo humano. Es arte ético,
y no estoy seguro de que lo sea de manera intencional, porque todo escritor
desea, ante todo, construir una buena obra literaria.
No sé si estoy en
lo cierto, pero encuentro en Nuestra
Señora de la Sangre cierto matiz fatalista, aunque me parece hermoso,
natural, el modo en que la novela consigue asumir ese carácter de los
acontecimientos y relaciones en su peculiar universo. Un ejemplo sería cuando
Abdul Alire Khlayel, soñador de ideas izquierdistas, consulta a un viejo
quiromántico: este, después de observar las líneas del destino en su mano,
tratando de pescar igual que a peces los signos de la vida, comienza a reír,
dice el narrador, “como si hubiese descubierto que, prendido al anzuelo, sólo
había una bota vieja llena de barro y caracolas rotas”. Otro ejemplo, en voz
del mismo personaje: “…Abdul Alire Khlayel se decía que este mundo era como una
vasta plantación sin alambradas donde casi todos eran esclavos, en apariencia
libres de acción, pero no lo suficiente para cambiar su destino”. Hablo, sin
embargo, de un matiz ocasional, no del tono general de la novela.
Un recurso
excelente para volver peculiares, memorables a los personajes, es el de
dotarlos de manías —¿quién hay que no las tenga?—. Por ejemplo, la costumbre
del policía llamado “Ratón”: atar su auto a un árbol cada vez que lo estaciona,
utilizando cadena y candado.
Es una novela, a
momentos, con rasgos de guión cinematográfico. Muchas veces visual, sería, con
buena fortuna y director capaz, convertida en película.
Nuestra Señora de la Sangre reúne tres
episodios, tres capítulos en la vida de Puntaloba, isla mítica situada en el
Caribe o en el Golfo de México. Pero no son propiamente tres historias, como
sería si nos encontráramos frente a una colección de relatos. Se trata más bien
de una multitud de historias entrelazadas, personajes vivos durante el
transcurso de unas vidas intensas. Con frecuencia, extremadamente intensas. Y
esto se logra sin exceso de violencia, virtud agradecible al tacto con que el
novelista nos lleva por las páginas. Como lector, me siento también agradecido
por la notable coherencia interna de las partes, el orden y armonía con que
debe escribirse una pieza sinfónica. Aunque no soy músico, siento esa
coherencia al escuchar. Aunque no soy novelista, advierto esa cualidad en el
texto de Ricardo Vigueras. Por ejemplo, la primera parte, que lleva por título
“Todo lo marchita el tiempo poderoso”. A pesar de que ahí ocurre un crimen, la
intensidad está magistralmente llevada hacia otro tema: los efectos del tiempo
en el devenir humano, en la historia de cada personaje y sus actos voluntarios
o instintivos, por intensos y graves que sean. Tanto el desarrollo de la
historia como el final, se mueven como entre una extraña suavidad, es decir, en
la tragedia que se ve atemperada por, precisamente, el paso del tiempo, como
anuncia el título. El olvido, el adormecimiento paulatino de dichas y
desdichas, logran dominar el relato por sobre la muerte o el dolor, en esta
parte de la novela.
Legible y clara
como lo es, la trama resulta compleja como la vida y, mérito adicional, el
narrador no se alza como juez contra nadie, porque su mirada es amplia,
universal. Por eso me parece que esta novela está llamada a colocarse entre la
mejor literatura escrita en español. Con frecuencia me parece un texto con
profundas raíces en lo mexicano, en la cultura e incluso en la historia
literaria mexicana, aunque no se parece a Rulfo, a Yáñez, Fuentes o Arreola. Lo
siento más cercano a escritores recientes como Eduardo Antonio Parra, pero, en
justicia, la prosa de Vigueras resulta bastante peculiar: es el estilo
Vigueras.
El registro tan
diverso de los tres grandes capítulos, en este libro, llega al extremo de
presentarnos, sin que apenas se advierta, la maravillosa recreación de un mito
clásico, el mito de Nictímene, mencionado por Ovidio en sus Metamorfosis, poderoso por su ligazón
con una parte triste y frecuente de la historia humana. Para los lectores que
quieran buscar esta relación, y como un modo de comprender más cabalmente la
lectura de Nuestra Señora de la Sangre,
comparto el dato: se trata del canto segundo en la obra ovidiana, versos 569 a
596, según la versión de Rubén Bonifaz Nuño, publicada por la SEP, en su colección
“Cien del Mundo”.
Me pregunto: ¿cómo
puede ser que algo terrible se cuente de manera tan hermosa? Esa es
precisamente la virtud del arte, el gran teatro, la gran literatura, los poemas
épicos y la tragedia griega clásica: todo ello consiste en historias de enorme
intensidad y dolor, presentado con belleza singular, con un conocimiento
asumido de la naturaleza humana. Así, esta novela nos presenta situaciones
intensas, amores nada ortodoxos, ausencias, todo dentro de la consideración
estética, en primer lugar, sin olvido de las dimensiones terrenal, carnal y
humana.
Conclusiones
Característica sobresaliente de la
literatura que, además de sus vuelos universales, busca raigambre en la cultura
que le sirve de asiento y cuna, es su valor documental o testimonial. Como dato
escogido al vuelo, pero con gran carga idiosincrática, podemos afirmar que
quizá esta novela contenga la primera mención mundial, en literatura, del sotol
con chuchupaxtle, ideación juarense, si no es que la importamos de no sé dónde.
Pero, sin duda, lectores más atentos encontrarán otras peculiaridades, otras
mil sorpresas en las más de 250 páginas de Nuestra
Señora de la Sangre, donde no hay línea de más, donde no hay palabra que no
sea regalo para la imaginación y el espíritu.
Una de las razones
porque esta novela se puede leer con agrado, es que sus tres partes están
escritas de un modo distinto cada una. Se diría que utilizan técnicas
diferentes, lo que nos da la ganancia de una lectura diversa, como pieza
musical con variaciones temáticas y rítmicas. Veremos enfoques e intenciones
distintas para cada caso de los que habrán de enfrentar los policías,
principalmente el capitán apodado “Caballo Ciego”, y su eterno ayudante, el
teniente Bauer, más conocido como “el Ratón”. Pero, ojo cuando digo técnica: la
técnica no es el arte, sino una herramienta al servicio del arte. Quizá el arte
sin técnica sea pobre, pero la técnica sin arte es poco menos que nada. Aquí
encontraremos una obra de arte. O bien, tres obras de arte que juntas forman
una mayor.
Cuando ustedes
lean esta novela, lectores afortunados, cambiará su vida, su modo de pensar
sobre algunas cosas. Incluso, creo que en nuestro idioma cambiaremos algunos
nombres cotidianos y tradicionales. A los policías de a pie, los llamaremos
“patatines”. Agregaremos un platillo de albóndigas a nuestro menú, que quizá ya
existía, pero desde ahora se llamará “Campanela” y lo hemos de considerar
invento de Ricardo Vigueras. Algunos restaurantes lo van a ofrecer con orgullo,
asociando su nombre a la novela Nuestra
Señora de la Sangre. Muchas expresiones del libro nos resultarán audaces,
novedosas, pero no debemos considerarlas extrañas, sino frescas, monedas que
vienen a enriquecer la alcancía de nuestra lengua. Aportaciones de un célebre y
muy talentoso “juachupín” que nos brinda generoso, este día, su primera novela.
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