martes, 24 de mayo de 2011

Comentario sobre Mickey y sus amigos



Aclaración: un fragmento del texto que aquí transcribo fue publicado bajo el título "Divagaciones en torno a una novela", en el primer número de la revista de literatura Levrel (mayo, 2011, Ciudad Juárez), dirigida por Rosario Sanmiguel.

En la más reciente novela de Luis Arturo Ramos, Mickey y sus amigos, este poeta veracruzano de atrevida prosa se ocupa de rasgar velos ahí donde lo más cómodo sería mantener nuestra mirada en la superficie del ensueño, en la colorida flor de las figuras idílicas, como es todo el universo Walt Disney.
     Como un ejercicio recreativo del goce lector, me propongo comentar aquí mis impresiones y sensaciones de esta novela. Antes, propondré el método: preguntar por cada cuestión de  interés (personal) e intentar una respuesta o una exploración mínima en el asunto.

¿Quién es Luis Arturo Ramos?
Comenzando por el autor, puesto que este iconoclasta no viene, seguramente, de la nada, sino de un viaje, navegación río abajo en el torrente de las letras desde 1974, con su primer libro de cuentos, o desde mucho antes, con las lecturas y el tránsito por las aulas, la beca en Centro Mexicano de Escritores...  Debemos agregar la vida, el golpe brutal a todos los sentidos que significa la niñez. Pero Luis Arturo no es un iconoclasta sin más: es un tirano de sí mismo pues se exige rigor y lealtad a la propia estética, y esto implica trabajo intenso y, a veces, lento. Sólo que su lentitud no ha conocido pausa y sus libros rebasan el número de veinte. Esto ya no tiene nada que ver con la lentitud, sino con el placer convertido en constancia, en el acto de cohabitar con las historias que le nacen al poeta. Sí, considero a Luis Arturo un poeta, y bastará con escoger, casi al azar, frases de algún libro suyo:
Si aceptamos que Dios es un voyeur interesado sólo en mirar, debemos aceptar también que hemos malentendido las cosas porque convertimos todos nuestros actos en rituales encaminados a complacer a un Espectador cuyo único reclamo es el respeto a su aparente inexistencia. Dios no ha pagado boleto: es un polizón en la nave de las expectativas y aspira solamente a que lo ignoremos. El solitario placer del voyeur deriva de que su presencia pasa inadvertida. (La mujer que quiso ser Dios).
     Lo considero poeta porque su prosa consigue la virtud de la síntesis, que no es más que precisión, ritmo y embriaguez de la lectura. Su poesía, sobre todo, está en el tejido espiritual de cada personaje. Baste agregar, para esta indagatoria sobre Luis Arturo, que imparte clases en la Universidad de Texas en El Paso y ha sido profesor en la Universidad Veracruzana y en la UNAM, lo cual vale por la irradiación, por el contagio de pasiones poéticas que habrá beneficiado a sus alumnos con suficiente sensibilidad.

¿Qué es Mickey y sus amigos?
Es la  historia de tres personajes principales de carne y hueso: Jesee, fotógrafo inmigrante; Nora Parham; Tobias S. Truman. Además, hay un personaje habitado, asediado, sufrido por todos ellos: Mickey. Siempre he visto que las novelas son historias, contadas por un narrador, que giran entono a un personaje. Aquí hay varias historias que de alguna manera se relacionan entre sí. Personas muy distintas y ligadas por un símbolo nacional y a la vez un mito frágil, cuya apariencia es, en rigor, una mentira.
     En síntesis, y aquí necesariamente se traiciona el fino laberinto de la trama, tenemos la historia de Nora, que en su vida laboral termina ocupando el disfraz de Mickey en Ciudad Miniatura. También es la historia de Toby (Tobias S. Truman), quien ocupó alguna vez ese mismo disfraz y ahora exige, en un pathos dulce-amargo, que le llamen Mickey. Y la historia de Jesee, fotógrafo, migrante (Toby lo llama, de vez en cuando, wetty, aunque es un epíteto injusto). Así de simple. La complejidad empieza cuando, durante la lectura, descubrimos quién cuenta estas historias. Mejor dicho, quiénes las cuentan. Los narradores alternos, los distintos puntos de vista desde donde se abordan estas tres historias principales, dan una riqueza inusitada al texto. El medio en que se desenvuelven (los tres son, en distintos momentos, subalternos de la organización poderosa que anima la fantasía en Ciudad Miniatura), por fuera se ve perfecto, alegre, fantástico. En sus entrañas, esta empresa funciona mediante prohibiciones, contratos inviolables, supervisores y una estructura tan perversa como sólida. La tensión se crea en torno al secreto: nadie, entre los espectadores y visitantes de Ciudad en Miniatura, puede atestiguar la metamorfosis de Mickey, su paso de botarga a criatura animada. Hay quienes, sin embargo han decidido que podría, quizá debería, correrse el velo. Ello producirá situaciones insospechadas e intensas donde se pondrán en entredicho los valores sacros del pequeño Edén. Pero también se verán trastocados los principios de algunos protagonistas.

¿Por qué me gustó Mickey y sus amigos?
Quienes crecimos, a pesar de ser mexicanos, animados con la ocasional imagen del Mickey Mouse rollizo, el que llenó salas de cine y provocó sonrisas infantiles a través de sus historietas, en más de una ocasión vivimos la esperanza de visitar el mundo donde habita el ratoncito “real”, para tocarlo y constatar su existencia. Y la de otros personajes de la dinastía Disney: Goofy, el pato Donald, etcétera. Pero jamás hubiéramos cuestionado la fantasía de estos caracteres, y al decir fantasía me refiero al sueño compartido que ese mundo maravilloso nos ofrecía. La fantasía que llenaba el espíritu, sustituía las carencias y daba sentido a una época de nuestra era punto menos que indestructible. Pero he aquí que una novela nos derrumba el mito (para ser justos, ya quedan en pie pocos símbolos que se puedan considerar intocables): Mickey es una mujer negra. Esto es, dentro del “cascarón” de Mickey no hay un hombrecito sonriente y sin problemas que se parece a Mickey, sin un ser humano con historia y complejidades muy superiores a las que pueden evocar las tres frases favoritas del personaje homónimo que pasea por los parques de DisneyWorld: “Oh, chico!”, “Eso es genial!”, “Dios!”. 
     La poesía de la vida, como toda la poesía, puede ser oscura o luminosa. Esto es, una poesía que aborda la vida se ocupa de su lado sonriente, público. O bien, se asoma al otro lado, el que no está maquillado para lucir bajo los reflectores: este lado oscuro suele ser el lado humano y es en igual proporción dulce y amargo. Feliz o no, este lado de la poesía tiene la complejidad de una mirada capaz de captar profundidad, colores diversos, ligazones con el pasado o el futuro, riqueza de texturas. También puede ser ambas cosas, oscura y luminosa como esta novela, aunque la risa que provoca no es nada cándida, para fortuna nuestra.
He recordado mi relación con el mundo Disney desde mis ojos de mexicano. Sin embargo, la cultura norteamericana experimentó un verdadero arraigo de las historias, dibujos y animaciones en que fueron adaptados viejos y nuevos cuentos populares. La infancia estadounidense de los años treinta en adelante creció con esa magia que pervive hasta nuestros días.
     Insisto: ¿qué es Mickey y sus amigos? En primera instancia, la historia de dos personas que dan vida a un personaje, es decir, la parte humana del disfraz que en Disneylandia adopta el nombre de Mickey Mouse. Luego de las primeras páginas, me dio la impresión de que ese ratoncito mítico, tan carismático y que constituye un símbolo de la cultura estadounidense, siempre ha ocultado una existencia sórdida. Y no intento hacer alusión al examen ideológico de, por ejemplo, el Pato Donald por Dorfman/Mattelart, sino a una sospecha personal de que los disfraces de felicidad enmascaran lo contrario. Se dice que toda literatura que valga tiene el poder de operar una transformación importante en su lector. O bien, que todo lector digno de ese nombre siempre sufre un cambio radical después de transitar por las páginas de un buen libro. Ignoro qué clase de lector soy, pero cuando observo en la página virtual del mundo Disney las grandes testas orejonas, de imborrable sonrisa, ya no puedo sino preguntarme por el enano o la mujer que habitan esos climas insufribles de tela y plástico.
     Mickey y sus amigos es una ficción que, aunque inventa una trama compleja y retorcida, donde la rectitud y la posible bondad de algunos protagonistas padece de una fragilidad muy semejante a la observable en los humanos de carne y hueso, presenta un cuadro más bien realista de la vida en Ciudad en Miniatura (metáfora de algún parque Disney). Aunque en la ironía de la novela y su especial organización hay novedad e imaginación contemporánea, la mirada que aborda a los personajes podría calificarse de naturalista, pues hay una especial atención a carencias físicas: la calvicie de Nora Parham, la estatura de Toby, los problemas de salud en ambos. Incluso la belleza de un personaje secundario pero importante en el desenlace, Herby, se presenta como un rasgo más bien odioso, ligado a una comunidad sórdida que sólo al final de la novela descubrimos. Habría que agregar el estatus migratorio de Jessie, el fotógrafo, a quien Toby suele llamar wetty (mojado) aunque sea mentira.
     Intento decir qué ocurre, cómo seduce la novela de Luis Arturo Ramos, este escritor veracruzano que ya se instala en las letras mexicanas como una de sus voces más inquietantes y lúcidas, pero me gana la atracción del detalle intenso, de momentos clave que arrojan luz en la existencia honda de los personajes. Es que se trata, precisamente, de una novela cuya materia principal es un punto en la vida donde coinciden, de manera directa o indirecta, los tres protagonistas: Tobias S. Truman, Nora Parham, Jesús. Los tres ven modificados sus nombres y por lo tanto sus identidades: Tobias es Toby o, mejor aun, Mickey. Nora Parham se convierte en Paula Parham, o bien, Mickey. Jesús pasa de su país a otro donde habrá de llamarse Jessie… También los oficios de cada uno se ven trastocados o dirigidos por circunstancias atribuibles a la naturaleza, o a Dios, o al orden cósmico, y contra esas fuerzas parecen vengarse algunos de los actores principales de esta historia.
La novela puede tener como centro puede al personaje de Disney, Mickey Mouse; también es la historia de Toby más la historia de Nora, contada por Jessie; y es la historia de Jessie, fotógrafo perseguidor, desde la voz de un narrador anónimo a quien yo, lector, le doy el nombre de Luis Arturo Ramos.
     En las tragedias de la antigua Grecia, el héroe siempre comete un exceso de soberbia (hybris) contra la divinidad o contra el Hado, y por ello su vida se llena de dolor y penurias. En Mickey y sus amigos también hay un atentado latente contra las fuerzas que ordenan la existencia de la Ciudad en Miniatura: ese pecado es la develación del secreto que mantiene viva la alegría, que permite la subsistencia del mito y la fantasía. La tensión de la novela se mantiene constante por ese peligro permanente, porque siempre hay quienes viven de guardar el silencio armónico, mientras otros reclaman su derecho a romperlo.
¿Con qué propósito estoy divagando sobre esta novela?  Cedo ante la fascinación de reiterarme en el conocimiento más amargo del mundo: las cosas no son lo que parecen. Es un conocimiento amargo sólo por su arribo tardío, pero en realidad no se puede sobrevivir sin darse cuenta de ello. La fantasía más alegre enmascara miserias, la democracia es un discurso y un maquillaje, la naturaleza puede ser un verdugo cruel. En mitad de tal estado de cosas florece la risa, y el lector de Mickey y sus amigos no podrá dejar de participar en el humor irónico que se desprende de toda la lectura, en especial del desenlace.
     Si la naturaleza produce cuerpos imperfectos y almas que se forjan al influjo de esa apariencia, no hay razón para que ocurra lo mismo con la organización de las comunidades humanas, entre las que deberemos contar a la Empresa de Ciudad en Miniatura, donde habitan los perfectos, asexuados, de aséptica figura Mikey y sus amigos. La Empresa tiene a sus gerentes y supervisores, a sus guardias y personal todo que la conforma para cuidar su precisión y pulcritud. Ningún detalle debe descuidarse para preservar la maquinaria perfecta de ese mundo, de esa fantasía que representa ideales de organización humana: siempre feliz, siempre brillante y silente (Mikey, en ese ámbito, no habla). Pero así es la superficie y pocos admiradores de ese mundo encantado se preguntan por la parte interior de las botargas (sólo pensarlo produce molestia). Los habitantes del disfraz llegan ahí porque su existencia en la Ciudad Real es poco soportable. Son los marginales, los que no encajan del todo bien y buscan entonces la invisibilidad en mitad del espectáculo, bajo la salvadora máscara que les presta un alter ego maravilloso, aunque sea al precio de una reducida y blanda prisión donde sólo hay calor, transpiración, olores, mudez y... la satisfacción de ver a los niños atolondrados ante el enorme ratoncito.
    Mickey y sus amigos urde una trama que deja ver las relaciones laborales sin ocultar quién es quién en esa jerarquía, aunque no pretende un discurso de tipo sociológico. Es una novela que se permite y nos regala una profusión de recursos narrativos: por ejemplo, una parte de la historia es contada por un personaje, mientras en otra parte ese mismo personaje es el protagonista nombrado en tercera persona por una voz anónima. En su brevedad —menos de doscientas páginas—, hay una variedad de temas e incluso una pizca de novela negra. Hay profundidad en el abordaje de asuntos humanos particulares, una intriga que mantiene el interés permanente. Pero extendernos mucho en los datos sería negar el derecho al disfrute para los próximos lectores que, como yo, no se conformarán con visitar una sola vez la historia: querrán comprobar de nuevo si esa locura fue un sueño o si en verdad ocupa el ambiente oscuro, aromado a tabaco, bourbon y otras cosas, de esta novela imaginativa y realista al mismo tiempo, que agradecemos al oficio de Luis Arturo Ramos.

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