domingo, 24 de mayo de 2020

Muerte y vida


Gabriel García Márquez declaró, en una entrevista, que la muerte es injusta.
   Mentira: injusta es la idea que nos plantan de una vida permanente. La muerte es el precio que pagamos para que siga habiendo vida. Si no muriésemos, no podríamos multiplicarnos. Además del error de creer cuentos absurdos como que la vida es duradera,  que la vejez es una enfermedad y el progreso puede extenderse hasta el infinito, caemos en la estupidez de proliferar sin mesura. Ahora pagamos consecuencias y el futuro se avizora más difícil.
   No sería muy descabellado tratar de convencer al mundo de esta verdad simple: nuestros mayores problemas provienen del exceso de humanos. Esta demografía desatada, me parece, viene de la misma raíz que la codicia: más hijos, más propiedades, más amantes; esto es lo que cada humano ambiciona. El costo, según se ven las tendencias, será la extinción lenta y dolorosa de la especie.
   La vida es un regalo maravilloso, tan grande, que siento pena por los que no han nacido ni llegarán a gozar de esta riqueza, la de estar vivos. Pero no sé qué sea peor: la ignorancia de quienes no nacerán o nuestra conciencia del alto precio que pagamos por dicha tan breve.
   Recuerdo estos versos del venezolano Miguel Otero Silva:

            “Mientras los niños mueran
            yo no logro entender la misión de la muerte”.
            (Tres variaciones alrededor de la muerte)

La misión de la muerte es barrer de la calle lo bueno y lo malo, lo perverso y lo puro. La misión de la vida es traernos de nuevo lo mismo: lo extraordinario junto a lo insulso, la codicia y la generosidad, lo ajeno y lo propio. Una y otra misiones completan algún mandato supremo de no imposible comprensión.

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