miércoles, 15 de abril de 2020

Qué hacer durante una reclusión voluntaria (26)

Buen arraigo, amigos y amigas:
            Este día en el patio, bajo la sombra de un limonero, admiraba la fronda tupida. Hojas y pinchos, más que flores y frutos. Para estos últimos no es tiempo todavía de cundir (ni de nacer, casi). Las primeras fueron diezmadas por los aironazos juarenses de marzo y lo que va de abril, además de que muchas de ellas cumplieron su ciclo y están secándose, convertidas en esferitas verdes que, con fortuna, estarán pronto colmadas de jugo.
            Tratando de encontrar esos frutos que todavía no lo son, me sorprendió ver que dispersos aquí y allá por la enorme copa del árbol, penden unos cuantos limoncitos, casi frutos propiamente dichos, de uno a dos centímetros de diámetro (tal vez, no saqué mi flexómetro). La sorpresa se debió a mi desmemoria, y nada más: siempre estoy vigilando el crecimiento, los brotes, la maduración de mis dos únicos árboles (frente al limonero crece una higuera); ya sabía yo que aún en invierno aparece una que otra flor, de las que muy pocas logran dejar prendido un frutillo que para estas fechas presenta un aspecto como el de la fotografía que aquí les comparto.


Pues bien, en el sopor de la contemplación, del arrobo ante la vida y sus recursos con que se preserva y supera adversidades, empecé a charlar con esas criaturas vegetales que ven ahora ustedes. No es algo tan raro, luego de que Vicente Fernández ha platicado con su gallo de pelea y ha coqueteado con la mismísima calaca. Así yo con los entes verdosos, quienes oyeron este discurso sentido.
            “Mis bellos milagros de Natura, gozan hoy de mis cuidados más que nunca, gracias a un terrible virus que pretende coronarse como el rey de la tierra entera. Está mucha gente sitiada en los muros de sus propias casas (es un decir lo de propias, no todas las casas lo son), sin poder salir a las fiestas de siempre, al trabajo, a la calle para, por lo menos, hacer la caminata de todas las tardes. Nos vence un opresor microscópico y, sin que sepamos cómo, también nos está empobreciendo. Más de lo que siempre hemos estado. Sin embargo, amados pomitos de zumo deleitable y agrio, lanzo al tirano un reto, un ultimátum: cuando estos vegetales infantes maduren, y su piel aromosa y brillante se tiña de ámbar, de oro, ya debes estar de regreso a tu jaula, reyzuelo viroso, y nosotros iremos de nuevo a la vida, a la calle, al trabajo. Eficaces vacunas entrarán por la piel de los brazos de todos. Volveremos a las otras violencias, las guerras; a querernos como antes y a odiarnos; los ricos volverán a tener sus ganancias, los pobres tal vez olvidemos por fin la miseria de la cruel pandemia. Y otra vez reiremos, cómo que no, recordando el azote de un bicho, un déspota oculto que una vez intentó destronar del dominio mundial al humano”.
            Dije así, y me pareció ver cómo temblaban un poco los niños limones, por pura emoción. No sé si a lo lejos (si acaso está lejos) el causante de tanta locura y temor ha temblado, también, con el espanto de su próximo fin.

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