Hola,
estimados encuevados y encuevadas.
No olvidemos que, por duro que sea el
distanciamiento, va a pasar. Uno, dos, tres meses a lo máximo. Quienes tenemos
la oportunidad de quedarnos en casa, como nosotros los jubilados, cuidamos a
los demás si nos mantenemos guardados.
Ojalá pudiera decir: hoy toca
divertirse, en lugar de intentar un tema serio para el que no tengo conocimientos
ni seriedad suficientes.
En las entrevistas que los
reporteros de TV hacen a la gente que, a pesar de la pandemia, siguen visitando
el centro de la ciudad o hacinándose en fiestas masivas como si no pasara nada,
escuchamos declaraciones asombrosas. Algunos llegan a negar la urgencia de las medidas
preventivas; otros se atreven a decir: “¿Y qué, si de algo nos vamos a morir”?;
otros aluden al poder divino: “Yo no temo, porque mi vida está en manos del
Todopoderoso y porque vendrán más plagas”. Hay una actitud, en esas personas
que serán quizá quienes primero protesten cuando no se les pueda atender por falta
de camas y de insumos médicos, hasta cierto punto comprensible, aunque no
justificable ni válido. Es cierto que, a fin de cuentas, de algo moriremos
cuando llegue el momento; es cierto que, eventualmente, aparecerán otras plagas
y epidemias en el mundo; es cierto que podemos encomendarnos a la divinidad en
que creamos. Sin embargo, no hacer nada cuando la comunidad está en problemas
es una actitud criminal. Si el río va crecido, por ejemplo, debo contener mis
intenciones de cruzarlo. También debo advertir a otros para que no crucen,
detener a mis hijos y a mis abuelos para que no se arriesguen porque ignoran el
peligro. Si no los detengo, es como si los asesinara.
Habrá quienes lleguen incluso a negar
la existencia de la pandemia o su gravedad. Tal vez sean los mismos que negaban
la realidad del derrumbe de las Torres Gemelas en el 9-11 norteamericano. Una
de las declaraciones conspirafóbicas aseguraba que los aviones que vimos
colisionar contra los edificios no eran reales, sino proyecciones holográficas.
No sé cómo explicarán el vacío que hay ahora en la llamada Zona Cero. O son
como los que afirman que la Tierra es plana.
Pero qué tal si el nuevo coronavirus
también es un holograma. Imaginen ustedes que toda esta situación sea un
montaje, creado para justificar la ya deteriorada economía de muchos países. Imaginemos,
sólo para reírnos un poco de los conspirafóbicos, sin que neguemos la existencia
de algunas conspiraciones; imaginemos que las noticias oficiales son prefabricadas
y falsas; que cuando aparecen médicos y enfermeros haciendo declaraciones ante
la prensa y la TV, estamos viendo actores pagados para causar temor; y los
familiares de personas fallecidas también son muy buenos actores que fingen su
dolor…
No,
amigos, me niego a empatizar con quienes no advierten lo que está a la vista,
quienes no sienten la lumbre que ya les llega a las pantorrillas. Puedo tratar
de entenderlos, pero no lo consigo del todo, a menos que recuerde: así es y ha
sido el mundo desde inmemoriales tiempos. Las reacciones de quienes no colaboran
cuando pueden hacerlo (empresarios o población general), con la mitigación de
esta crisis, ya estaban contempladas por aquellos que deben tomar el toro por
los cuernos en cada país: los ministros, secretarios o funcionarios principales
de salud. Ellos recibirán y reciben todas las críticas cuando el problema se
agrave. Ellos tienen que dar la cara y explicar una, mil veces las medidas
necesarias para salir de esto lo mejor librados posible. Por eso hay proyección
y predicción de fases, medidas anticipadamente preparadas, etc. Ellos, y todo
el sistema de salud con sus personas: médicos, enfermeras y enfermeros, todos
los auxiliares y especialistas del sistema corren el riesgo de equivocarse de
ser atacados, de contagiarse y morir. Pero son los responsables, por azar o por
decisión propia, de afrontar la crisis.
La
verdad, sí quisiera, con el alma, que todo esto fuera un cuento. Después de
unos meses, el cuento tan largo y triste llegará a su página final. Tendremos
lágrimas por lo trágico del relato y tendremos una sonrisa porque, como
siempre, los cuentos llegan a su fin, sea triste o no. Lo feliz será el hecho
de que terminó. Tornaremos entonces a reconstruir nuestras redes familiares, de
amistades; una nueva forma de relacionarnos en mutuo beneficio: todos dependemos
de todos y así nos daremos apoyo y cariño. ¿Verdad que sí?
Abrazos!
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