miércoles, 1 de agosto de 2018

Anónima

La cachorra
no cumplió un solo aniversario.
Tan siquiera
medio cumpleaños con pastel o con paseo.

La funesta enfermedad que la venció en el patio
a la intemperie,
no fue causada por un virus:
fue mi culpa,
fue carencia de cuidados, vacunas,
el calor de una palabra.

El motivo de la muerte de esta perra,
niña cánida,
colmilluda y alegre saltacercas,
fue el grito que jamás pude gritarle.

Ella se fue sin el cobijo identitario,
el nombre que debe merecer toda mascota.

Así, cómo podía yo salvarla,
llamarla de regreso
cuando un microscópico sicario,
multiplicado por millones,
disolvió sus intestinos
y la arrastró con risa y todo al tiradero.

Esta perra se reía de sus dueños
cuantas veces burló la cerca y el encierro
y destrozó el falso lecho de un tapete.

También se mofaba de la vida en cautiverio
el día que se fugó del patio y de la vida
donde nadie la nombraba,
pues no le otorgué la dignidad canina
con el bautizo de un apodo
para no marcarme yo con el cariño
que nos quema en el acto de nombrar.

Anónima cachorra, te recuerdo
ahora que escapas
de mi cárcel de perros invisibles;
cachorrita, culpa mía,
desamor, infamia
grabada para siempre en el cemento de mi patio.

Ruñidora del cerco de mi sueño,
nunca más anónima cachorra:
culpa mía me ladras,
culpa, culpa
inolvidable.

1 comentario:

Unknown dijo...

Me recuerda a mi perro El Vandido, fue mi culpa su muerte por el abandono a lo que lo sometí.