Apenas pasadas las cinco sonó el despertador. Caprichoso:
suena cuando quiere y a la hora que quiere. Monté en mi velocípedo y le dí al
pedal hasta que atisbé sobre los techos la greña despeinada del niño Sol. Llegó
con una sonrisa impertinente de criatura consentida. Cuando tomé la calle en dirección
a donde suele asomar el astro, me encandiló con sus primeros rayos
deslumbrantes como diciendo: sal de mi calle, es mía, entra en tu casa o te
fundo con el pavimento. Apresuré el pedaleo y llegué directo a donde el
despertador me espera siempre. Gracias, le dije, por conseguir que me anticipe
al sol, que hoy amaneció insufrible.
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