jueves, 22 de septiembre de 2016

Una pequeña traducción

William Shakespeare

Soneto 73

En mí puedes observar ese tiempo del año
cuando las hojas amarillas, o ninguna, o unas pocas, aún cuelgan
sobre esas ramas que se agitan contra el frío,
vacías ruinas del coro, donde tarde cantaron dulces aves.
En mí puedes ver esa luz vespertina
como el crepúsculo que luego se disipa en el poniente
y la negra noche se lleva poco a poco;
gemela de la muerte que nos sella en el descanso.
En mí adviertes el brillo de un fuego
que sobre las cenizas de su juventud reposa
como el lecho mortuorio donde habrá de morir
consumido por aquello que lo alimentaba.
Esto percibes, que hace tu amor más fuerte
para bien amar lo que pronto has de perder.

(versión libre, sin apego a la métrica, de agd)





Comentario de Camille Paglia al Soneto 73
(traducción de agd)

El soneto era una forma medieval perfeccionada por el poeta italiano Petrarca, quien fue inspirado por la tradición del amor cortesano del sur francés. A partir de él, la moda de escribir sonetos se esparció a través de la Europa renacentista. Sir Thomas Wyatt y el conde de Surrey introdujeron el soneto a Inglaterra, aunque el estilo que favorecieron era sumamente artificial y cargado de “concetos”, metáforas rimbombantes que devinieron lugares comunes. Sir Philip Sidney y Edmund Spenser devolvieron al soneto el lirismo fluido de Petrarca. Pero fue Shakespeare quien rescató un género romántico agotado y lo convirtió en un instrumento flexible de la introspección. A través de tratar el soneto como poema independiente más que como parte de una secuencia de sonetos, Shakespeare revolucionó la poesía de igual manera que Donatello, librando a la estatua de su nicho arquitectónico medieval, revolucionó la escultura.
            Ningún poeta antes de Shakespeare ha comprimido más en un soneto o cualquier otro poema corto. El Soneto 73 tiene un tremendo alcance referencial y gran finura de observancia en el detalle. El ojo móvil de Shakespeare prefigura el movimiento de la cámara. Amor, la raison dêtre original del soneto, remite a un examen melancólico de la condición humana. El poema está menos interesado en el sufrimiento individual que en la relación del microcosmos con el macrocosmos —la interconexión humanidad-naturaleza.
            Estructuralmente, el Soneto 73 sigue el formato de Surrey. En el soneto italiano adaptado por Wyatt, las catorce líneas estaban divididas en dos cuartetos (un cuarteto es una  secuencia de cuatro líneas) y un sexteto (seis líneas). El soneto isabelino, luego llamado shakespeariano, usaba tres cuartetos y un pareado —dos líneas con un toque de epigrama. Shakespeare trata los tres cuartetos en el Soneto 73 como escenas de una pieza teatral: cada una tiene su metáfora-guía, una variación del tema principal. Estas metáforas se dividen, a su vez, en metáforas subordinadas, para terminar cada cuarteto con una floritura ingeniosa. La inserción de “en mí” al inicio de cada cuarteto le da al poema inmediatismo y urgencia y nos anima, sea justificado o no, a identificar al hablante con el poeta (1, 5, 9). La repetición regular de esa frase nos hace oír y sentir la triple estructura del poema. “En mí” opera como señal escénica, dando pie  a la entrada de cada metáfora desde bastidores.
            En el primer cuarteto, la vida del hombrees comparada con un “año” en un clima norteño de estaciones que cambian dramáticamente. El poeta envejecido señala su ubicación en el espectro de la vida como transición de la madurez a la vejez, cuando el otoño da paso al invierno. La metáfora inicial de “tiempo”, cede paso a la imagen sombría de un hombre como árbol: las desnudas “ramas” agitadas por el “frío” viento son como los miembros débiles de un hombre mayor, temblando de miedo ante la proximidad de la muerte (1-3). Las ramas arrojadas y recortadas contra el cielo recuerdan los implorantes brazos de víctimas tratando de escapar a su destino. Es como si un hombre fuera crucificado en su mismo débil cuerpo. Las dispersas “hojas amarillas” pegadas aún a las ramas evocan otras aflicciones y pérdidas de la edad, como el escaso y delgado cabello (un problema para Shakespeare, si nuestro único retrato de Shakespeare es fiel). El paulatino amontonarse  de hojas en la tierra (como arenas a través de un reloj de arena) es recreado en el dudoso golpeteo rítmico: “hojas amarillas, o ninguna, o unas pocas”: la energía vital se va reduciendo.
            En tanto el cuarteto finaliza, el devastado, esquelético árbol se funde en un edificio roto (4). El vacío “coro en ruinas” pertenece a una abadía medieval como aquellas destruidas medio siglo antes por Enrique VIII cuando la iglesia de Inglaterra se escindió de Roma. La pintoresca escena evoca una civilización desaparecida, reclamada ahora por la naturaleza. Así que, también, deduce Shakespeare, todos los afanes humanos tienen fin. Las “dulces aves” que “tarde” (tardíamente) cantaron desde los árboles pero ahora han volado al sur recuerdan al coro de niños que alguna vez llenaron la capilla con música. (“Coro” es también el área de una iglesia donde se llevan a cabo los servicios.) La mengua de cantos sugiere que la poesía le resultaba más fácil al joven Shakespeare de como lo hace ahora. El “vacío coro en ruinas” también puede referirse oblicuamente a los teatros donde una vez floreció su carrera (y que eran vulnerables al fuego tanto como a la clausura por parte de las autoridades de la ciudad).
            El segundo cuarteto campara la vida del hombre con un “día” (5). Esta metáfora es tan antigua como Edipo. (La Esfinge preguntó a Edipo, “¿Qué camina en cuatro patas por la mañana, con dos al mediodía y tres por la noche?” Él respondió, “El hombre”). De nuevo, Shakespeare visualiza grados precisos en un proceso de cambio gradual. Nuestros años de “luz vespertina” son etapas en la puesta del sol. El poema devela un colorido paisaje del oeste: el sol, simbolizando nuestro vigor físico, ha caído bajo el horizonte, pero el cielo sigue aún rojo con el resplandor (6). Ello también, como todos los colores mundanos, pronto (poco a poco) se disolverán en “la negra noche” (7). El segundo cuarteto concluye como el primero, con la aposición ornamental elaborando una línea previa. La noche es personificada como “gemela de la muerte” –o su alter ego–  anulando al sol y “sellándonos en el descanso” (8). La implicación es inquietante: dormir es un ensayo cotidiano de nuestro final reposo. En la noche, el mundo es un panteón de durmientes, amortajados y sepultos en sus blandas camas. El movimiento mental esbozado por este cuarteto es extraordinario: nuestro ojo vuela hacia el inflamado confín de la tierra, luego vuelve y todo se ennegrece, dejándonos con solo la indefensa, táctil sensación de sueño. Seis sibilantes en el verso 8 [del poema original en inglés] producen un sonido de “sh-h-h”, silenciador pero a la vez paralizante.
            El tercer cuarteto compara la vida del hombre con un “fuego”, herramienta cotidiana dotada por Shakespeare con una biografía dinámica (9-10). Él se proyecta a sí mismo en la fase “brillante” del fuego, cuando la llamarada tiene rato de haberse extinguido e incluso las pequeñas, agudas flamitas han dejado de arder. Todo lo que resta es el carbón caliente, brasas yaciendo en una gruesa capa de “cenizas”, detritos del fuego flamante de la “juventud”. La metáfora de Shakespeare hace de nuestra temperatura corporal un índice de ambición, vigor físico y pasión sexual. Cuando esta se enfría, también nosotros lentamente “expiraremos”, esto es, daremos nuestro aliento final (11). La acre ceniza es “lecho mortuorio” –el segundo lecho del poema– porque es la pira fúnebre de los deseos mundanos. La metáfora del fuego ingeniosamente nos devuelve al inicio del poema: estos troncos quemados hasta ser cenizas fueron cortados de las “ramas” del hombre-árbol en el primer cuarteto (3). Para Shakespeare, el cuerpo humano está en llamas desde nuestro nacimiento. Este pensamiento se extiende mediante una paradoja: como seres vivientes, somos a la vez “alimentados” y “consumidos” (12). Matrimonio de creación y destrucción: cuanto más caliente es el fuego, más pronto muere.
            El pareado final está dirigido directamente al lector tanto como al austero autorrecordatorio del poeta: “Esto percibes, que hace tu amor más fuerte / para bien amar lo que pronto has de perder”. Cualquier cosa que busquemos o añoremos –una persona, una profesión, un alto ideal– es efímero. Nada sobrevive al foso de cenizas de la tumba. Aunque la rendición y la partida están cruelmente implícitas en la vida humana, existe valor en el hacer. Nuestra sensación de transitoriedad intensifica sus placeres.
            Los tres cuartetos inmersos en el soneto son como autorretratos fugaces, elegiacos: el poeta como un año, un día, un fuego. Shakespeare, como Darwin, ve a la humanidad cercada por fuerzas impersonales. No hay aquí referencia a Dios o a una vida en el más allá. La consciencia misma es elemental, un efecto de luz y calor que se disipa cuando nuestros cuerpos son reabsorbidos por la naturaleza.



(Traducido de: Break, blow, burn: Camille Paglia reads forty-three of the world’s best poems. Pantheon Books, New York, 2005, pp. 3-7)

Esta traducción se publica sin fines lucrativos.
El Soneto 73 en inglés, su idioma original, es fácilmente encontrable a través de internet. También ha sido muchas veces publicado en papel. Por esta causa no lo reproducimos aquí.


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