sábado, 11 de julio de 2015

Un texto para la tertulia de apreciación y práctica del poema.

Antes de empezar:


Si Romeo y Julieta hubieran hecho cita para encontrarse, en el huerto iluminado por la luna, con todo el peligro y la dulzura de lo prohibido, y las más de las veces hubieran fracasado en su intento ­–el uno o el otro rezagado, temeroso u ocupado en otro sitio–  no hubiese existido romance entre ellos, ni pasión ni nada del drama por el que los recordamos y celebramos. Escribir un poema no es tan diferente: es como un posible amorío entre algo como el corazón (ese valeroso pero también tímido laboratorio de la emoción) y las habilidades aprendidas la mente consciente. Ellos acuerdan citas entre sí, las cumplen, y algo comienza a suceder. O bien, hacen citas entre sí, pero son casuales y muy seguido las incumplen: ténganlo por seguro, nada sucede.
                La parte de la psique que trabaja en concierto con la conciencia y suple una parte necesaria del poema –el calor de una estrella en oposición a la forma de una estrella, digamos– existe en una zona misteriosa, de la cual no hay mapa: no es inconsciente, no subconsciente, sino cautelosa. Aprende rápido de qué tipo de cortejo se va a tratar. Digamos que prometes estar ante tu escritorio por las tardes, de siete a nueve. Ella espera, observa. Si tú estás ahí sin falta, ella se empieza a dejar ver –y pronto comenzará a llegar a la hora en que tú lo hagas. Pero si sólo estás ahí de vez en cuando y sueles ser impuntual o desatento, aparecerá fugazmente o no lo hará, de plano.
                ¿Por qué habría de hacerlo? Puede esperar. Puede permanecer muda toda una vida. De cualquier modo, ¿quién sabe lo que es?, ¿qué salvaje, sedosa parte nuestra sin la cual ningún poema puede vivir? Pero sabemos esto: si va a entablar una relación apasionada y hablar lo que debe con su propia porción de tu mente, más vale que tu otra parte responsable e intencionada sea un Romeo. No importa si hay algún riesgo cercano: el riesgo siempre está revoloteando en algún sitio. Pero no se involucra con nada que sea menor a una perfecta seriedad.
                Para el futuro escritor de poemas, esto es lo primero y más esencial que debe entenderse. Viene antes que ninguna otra cosa, incluso antes que la técnica.
                Varias ambiciones –completar el poema, verlo impreso, disfrutar la gratificación de que alguien lo comente– sirven en cierta medida como incentivos para el trabajo del escritor. Aunque cada una de estas es razonable, también son amenazas para esa otra ambición del poeta, la de escribir tan bien como Keats, o Yeats, o Williams –o quienquiera que haya escrito en páginas algunas líneas cuya fuerza sintió alguna vez el lector para jamás olvidarla. Igual, cada ambición del poeta le servirá para escribir. Cualquier otra cosa no es más que coqueteo.
                Y nunca antes hubo tantas oportunidades para ser poeta pública y rápidamente, así como alcanzar las metas más sencillas. Hay revistas por doquier y, literalmente, cientos de talleres poéticos. Existe, como nunca antes, compañía para aquellos que gustan de hablar sobre poesía y escribir poemas.
                Nada de eso es malo, pero muy poco de ello puede hacer más que iniciarse usted mismo en el camino hacia la real, inimaginablemente difícil meta de escribir memorablemente. Esa tarea es realizada lentamente y en soledad, y es tan improbable como juntar agua en un cedazo.

                Una observación final. La poesía es un río; muchas voces viajan en él; poema tras poema se mueve en el curso de las excitantes crestas y caídas de las ondas fluviales. Nada es atemporal; cada cual llega en su contexto histórico; casi todo, al final, pasa. Pero el deseo de hacer un poema y la disposición del mundo para recibirlo –sí, su necesidad del poema– esto nunca termina.
                Si todo se trata de la poesía, y no solo de la realización personal, eso lo lleva a uno de este verde y mortal mundo –que entreabre la puerta y ofrece un vistazo hacia un paraíso mayor– entonces tal vez uno tiene la sensibilidad: una gratitud más allá de la autoría, un fervor y un deseo que trascienden los márgenes de sí mismo.


(Tomado de Mary Oliver, A poetry habdbook. A prose guide to understanding and writing poetry. Harcourt, USA, 1994, pp. 7-9; traducido del inglés por Agustín García Delgado)




2 comentarios:

El Pobresor Gafapasta dijo...

Excelente texto y estupenda traducción. Saludotes!!

Agustín García Delgado dijo...

Gracias, Ricardo. Me serví de este material, traducido un tanto arbitrariamente, para discutirlo con los chicos de la "Tertulia: apreciación y goce del poema". A ver si un día nos acompañas.