Cuando fui un poco más joven,
por decir, adolescente,
mi calzado perecía, en unos meses,
de notoria y desbastada antigüedad
a fuerza de futbol y de vagancia.
Hoy tengo sobrado el medio siglo.
Mis zapatos parece que no pisan:
flotan, fluyen aquí, junto a mi
tiempo
y a tres años, están nuevos.
(Pero mi edad y mi tiempo son
distintos:
mi tiempo es un recién nacido;
mi edad es una piel traslúcida y
raspada).
Tres años de andar, les digo a las
calzas de mis pies,
¿no los desgastan?
¿Me van a acompañar como hacen los
amigos
veteranos y constantes,
para quienes el cariño siempre es
joven?
En mi otra edad cada par fue tan
fugaz
como fue cada aventura.
Pobres zapatos, tenis y huaraches:
los llevé por senderos pedregosos
y vivieron el rigor de mi andariega,
asaz desordenada juventud.
Las suelas pronto lucían agujeros.
Varias veces les cambié de cintas y
correas.
Ahora, estos zapatos nuevos de mis
pies tranquilos,
a mi paso de nube aficionados,
son de suave trato y me consienten.
Charlan conmigo, son tan jóvenes
que pueden soportarme, oír mi soso anecdotario
igual que el más paciente de mis
hijos.
La piel de estos zapatos
no tiene arrugas como yo,
ni ostenta cicatrices o deslaves,
sólo un raspón acá, el tacón
desnivelado,
y una tachuela que no quiero
separar de nuestra historia.
Van a acompañarme sin perder su
brillo,
estos zapatos;
serán lo único nuevo bajo el sol
de mi sepulcro.
2 comentarios:
Me gusto mucho este otro poema Carnal como todos los demás, me hace recordar mis zapatos de futbol que aún conservo y que cada vez que los veo me llevan a aquellos Domingos de tantos goles y glorias pero también fueron los que calzaba cuando por aquella grave fractura de tobillo me retiraría para siempre del futbol!
Chido, carnal. De eso se trata el poema, de la memoria que se queda en los zapatos.
Publicar un comentario