Pasajero en el auto de un amigo, observo
rostros de quienes van en otras naves del asfalto; por ejemplo, una niña o
adolescente de piel sonrosada: su expresión facial me parece altivo a simple
vista y, por lo tanto, me desagrada. Invento historias de su vida, adivino su
modo áspero de responder a las preguntas, me repugna la vanidad con que recibe buenas
notas en la escuela –porque, de seguro, es de ese tipo de niñas a quienes todo
les sale bien–. Más adelante, en una camioneta pick up, va al volante un hombre
maduro; su mirada es serena pero en torno de su boca hay una tensión que me hace
pensar en cierto sufrimiento. Creo que se trata de un buen hombre; por
consiguiente, este señor me resulta simpático; en parte, ello se debe a que se
parece un poco a mí: moreno, con cierta calvicie y con gafas. Enseguida pasa un
hombre en bicicleta, a mi izquierda, con aspecto de albañil o algo similar. Lo
adivino por su ropa de colores opacos; porque lleva cerrados a la mitad los
botones de su camisa; porque su calzado no brilla; porque su bicicleta tiene
raspaduras y trae una caja de plástico, llena de herramientas, en la parte
posterior. No puedo asegurarlo, pero probablemente es alcohólico, y si sabe
leer, apenas repasa la sección deportiva de algún diario; o la página central
del PM, nuestra versión local de
pornografía barata. Un naco, pues, y hasta puedo aventurar su lugar de
nacimiento. Unas calles adelante, tomo medidas de la belleza en las
proporciones de una mujer a quien sólo veo fugazmente por detrás. Hago todo
esto como chismoso de la ventanilla, como el mirón ocioso que no tiene
compromiso de pensar. Si acaso lo hiciera, si fuera capaz de leer con ojo
crítico mi propia mirada, tendría que reconocer la estupidez agazapada detrás
de mis anteojos: la altanería no se encuentra en las facciones aparentes; la
bondad o el sufrimiento no son dibujos inconfundibles en un rostro; no todos
los hombres mal vestidos son alcohólicos, ni dejan de serlo por vestir mejor; “naco”
es palabra depreciativa, usada por quien se asume superior; la belleza es un
golpe de vista que invita a conocer lo que, de cerca, se revela como toda realidad:
complicada, problemática. Juzgar a la primera es una injusticia nacida en la pereza; mejor es
recordar que estamos rodeados de personas, que la vida fue forjando cada
historia de hombre o de mujer con embates muy ajenos a la voluntad de cada
quien. En lugar de juzgar, debemos exigirnos la tarea de conocer, pues hay
tantos tipos físicos y apariencias que clasificamos en un orden fijo, y es tan
cómodo mirar así, que acabamos no mirando sino la superficie. De pronto, trato
de verme al espejo para juzgarme con la ligereza acostumbrada: lo que veo es una
figura inarmónica, un cuerpo asimétrico, una vestimenta sin buen gusto. Quién
sabe cómo he de ser por dentro, pero lo de fuera es evidente. Sólo espero que
mi aspecto no le impida a usted, que me ve a través del parabrisas, amarme un
poco.
2 comentarios:
Muy cierto carnal, yo por ejemplo, me tuve que disfrazar de empleado de oficina para ser aceptado entre mis compañeros también empleados de oficina, ingenieros, gerentes, directores, secretarias, etc. pues es un código de vestimenta apropiado para el puesto.
Pero veo entre ellos misójinos, homofóbicos, etc.
Me gusto mucho "Prejuicio"
Me alegra que compartamos puntos de vista, carnal.
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