jueves, 19 de junio de 2014

Oficios

Herrería
Puedo decir algo sobre el oficio noble de Vulcano: quehacer de hierros forjados a fuego, ingenio y martillo. ¿Puedo hacerlo? ¿Puedo hablar de una faena que no es enteramente mía, pues apenas la tomé prestada alguna vez cuando fui torpe ayudante, el más inhábil aprendiz?
         Quizá puedo: por principio de cuentas, un oficio no tiene propietario. En realidad, el oficiante es el poseído. Perteneces o no al oficio de herrería. Yo no pertenezco, pero lo vivo en la contemplación y lo disfruto. Además, sé dos o tres cosas. Por ejemplo, el herrero debe tener un par de brazos fuertes y una tonelada de paciencia. Y su trabajo demanda, consume, destruye lentamente algunas facultades. La vista, sobre todo.
         El herrero no sufre sus pérdidas, porque sabe que su obra, las piezas de arte magnífico que a veces logra producir, perduran.
         Después de una visita por galerías de torzales, dobleces de capricho, lanzas, ramas y flores de metal, voy al origen. No la mina o la fundición, roca herida, fuego que desgaja y artificio que separa los metales: todo eso es prehistoria de la forja. Me refiero más bien al milenario fragor, el recinto caloroso y lúgubre del taller. Es imperativo que cierta penumbra prevalezca, pues ha de verse el hierro en ignición al rojo, cuando es hora de llevarlo al yunque. El herrero vigila: que no descanse el fuelle avivador de llamas, carbón ardiente que suaviza el alma del acero. Que ya dócil, el metal asuma su perfil de lanza o engendro vegetal.
         Vamos, con la barra ya caliente, sobre el yunque: la tenaza en un extremo; los marros coordinados caen sobre la pieza, como caen las monedas del tiempo, musicales. Los dos martilladores pareciera que tienen un mismo corazón, que comparten pulmones; siameses en el pulso y el intento. Los herreros, de ese modo, forjan una espada, un hondo recipiente, un racimo, un mazo de astas de baranda.
         En tanto cae el peso creador de los martillos, brotan chispas abundantes que celebran, en la oportuna penumbra, ese golpe forjador es un milagro. El golpe, el golpe, el golpe que alegra y que construye.


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