Herrería
Puedo
decir algo sobre el oficio noble de Vulcano: quehacer de hierros forjados a
fuego, ingenio y martillo. ¿Puedo hacerlo? ¿Puedo hablar de una faena que no es
enteramente mía, pues apenas la tomé prestada alguna vez cuando fui torpe ayudante,
el más inhábil aprendiz?
Quizá puedo: por principio de cuentas,
un oficio no tiene propietario. En realidad, el oficiante es el poseído.
Perteneces o no al oficio de herrería. Yo no pertenezco, pero lo vivo en la
contemplación y lo disfruto. Además, sé dos o tres cosas. Por ejemplo, el
herrero debe tener un par de brazos fuertes y una tonelada de paciencia. Y su
trabajo demanda, consume, destruye lentamente algunas facultades. La vista,
sobre todo.
El herrero no sufre sus pérdidas,
porque sabe que su obra, las piezas de arte magnífico que a veces logra
producir, perduran.
Después de una visita por galerías de
torzales, dobleces de capricho, lanzas, ramas y flores de metal, voy al origen.
No la mina o la fundición, roca herida, fuego que desgaja y artificio que
separa los metales: todo eso es prehistoria de la forja. Me refiero más bien al
milenario fragor, el recinto caloroso y lúgubre del taller. Es imperativo que
cierta penumbra prevalezca, pues ha de verse el hierro en ignición al rojo,
cuando es hora de llevarlo al yunque. El herrero vigila: que no descanse el
fuelle avivador de llamas, carbón ardiente que suaviza el alma del acero. Que
ya dócil, el metal asuma su perfil de lanza o engendro vegetal.
Vamos, con la barra ya caliente, sobre
el yunque: la tenaza en un extremo; los marros coordinados caen sobre la pieza,
como caen las monedas del tiempo, musicales. Los dos martilladores pareciera
que tienen un mismo corazón, que comparten pulmones; siameses en el pulso y el
intento. Los herreros, de ese modo, forjan una espada, un hondo recipiente, un
racimo, un mazo de astas de baranda.
En tanto cae el peso creador de los
martillos, brotan chispas abundantes que celebran, en la oportuna penumbra, ese
golpe forjador es un milagro. El golpe, el golpe, el golpe que alegra y que
construye.
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