martes, 21 de mayo de 2013

Un pez diáfano que nada en aguas mudas


Un pez diáfano que nada en aguas mudas,
pájaro invisible que canta en la quietud.
No cabe decir su nombre sin turbarlo:
él mismo, en cambio, asume voz que tramonta la distancia,
traspasa como espada el cuerpo
estridencial de la ciudad.

Cabe escuchar,
callar y escuchar la voz que desde el niño,
su mirada-pez traslúcido nos cuenta el mundo.

Quien toma prestado el cristal de los ojos de un niño se estremece, porque
todo es visto por primera vez:
la difusa madre que se arrima, redonda, a convidar su leche
al llamado de los ojos niños;
la novel mirada nada el éter, la música del tiempo, torbellino
plácido de aromas y colores.

Una palabra luminosa encubre la bruma de la tinta:
la palabra, vuelta signos de escritura, miente,
pero en sus grietas, laberintos, cavidades,
gorjea un relato que no requiere nombres.
Y, ¿a poco no?, vibra más claro, más nítido
que oratoria magistral;
bucea más profundo que cualquier axioma
y es de signo múltiple, como
pájaro espada canoro y transparente.

Agua trenzada con silencio
donde volar con escamas de cristal,
remar con plumas, cantar con el dolor del mudo.


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