sábado, 29 de enero de 2011

Un poema de Octavio Paz


                        Niña

                                    A Laura Elena

Nombras el árbol, niña.
Y el árbol crece, sin moverse,
alto deslumbramiento,
hasta volvernos verde la mirada.

Nombras el cielo, niña.
Y las nubes pelean con el viento
y el espacio se vuelve
un transparente campo de batalla.

Nombras el agua, niña.
Y el agua brota, no sé dónde,
brilla en las hojas, habla entre las piedras
y en húmedos vapores nos convierte.

No dices nada, niña.
Y en su cresta nos alza
la marea del sol y nos devuelve,
en el centro del día, a ser nosotros.

 (Asueto 1939-1944)


En este breve poema de Octavio Paz, dedicado a su hija Laura Helena, el autor (mejor dicho, la niña) asume los valores mágicos, ancestrales, de la palabra: invocación, verbo como medio de la Creación universal. Lo característico es que, a diferencia del Génesis, donde se relata una generación de cierto modo estática —Dijo Dios: “Haya luz”, y hubo luz— e inauguración del universo que a partir de entonces continúa su existencia; a diferencia del genio maravilloso que puede darnos oro donde no había nada, en la “niña-maga” del poema brota una voz que se traduce en movimiento, en acción que modifica los sentidos, pero de ninguna manera permanece: el mundo se reaviva mientras la voz lo pronuncia, parte a parte, convertido en verbo. Cuando la voz calla, cesa la poesía de todo lo que existe y volvemos a la inercia cotidiana. Sin duda, el poema de un padre maravillado frente a la energía de su hija, primera y única del poeta. 

(Disclaimer: La imagen fue tomada de "Periódicos El Debate". Si alguien cree que vulnero derechos de autor por incluirla y me lo hacen saber, con gusto la quito de aquí.)

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